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Cómo se cocinaron las cenas clandestinas a las que acudía la elite francesa en pleno confinamiento

Le chef Christophe Leroy y el dueño del palacete Pierre-Jean Chalençon que acogían las cenas clandestinas.

David Perrotin | Antton Rouget | Ellen Salvi | Matthieu Suc (Mediapart)

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Ningún ministro ha asistido ninguna de las comidas clandestinas que organizaba, aseguraba el pasado 8 de abril el chef Christophe Leroy, a través de su abogado, seis días después de la difusión de un reportaje en la cadena M6 sobre las lujosas cenas que sirvió, incluso en el Palacio Vivienne (París), del caprichoso coleccionista Pierre-Jean Chalençon.

Ningún miembro del Gobierno actual, quizás. Pero sí un exministro del Interior.

El ex máximo responsable de la Policía de Francia, y mano derecha de Nicolas Sarkozy, Brice Hortefeux, asistió a finales de marzo a un almuerzo en un club privado dirigido por el chef Leroychef, según ha podido saber Mediapart (socio editorial de infoLibre).

El almuerzo se celebró en un apartamento privado, reconvertido en restaurante clandestino en el distrito 8 de París. Un lugar al abrigo de las miradas indiscretas donde, todos los días, el chef Leroy proponía a una selecta clientela menús de entre 110 euros y 580 euroschef, tal y como reveló M6 en su reportaje.

El pasado 30 de marzo, Brice Hortefeux, ahora diputado en el Parlamento Europeo, se reunió con el periodista estrella Alain Duhamel en un almuerzo profesional al que acudió un tercer invitado.

Inicialmente estaba previsto que la comida ce celebrase en la sede del partido Los Republicanos (LR), en la calle Vaugirard, pero, en el último momento, Brice Hortefeux cambió de opinión y reservó una mesa en el “club” de Christophe Leroy.

“Una persona que conozco vino a verme para otra cosa y en un momento de la conversación me dijo: ‘Si tienes comidas o cenas, hay un club de negocios del que soy miembro y es completamente posible organizarlo’”, explica el exministro del Interior.

Brice Hortefeux asegura que inmediatamente preguntó si se trataba de una práctica legal. “La persona me respondió: ‘Sí’. Además, para demostrarme que es legal, me envió documentos de internet, donde puede leerse que cada día se publica en las redes sociales. También me remitió un artículo del diario Ouest-France del 7 de marzo en el que se ensalza esta práctica”. De la persona que convenció al exministro no sabremos nada, sólo que “organizó muchas comidas profesionales”.

“Esta persona me dice: ‘Va mucha gente, empresas, políticos...' Cuando te dicen esto, piensas que no haces nada fuera de la ley”, añade Brice Hortefeux. Según fuentes conocedoras del caso, el ex asesor de comunicación de Nicolas Sarkozy, Franck Louvrier, también almorzó en el mismo lugar. Contactado en varias ocasiones por esta redacción, el actual alcalde de La Baule (Loira-Atlántico) no respondió a nuestras llamadas. Aunque, una vez publicado este artículo, Louvrier negó “formalmente”, el 11 de abril, en declaraciones al periódico Ouest-France “cualquier participación en una comida clandestina”.

Una vez Brice Hortefeux realiza la reserva, Alain Duhamel recibe el aviso, en la noche del lunes 29 de marzo, de que al día siguiente no tendría que dirigirse a la sede de LR, sino a otra dirección, en el distrito 8. “No sabía de qué se trataba, no estaba especificado, fui allí. Pensé que sería su casa o la de uno de sus amigos y así me metí en todo este lío. No soy de ir a este tipo de clubes, etc., en absoluto. Y después me di cuenta de que había gente almorzando. Me llevaron enseguida a un pequeño comedor del fondo, donde éramos tres”, recuerda.

“Estábamos en una habitación aislada en un apartamento privado, menos de seis. Si me hubieran dicho: sois ocho, habría dicho que no, no habría ido”, insiste también Brice Hortefeux, que señala que el almuerzo se pagó con tarjeta, no en efectivo. “Todo parecía legal”.

Al final de la comida, los invitados se fueron por separado. “Como soy bastante educado, no iba a armar un escándalo yéndome”, explica Alain Duhamel, “pero estaba tan abrumado que, al salir, me equivoqué de Uber y no me di cuenta hasta 300 metros después”.

Cuatro días después, uno de los colaboradores de Brice Hortefeux le advirtió de que el responsable del reportaje de M6 más comentado es el hombre en cuya casa había almorzado con Alain Duhamel. “Puedes imaginar la cara que se me quedó...”, dice el exministro. “Supone un mazazo. No sabía nada y, sinceramente, es muy duro. No lo llevo muy bien, me disculpé con Alain Duhamel, me sentí muy avergonzado con él”.

Por su parte, el editorialista tiene la impresión de haber sido “un poco engañado”. “No me he muerto, pero sí he dormido mal”. Y explica Hortefeux: “La mala suerte es que si la persona que conozco llega a venir a verme cinco días después... No habría oído hablar nunca de ese club, nunca habría puesto los pies en él y habría bromeado escuchando en la radio hablar de las veladas de este tipo raro [Pierre-Jean Chalençon]”.

