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De la rendición de cuentas judicial al periodismo libre de bulos: la larga lista de reformas pendientes

La España vacía teme que el bum de las plantas de biogás la llene de residuos

Protesta ciudadana en Astorga contra una planta de lodos

Los pueblos de la Maragatería ofrecen la postal rural: casas de piedra, escénicas carreteras secundarias, un horizonte que sólo rompen las ermitas y delimita el Teleno nevado, el pico más alto de los montes de León. Las cigüeñas parecen más grandes que en otros lugares: se posan a la altura de la vista sobre las ruinas de viviendas abandonadas y caminan por los huertos de los jóvenes que levantan muros nuevos donde huir o refugiarse de la ciudad. Es una España despoblada donde se puede vivir bien: a pocos minutos de Astorga, con los servicios urbanos y la paz del campo. Ese bien saludable, la calidad de vida, está ahora amenazado por una planta de lodos en proyecto y la idea de hacer otras dos de biogás. 

El paisaje sereno de la Maragatería ya lo rompe una planta de residuos de construcción y demolición. “Para poner un ladrillo o pintar una fachada en nuestras casas, necesitamos autorización porque hay que mantener el entorno, pero para poner estas plantas no pasa nada”, se queja Amor Couso Herrera, la médica de 60 años que lidera la movilización ciudadana contra la planta de tratamiento de residuos orgánicos que la empresa Ecokompost quiere construir a 1,2 kilómetros de su pueblo, Piedralba, una pedanía de Santiago Millas, y a poco más de dos kilómetros de Astorga, la capital económica de la Maragatería, una comarca que ya vive en buena medida del turismo rural y del Camino de Santiago. “Nuestra salud y nuestros recursos están en peligro. ¡Nuestra comarca no es un basurero!” es uno de los mensajes que pueden verse en las concentraciones de este colectivo ante un proyecto que afectaría a unas 10.000 personas de la zona.

Lo que ha ocurrido en Piedralba es un patrón común en el nuevo boom de las plantas de tratamiento de residuos y de obtención de biogás que proliferan por la España rural. Los vecinos se enteraron cuando se publicó en el Boletín Oficial de Castilla y León en plenas Navidades y apenas tuvieron tiempo para presentar sus alegaciones. “Todo está muy calculado”, lamenta Couso, quien no obstante consiguió hacer los trámites y ahora está a la espera de la decisión que tome la Junta de Castilla y León. Tienen ejemplos de lucha ciudadana alentadores: el año pasado, otra pedanía leonesa, Reliegos de las Matas, ganó su batalla judicial contra la Junta por el proyecto de una macroplanta de compostaje de lodos. “Esto es un asedio, acoso y derribo contra los que todavía vivimos en el medio rural. Esto es David contra Goliat, pero seguiremos luchando”, dice la médica, que se hizo presidenta de la junta vecinal para intentar impedir la instalación de una planta de lodos junto a la única casa que tiene, en una zona rural que ya subsiste sobre todo por el turismo y que no renuncia al futuro porque está recibiendo población joven por su cercanía con Astorga.

En la “mínima densidad de población” también vive gente 

En los documentos de este tipo de proyectos se reconoce el impacto sobre las personas. “La actividad se pretende ubicar en una zona con mínima densidad de población, para minimizar la afección que dicha actividad pueda ejercer sobre la población, ya sea en su lugar de residencia o de trabajo”, dice el de la planta de lodos de Piedralba. “Seremos pocos, pero somos. Tengo una casa, no cinco. Toda mi inversión de toda una vida está aquí. ¿Me voy a tener que ir a otro sitio? Hay ejemplos de gente en otros pueblos que se ha tenido que ir por los malos olores, o porque tosían y tosían. Una conocida daba clases al aire libre y tuvo que dejarlo porque era imposible salir al jardín”, relata Couso.

