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Una historia de usurpación e hipocresía

La autora en el Museo de la Acrópolis de Atenas con el Partenón al fondo.

Andrea Marcolongo

Al comienzo de la Eneida, cuando Virgilio relata la dramática caída de Troya y la huida de Eneas, Ulises y Diomedes son responsables de la más sacrílega de las acciones: el robo de una obra de arte. Surgidos del vientre del caballo, los griegos no se limitan a arrasar la ciudad: para impedir cualquier posibilidad de futuro a Troya, se llevan el Paladio, una estatua de madera de Atenea, la esencia misma de la ciudad pues era la guardiana de su memoria.

Desde el Paladio de Troya, toda campaña de conquista territorial se traduce en una usurpación artística. La historia nos enseña que el arte no existe sólo para ser admirado, sino sobre todo para ser robado. Por esto, una nueva sensibilidad contemporánea empieza a reflexionar sobre la posibilidad de devolver lo que pertenece a la identidad de los pueblos.

“Que nos devuelvan la Mona Lisa”, es lo que se dice en Italia en las discusiones de bar cuando se habla de Francia. En el debate contemporáneo, el derecho de posesión y la bandera siguen siendo el único criterio para juzgar quién es el dueño de una estatua o de un cuadro, que tendría así propietarios legítimos con pasaporte como un coche o un par de zapatos.

Sin embargo, el arte ignora la propiedad exclusiva, ya que no es sólo el objeto, la parte material de un lienzo pintado o de una escultura de bronce lo que constituye la obra, sino también la imaginación que emana y que constituye la conciencia artística de un pueblo. Quiero decir: la Mona Lisa como pintura de óleo sobre madera pertenece al patrimonio de Francia porque el propio Leonardo da Vinci la ofreció al rey Francisco Ia cambio de una renta; sin embargo, la Mona Lisa como obra de arte pertenece innegablemente al Renacimiento italiano y al imaginario colectivo de Italia, da igual que se conserve en el Louvre, en los Uffizzi de Florencia, en China o sea robada por Arsène Lupin.

¿Qué hacer cuando la historia de la adquisición de las obras que se encuentran en los museos más importantes del mundo, desde Londres hasta París y Berlín, es un escándalo basado en el robo, el saqueo y la dominación colonial? Afortunadamente la sensibilidad contemporánea ha cambiado respecto a los expolios de Napoleón, que había tomado Italia por un inmenso mercadillo, y a los saqueos impunes sufridos por el continente africano: ¿Cómo remediar la vergüenza de ciertos museos occidentales donde cada una de las obras expuestas esconde una historia de usurpación e hipocresía?

Es importante no generalizar sobre el tema y distinguir claramente las obras que hoy se encuentran en nuestros museos europeos tras una adquisición lícita (aunque ocurrió en una época en la que las categorías políticas y diplomáticas eran mucho menos precisas que hoy en día y el libre albedrío de uno acababa donde comenzaba el poder del otro), de los que sin duda son fruto de un robo. Porque no se trata sólo de la obra de arte en sí, del lienzo robado en mitad de la noche o del fragmento de mármol sustraído por el saqueador: es el imaginario colectivo de un pueblo despojado y humillado que tiene que ser compensado. Es este precisamente el caso de Grecia, que se declara incapaz de pensar en sí misma sin los mármoles del Partenón, que son para el pueblo helénico lo que Shakespeare es para Inglaterra o la Capilla Sixtina para el Vaticano.

En otros casos, esta imaginación que los griegos sienten violada ni siquiera ha podido ver la luz obligada a abortar por la codicia occidental: es lo que pasa en muchos países africanos donde la ausencia de obras de arte, trasladadas a Occidente bajo la ocupación colonial, coincide con la incapacidad de naciones enteras de construir una identidad autónoma y completa. Se estima que entre el 90 y el 95% del patrimonio artístico africano se encuentra en Europa y Estados Unidos: ¿Cómo pueden las nuevas generaciones africanas intentar construir una conciencia colectiva si se ha perdido casi todo rastro de lo que produjeron las generaciones anteriores?, ¿cómo puede un joven estudiante de Dakar o Bamako formarse una identidad si los únicos museos a los que tiene acceso están tan vacíos como cajas de cartón?

