La portada de mañana
Ver
El PSOE se lanza a convencer a Sánchez para que continúe y prepara una gran movilización en Ferraz

“Las calles están llenas de cadáveres”: Sudán se prepara para una larga guerra civil

Un manifestante sostiene una pancarta contra la guerra durante la manifestación en Londres.

Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

La cuenta atrás de los días se está volviendo un poco confusa. Aunque desesperantes, las rupturas de un alto el fuego en cuanto se firma ya no sorprenden a nadie. En el paisaje sonoro se mezclan ráfagas de disparos, explosiones y bombardeos y ya sólo preocupan cuando están realmente cerca. "El otro día nos asustamos mucho, hubo un ataque aéreo tan cerca de nuestra casa que ésta tembló. Por lo demás, sí, oímos ruidos y disparos, pero no sabemos exactamente qué utilizan. Quizá nos estamos acostumbrando", dice Hafsa por teléfono. 

Por razones de seguridad, Hafsa desea permanecer en el anonimato. Empleada jartumita del sector cultural, vive en una zona residencial bastante privilegiada. Un poco alejada de los combates, todavía tiene electricidad y agua, Internet funciona más o menos y las tiendas abren de vez en cuando. 

El 15 de abril, Jartum se convirtió en un infierno. Desde entonces están bajo fuego algunas zonas cercanas a puntos estratégicos, el aeropuerto internacional, el palacio presidencial, los puentes, el alto mando militar, el centro de la ciudad. No se trata de una guerra de guerrillas urbana como la que han vivido tantas ciudades, sino de una capital bajo el fuego de dos ejércitos constituidos, con soldados entrenados y equipados, tanques y armamento pesado. La principal diferencia de armamento favorece al ejército nacional: son los aviones de combate.

Es un enfrentamiento entre dos hombres poderosos, antiguos aliados y ex interlocutores de la comunidad internacional. El general Abdelfattah al-Burhan, comandante en jefe del ejército y líder de facto del país, y Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemetti, jefe de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FDR), llevan mucho tiempo proclamando su deseo de paz. Los Estados occidentales les creyeron pero, incapaces de llegar a un acuerdo, salvo para evitar devolver el poder a los civiles, y representando a sectores de la sociedad sudanesa e intereses regionales que se habían vuelto incompatibles, han hecho lo que saben hacer: la guerra. En Darfur, una región martirizada desde hace ya veinte años, y en Jartum, con sus ocho millones de habitantes. 

“Durante los cuatro primeros días, permanecimos encerrados en las habitaciones sin ventanas de la casa, con nuestros vecinos y amigos", cuenta Mazin Khalil Makky, un joven veinteañero. “Éramos once. El primer día nos cortaron la electricidad. No teníamos agua porque las bombas no funcionaban. Enseguida nos quedamos sin nada que comer. Ahorrábamos agua no utilizando los retretes y no lavándonos. El olor pronto se hizo difícil de soportar. Y estábamos aterrorizados por los bombardeos, los aviones, las explosiones.

Disparos, disparos y más disparos. Justo detrás de mi casa fue destruido un edificio

Abdallah Gaber Awad — Residente en Jartum

Al igual que Mazin, Abdallah vive cerca del aeropuerto de Jartum, situado en el centro de la ciudad. Y como él, también se encontró atrapado en su casa con amigos, en las mismas condiciones: sin agua ni electricidad. En un país donde las temperaturas en abril alcanzan fácilmente los 40°C

"Nos comimos todo lo que había en la nevera, por miedo a tener que tirar la comida. Luego yo salí. Los soldados de la RSF tenían un puesto de control a diez metros de mi casa", cuenta este joven ingeniero. Me amenazaron con sus armas y finalmente me dejaron pasar. En la tienda de comestibles, la gente se apresuraba a comprar harina y aceite de cocina y los precios ya se habían multiplicado por dos o tres. Y había disparos y más disparos. Justo detrás de mi casa fue destruido un edificio y pensé que el nuestro se nos iba a caer encima. Entonces decidimos salir". 

Una salida peligrosa. Abdallah y sus amigos tuvieron que cruzar varios barrios y una línea del frente. Su voz aún le tiembla: "Nos vimos en medio de una batalla, se disparaban desde todos los extremos de la avenida. Nos quedamos en un viejo edificio durante una buena hora antes de conseguir cruzar". Una vez llegado a su destino, a pocos kilómetros de distancia, la vida era casi normal. Al final del Ramadán, la población hace su comida habitual al aire libre para romper el ayuno y luego se habla de las últimas noticias. 