El exministro también señala la “ambigüedad” que, a su juicio, existe en la situación jurídica del club del chef Leroy. “Por lo que he entendido ahora, no se trata realmente de un restaurante, sino de un local con carácter asociativo o de club, lo que explica que tengan derecho a hacerlo. Es muy incierto”, opina Hortefeux.

El abogado de Christophe Leroy, Thierry Fradet, ha recurrido a esta línea de defensa, indicando en un comunicado de prensa remitido el 8 de abril que su cliente “ha podido aportar [al juez] un cierto número de documentos que demuestran que los servicios que prestó fueron, tal y como autoriza la ley, en domicilios particulares y no en establecimientos abiertos al público como restaurantes”.

Al día siguiente, el 9 de abril, el chef Christophe Leroy y Pierre-Jean Chalençon, propietario del Palacio Vivienne, declararon por “poner en peligro la vida de otras personas” y también acusados de “trabajo oculto”. Una vez en libertad, la Fiscalía de París declaró que “no hay elemento alguno que permita desvelar la participación de un miembro del Gobierno en las comidas que son objeto de esta investigación”.

La simple mención de “ministros” en las mesas de las famosas cenas incendiaba al Ejecutivo. Durante una semana, los canales de Telegram y los pasillos ministeriales se llenaron de preguntas; algunos se interrogaban: “¿Pero quién?”, otros se tranquilizaban: “No, es imposible”. “Un ministro en un restaurante que se supone cerrado, no me lo creo”, confiesa un asesor del Gobierno, mucho menos categórico en lo que respecta a los parlamentarios. Sobre este punto, todos nuestros interlocutores son unánimes y coinciden con nuestras informaciones: efectivamente, se han organizado almuerzos en restaurantes parisinos en presencia de políticos. Sin embargo, muchos de ellos juegan con el hecho de que es complicado que la prensa lo documente, especialmente varias semanas después de los hechos.

En enero, algunos también estaban convencidos de que al menos un ministro había participado en esas comidas. Incluso antes de que el canal de televisión M6 se interesara por el palacio de Vivienne, fue un tuit firmado por el ex chaleco amarillo Benjamin Cauchy, antiguo portavoz del movimiento de Nicolas Dupont-Aignan, Debout la France-Francia en pie (DLF), quien había caldeado los ánimos. Se preguntaba qué pasaría si los ciudadanos se enteraran “de que algunos ministros disfrutan comiendo en las trastiendas de los restaurantes”. Y añadió, ante el éxito de su tuit: “Apuéstense en la calle Mazarine [en el distrito 6 de París]; yo no soy paparazzi”.

Inmediatamente, asesores, parlamentarios e incluso ministros habían corrido la voz y, con la misma naturalidad, también a los periodistas, sin por ello adelantar elementos tangibles que llevaran a pensar que salpicaría al Ejecutivo. Pero este primer episodio había sonado sobre todo como una advertencia. “Es lo que me lleva a pensar hoy que si, y digo si, estas prácticas existieron, enseguida se suspendieron”, opina un asesor ministerial. Un ministro de un gobierno anterior también ha relatado a Mediapart haber recibido muchas invitaciones del recaudador catódico, al que sin embargo apenas conoce.

En el Gobierno, los últimos días se han dedicado a aclarar todos los rumores que se han precipitado tras las declaraciones de Pierre-Jean Chalençon. Además de las habituales réplicas de los militantes macronistas en las redes sociales, los ministros han repetido en los medios de comunicación que no creían “ni por un solo segundo que los miembros del Gobierno vayan a restaurantes clandestinos” (Gabriel Attal), recuerdan que “no hay favoritismos” (Bruno le Maire) y fustigan un “rumor [que] socava los fundamentos de la democracia”, pidiendo a todos que “reflexionen realmente sobre la idea de que la sospecha permite condenar a las personas, no la verdad” (Gérald Darmanin).

“Tenemos un cierto tipo de clientela que viene aquí”

Al principio, el Elíseo y Matignon se mantuvieron muy discretos sobre el asunto, contentándose con barrer “simples rumores”. Esto no les impidió realizar una pequeña investigación interna con algunos miembros del Gobierno. “En la cabeza del primer ministro, las cosas están muy claras; si resultara que un ministro acudió a este tipo de veladas, tendría que dimitir automáticamente”, decían desde el entorno de Jean Castex a RTL, hace unos días. Al día siguiente, al término del Consejo de Ministros, el portavoz del Gobierno confirmó que no tenía “ninguna información que acreditara la participación de miembros del Gobierno en tales hechos”.

“De lo contrario, se puede imaginar que se habrían tomado decisiones”, añadió, antes de trasladar las palabras, al respecto, de Emmanuel Macron; el asunto se ha considerado lo suficientemente delicado como para que el presidente de la República recordase que “todos los que tienen responsabilidades deben ser ejemplares” y advirtiendo que no habría “ninguna complacencia” con los infractores.