Desde el punto de vista jurídico, las obras de arte legalmente conservadas en los museos europeos son inalienables: en ningún caso pueden ser cedidas a un tercero. Este principio jurídico excluye cualquier enfoque emocional de la cuestión de las restituciones: ningún jefe de Estado, ni siquiera el más filohelénico de todos los presidentes, puede disponer del catálogo del Louvre o del Prado a su voluntad y devolver algunas obras simplemente por empatía artística. Sin embargo, en los últimos años, ante las incesantes demandas de restitución provenientes de los países africanos, Europa se ha visto obligada a reconsiderar el concepto de propiedad de las obras de arte y a encontrar soluciones para acelerar la curación de la herida colonial.

El principio de trazabilidad

En este ámbito, el informe sobre la restitución del patrimonio cultural africano elaborado en 2018 por el escritor senegalés Felwine Sarr y la historiadora francesa Bénédicte Savoy a petición del presidente Emmanuel Macron constituye una evolución del debate y un precedente teórico que puede proponerse como orientación para otros museos europeos. Después de una serie de viajes al continente africano y de reuniones con los actores locales, las recomendaciones hechas al gobierno francés por los dos especialistas tienen el gran mérito de elevar el nivel de reflexión en torno a las hipótesis de restitución y de alejar el debate de los comentarios irracionales y emotivos.

No se trata de vaciar literalmente los museos de Europa para crear otros con vocación nacional y nacionalista –obras de arte italianas en Italia, obras de arte senegalesas en Senegal, las griegas en Atenas etc.–, sino de dejar de jugar a hacerse los ingenuos o los idiotas ante los espasmos de la historia. En lugar de maniobras logísticas infantiles, el informe recomienda al menos informar a los visitantes de nuestros museos sobre el origen del cuadro o estatua que admiran. Es el principio de trazabilidad ya obligatorio para muchos productos alimentarios y bienes de consumo: si somos tan sensibles al origen de la carne que tenemos en el plato o de la camiseta que llevamos, ¿por qué no deberíamos preocuparnos también de las circunstancias en las que una obra de arte llegó a tal museo de Europa?

La segunda sugerencia del informe Sarr-Savoy se basa en el principio de libre circulación de las obras de arte, favoreciendo un sistema de préstamos cuando las condiciones legales no permiten las restituciones. Así como un parisino puede contemplar los encantos del arte asiático en el Museo Guimet y un madrileño puede disfrutar de la maravilla del Museo del Prado, así un ciudadano de Mali, Guinea o Madagascar debería poder beneficiarse de las mismas oportunidades gracias a un circuito de préstamos y exposiciones itinerantes que crearían un circuito del arte verdaderamente humanista y globalizado. La Victoria de Samotracia, la Mona Lisa, la Venus de Milo y las obras de arte europeas más famosas llevarían una vida de rockstar en gira por África, Asia y el Pacífico, bienvenidas en cada ciudad por miles de fans.

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Si el Paladio de Troya fue la primera obra de arte robada por el conquistador, Grecia (siempre Grecia) ofrece hoy a Europa la posibilidad de tomar una decisión madura que podría convertirse en un ejemplo histórico frente al dilema de los mármoles del Partenón. Por el momento la posición inglesa no parece abierta a una restitución; sin embargo, todas las posibilidades han sido valoradas, desde el préstamo temporal hasta la reproducción en 3D, como en el caso de algunas obras precolombinas cuyas copias permiten a los visitantes de los museos imaginarse el pasado.

Por mi parte, estoy deseando asistir al viaje de vuelta de los mármoles de Fidias, una Odisea al contrario de Londres a Atenas, donde el nuevo, magnífico Museo de la Acrópolis los está esperando. Conmigo, millones de griegos y amantes de Grecia militan por una restitución que sea una declaración de respeto para el patrimonio artístico de cada pueblo. Quién puede decir si dos siglos después los mármoles del Partenón, en la oscuridad de las salas del British Museum, todavía tienen fuerzas para seguir esperando volver a Grecia. Porque si es terrible esperar, dejar de esperar es aún peor, parecen decirnos todas las obras de arte que en el silencio de nuestros museos siguen aguardando el momento de volver a su casa.

*Andrea Marcolongo ha publicado en marzo su libro El arte de resistir. Lo que la Eneida nos enseña sobre cómo superar una crisis (Taurus).

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