Hace unos días llegó la guerra al barrio de Sahafa, como a otros. Las fuerzas de Hemetti avanzan en la capital. Abdallah Gaber Awad se ha llevado a la familia a la región de Al-Jazirah, al sureste de Jartum, libre de combates. Se niega a dejar el país. Tiene mucho que hacer, junto a otros civiles. Estos jóvenes recorren la ciudad para averiguar dónde están los controles militares y qué calles son las menos peligrosas. 

"Cadáveres por las calles”

En los primeros días de la guerra, los comités de resistencia, una red de organizaciones vecinales y columna vertebral de la revolución sudanesa, evacuaron a cientos de familias. "Sin los comités de resistencia, nunca habríamos conseguido salir de nuestros locales y abandonar Jartum", explica Mirko Zappacosta, coordinador en Sudán de la ONG francesa Première Urgence. "Intentamos ayudar a los que quedan, llevar comida a los que no pueden desplazarse, encontrar medicinas, buscar un hospital para enfermos y heridos que aún funcione, o cualquier centro de salud, pero se está convirtiendo en misión imposible", lamenta. 

Salman, médico de urgencias, se ha rendido. Cuando nos pusimos en contacto con él, estaba de camino a Egipto. Su hospital fue atacado el segundo día. La sala de urgencias era impracticable y el edificio estaba demasiado expuesto. Se quedó en Jartum para ayudar, pero, según explica, "era peligroso para los médicos y las enfermeras desplazarse porque en cualquier momento podías ser secuestrado por los hombres de Hemetti para atender a sus heridos. Y si conseguías llegar a un centro de salud, no había medicinas, ni suministros, nada". El balance de víctimas (538 muertos según el Ministerio de Sanidad sudanés a 30 de abril) es muy inferior al real. Hay cadáveres por las calles".

Los supervivientes, los que no pueden permitirse salir o no quieren hacerlo, se enfrentan a la falta de alimentos y dinero en efectivo. Ni un solo banco está abierto, ni un solo cajero automático funciona. Ni siquiera se puede acceder al sistema de pago por teléfono móvil. 

"Apenas podemos vivir", dice Mohamad Jamal Ajabna, un estudiante veinteañero. Su barrio está bajo el fuego y su familia y él se han refugiado en casa de una tía en el sur de la capital sudanesa, un poco apartados de los combates. "No tenemos dinero en efectivo; aunque encontremos tiendas abiertas, no podemos comprar nada. Pero yo tengo dinero en mi cuenta. Todo es difícil, esto es agotador.” Por teléfono, se oye la voz muy cansada de este joven dinámico y alegre. Pero no quiere abandonar la capital: con la escasez de gasolina, viajar es difícil y muy caro. Y además la abuela se niega a marcharse. Dejarla atrás era impensable. 

Éxodo hacia las regiones orientales

Sin embargo, decenas de miles de jartumitas han abandonado la capital. Un verdadero éxodo. “El Ministerio de Sanidad estima en 1,5 millones el número de desplazados", explica Mirko Zappacosta, "pero es difícil de cuantificar, porque muchas personas han sido acogidas por su pueblo de origen, por su familia o por amigos. Sólo los extranjeros tienen que ser alojados en lugares de tránsito, normalmente escuelas". Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, sólo Sudán acoge a 1,1 millones de refugiados de Sudán del Sur, Etiopía, Eritrea y Siria. “Tememos que haya problemas sanitarios con la próxima estación de lluvias", dice el coordinador de Première Urgence. “Las infraestructuras ya son frágiles y no hay mantenimiento, ni obras ni nada.” 

De momento, los Estados del este del país, aunque mal equipados, gestionan la afluencia de desplazados internos sin mayores dificultades. La vida parece no estar sincronizada para Ibrahim Snoopy, cineasta, que abandonó Jartum para instalarse en un pueblo cercano a la ciudad de Madani. Menos de 200 km le separan de la guerra en la capital. Todo un mundo de distancia. "El tiempo pasa muy despacio. Ni disparos, ni combates", dice el joven. “La casa está llena de desplazados, pero nos reciben muy bien, es la generosidad de los sudaneses. El principal problema es la lentitud de Internet.” 

En el este, los bancos vuelven a abrir y los funcionarios regresan al trabajo. Pero las administraciones no han pagado los sueldos de abril. “Los precios han subido mucho, incluso en las zonas no afectadas", dice Wafa Adam, una joven desplazada de Jartum. “Vamos directos a una crisis alimentaria si la guerra no acaba pronto". Por el momento, los dos generales hacen oídos sordos a todo intento de mediación. Y tienen reservas de munición para continuar su guerra.

Cerca de 2.000 sudaneses cruzan la frontera de Sudán del Sur huyendo de los combates

Cerca de 2.000 sudaneses cruzan la frontera de Sudán del Sur huyendo de los combates

 

Traducción de Miguel López

 

Más sobre este tema
stats