La historia de las cenas clandestinas ha revelado también la febrilidad y el desorden que reinan en el seno del Ejecutivo, donde algunos ministros pueden alimentar, durante días y días, las polémicas, sin salir al paso. En este registro, la ministra delegada encargada de la “ciudadanía”, Marlène Schiappa, molestó aún más a más de un colega del Gobierno al asegurar, ante los micrófonos de France Info, que sabía “de una fuente fiable” que Gabriel Attal había recibido efectivamente una invitación, pero que él la había “rechazado con firmeza respondiendo que había medidas sanitarias” que cumplir. El entorno del aludido se vio obligado a desmentirlo.

En la prefectura de Policía de París, que también sigue de cerca el asunto, también se dieron instrucciones a finales de año, ya que se vio a altos cargos en las trastiendas de los restaurantes, sobre todo en el distrito 17.

El asunto también provocó vergüenza en algunas redacciones nacionales. Empezando por BFMTV, a cuyo director general, Marc-Olivier Fogiel, se señaló por acudir a un restaurante clandestino a principios de marzo, según Le Canard enchaîné. Según el sitio web Reflets, el editorialista de política exterior de la cadena, Ulysse Gosset, fue uno de los invitados a una cena-conferencia en el Palacio Vivienne de Chalençon.

Al mismo tiempo, un almuerzo organizado en un “bistró chic” de Deauville en torno a otra figura de BFMTV, el presentador Bruce Toussaint, provocó la apertura de una investigación preliminar. “Se trata de verificar si las denuncias difundidas en las redes sociales son exactas y si no se han respetado las normas sanitarias”, declaró a France Bleu Normandie la fiscal de Lisieux Delphine Mienniel.

También en Le Parisien han aparecido varios almuerzos de jefes del periódico relacionados con el caso Chalençon-Leroy. El 7 de abril, el diario publicó una investigación sobre un “restaurante discreto” que “funciona a toda velocidad” en el “París chic”. En enero, el diario publicaba: “Pudimos comer en algunos de ellos, en cuyas mesas se sientan juntos policías, magistrados o, simplemente, parroquianos del barrio”.

El periódico podría haber añadido una categoría a esta lista: “Periodistas de Le Parisien”. En efecto, por entonces, algunos periodistas de la redacción, en particular de la oficina central, almorzaban en pequeños grupos en una brasserie a pocos pasos de la sede del diario.

“Algunos periodistas se sentaron varias veces en una mesa dentro del restaurante, pero no era un restaurante organizado en absoluto, sino un servicio ofrecido por el dueño de un restaurante que conocemos bien. Enseguida, pararon”, explica Jean-Michel Salvator, director de la redacción, que nunca ha estado allí personalmente. “No es clandestino en absoluto, en el sentido de que no está oculto. Los periodistas habían comprado comida para llevar y la tomaron en una mesa”, añade.

Club privado, conferencia, detalle de un restaurador... quien más, quien menos encuentra una buena explicación para justificar su presencia en una comida o cena. Lo cierto es que algunas prestigiosas direcciones parisinas se organizan desde hace meses para acoger a un público selecto en salas traseras o apartamentos contiguos, alquilados especialmente para la ocasión.

“Tenemos un determinado tipo de clientela que viene aquí. Para venir en este momento, tienes que tener el número, tienes que ser cliente desde hace tiempo. La clientela de este tipo de restaurantes no es necesariamente 100% política. La mayoría son directores de empresas y personas de su entorno. Los precios varían [desde un] mínimo [de] 350 euros por persona, y a partir de ahí puede subir en función de los vinos”, explica a Mediapart, bajo condición de anonimato, un camarero de un elegante restaurante del distrito 8 de París que ofrece comidas clandestinas. “Lo que nos dicen aquí es que cada vez que se planea una redada policial se avisa primero al jefe”, añade este empleado.

También vamos a menudo a casas particulares. Enviamos un equipo allí en nombre del restaurante, pero no es en el restaurante. Evitan en lo posible hacer las comidas en el restaurante por razones obvias”, añade. “Pero cuando comen en el restaurante, todavía hay algunas reglas que deben seguirse. En teoría, no hay más de seis personas por mesa. Como mucho, he atendido mesas de 10 personas en el restaurante. Tampoco son grandes fiestas clandestinas y todo el personal lleva mascarilla”.

Este camarero cobra “totalmente en negro”. “Los clientes también pagan en negro, no se cobra con tarjeta y la factura se envía después y creo que también es así con la comida para llevar. Deben declararlo, pero de otra forma. Yo no estoy de alta”.

“La mayoría de los trabajadores presentes en el restaurante figuran en situación de ERTE, pero vienen a trabajar”, añade otro empleado, que trabaja en un restaurante de París donde el duelo organiza almuerzos para personalidades. “Tiene fama de creer que está por encima de la ley”, añade el camarero.

A este sentimiento de impunidad se le suma también la precariedad del sector, lo que lleva a muchos trabajadores a aceptar estas condiciones, a pesar de los riesgos- “Hay mucha rotación de personal. Creo que muchas personas están dispuestas a hacer esto porque ahora mismo no hay trabajo en la restauración”, zanja el primer camarero citado.

Traducción: Mariola Moreno

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