Ecologistas en Acción es uno de los primeros teléfonos donde llaman los vecinos que se encuentran con que sus alcaldes han dado luz verde a este tipo de proyectos a poca distancia de sus casas. El grupo de la confederación en Castilla-La Mancha ha denunciado “la falta de control” de los residuos de la planta de biogás en Balsa de Ves, Albacete. “Es propiedad de una empresa promotora de ganadería industrial que se instaló hace 14 años. Desde entonces la población ha disminuido en un 40%”, explican. Son una federación muy activa contra lo que consideran “un lavado verde”: “Las plantas de biogás no son la solución a los residuos de la ganadería industrial. No es una energía verde, ya que viene de actividades muy contaminantes, como la ganadería industrial, además del gasto en transporte que conlleva”. Estas plantas no gestionan solamente residuos locales, sino que reciben grandes cantidades de residuos de otros lugares, lo cual implica un tránsito constante de vehículos de gran tonelaje que asusta a los vecinos tanto como los malos olores que ya conocen desde que las macrogranjas han ido sitiando sus pueblos en la última década.

Debate en el ecologismo: “capitalismo verde”, “colonialismo energético”

Ya es difícil encontrar postales rurales sin algo que querer dejar fuera del encuadre. En los últimos años, los campos infinitos donde relajar la mirada se han sembrado de macroproyectos de fotovoltaicas y eólicas, y de macrogranjas. El problema no es ni el aprovechamiento del aire y el viento ni los cerdos. Las consecuencias y el rechazo social empiezan en el prefijo “macro”.  Uno de los lemas más populares en la España despoblada lo resume: “Renovables sí, pero no así”. Este despliegue masivo ha provocado también un debate entre los propios ambientalistas. El grupo de Zamora en Ecologistas en Acción se escindió a finales de 2023 al considerar que la organización confederal no combate suficientemente lo que consideran “una expansión precipitada y sin apenas límites de estos macroproyectos de renovables que podría suponer un daño irreparable para la biodiversidad, los paisajes, la economía tradicional rural y los valores socioculturales”. Nacho Escartín, que trabaja en la campaña Stop ganadería industrial de Ecologistas en Acción desde Aragón, admite que este es un tema de debate dentro de la confederación. “El problema es el modelo que se imponga, no es lo mismo plantas fotovoltaicas para dar autosuficiencia a una población, que ocupar un espacio que podría tener muchísima potencialidad —o donde queremos simplemente que haya biodiversidad— con un macroespacio para placas solares y molinos de viento”, explica. Y extiende el argumento a las plantas de biogás: “La tecnología en sí misma no es el problema, transformar residuos en energía es algo que se puede hacer bien”.  Él defiende estudiar proyecto a proyecto y también “la soberanía que tiene la gente que vive en el territorio para decidir por sí mismos”.

El geólogo Daniel López Marijuan es el encargado del área de residuos, energía y cambio climático de Ecologistas en Acción en Andalucía y reconoce la complejidad de abordar “el batiburrillo” de tipos de plantas que están sobre la mesa. “Hay plantas, en su justo tamaño, que sí son aceptables y necesarias, pero no hay una ordenación, un control, y mucho menos una planificación”, denuncia. “El biogás no es sólo gas metano, tiene gases que huelen muy mal, el típico olor a huevos podridos o a coliflor podrida,. Debe haber procesos muy estrictos para depurar los gases desaconsejables, y lo que estamos viendo no son proyectos suficientemente maduros”. 

No todos los vecinos se oponen a estos proyectos en la España vacía. Hay alcaldes que los promueven discretamente, para no despertar movilizaciones como la de Piedralba, y hay otros que los anuncian como una nueva gallina de los huevos de oro, como ese milagro salvador que hace décadas que no llega al medio rural. La diferencia ahora es que los vecinos ya han convivido con las macrogranjas y los macroproyectos de las renovables y saben que no generan apenas puestos de trabajo locales (son industrias muy automatizadas con pocos empleados). Los beneficios generales para ellos son cero y las molestias muchas. Tomar el fresco o salir a dar el paseo cuando el viento huele a purín parece más castigo que placer. Si los turistas urbanos se han llegado a quejar del cantar del gallo en los pueblos, cabe pensar qué pasará si ese aire fresco por el que han pagado la casa rural huele a huevo podrido o su desconexión se ve interrumpida por el trajín de los grandes camiones llenos de residuos.

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