Qué ven mis ojos

A ellos nadie les dice cuánto beber antes de conducir ni cuánto azúcar insano darles a sus hijos

Es la ley de los cínicos: mano dura para ellos y manga ancha para mí

La ideología es una manera de ver a los demás. Hay quien los ve de tú a tú y quien los ve desde arriba y hasta por encima del hombro. Hay quien piensa que la base de la democracia es la búsqueda de la igualdad y quien tolera a regañadientes que se vote y haya partidos, siempre y cuando nada de eso impida que sus privilegios sean respetados. En resumen: hay quienes se sienten mejores que los demás y quienes creen que todos debemos tener, de entrada, los mismos derechos y oportunidades y que, a partir de ahí, cada cual llegue hasta donde le conduzcan su talento, su trabajo o, por qué no, la buena suerte. Las metas cambian, pero la línea de salida tiene que ser la misma. Es así de fácil, o debería serlo.

Sin embargo, no lo es, porque siempre hay gente que se siente destinada al poder y la gloria, que cree que lo de tener mando en plaza, dinero en el banco y comida en la nevera es una cuestión de clase, un derecho de cuna, y por lo tanto suele caer en la paradoja de presentarse como defensora de la ley y saltársela, de tener mano dura para los demás y manga ancha para sí misma. Algo bastante sencillo en un mundo en que la hipocresía no tiene límites: vean, si no, el caso siniestro del antiguo concejal del PP de cuyo nombre nos daría náuseas acordarnos, un llamado “político-estrella” en su momento, cargo de confianza de dos exministros, Ana Pastor y Jaume Matas, para quien actuó como coordinador de su campaña electoral de 2003, y que se presentaba como un militante ultracatólico, ferozmente opuesto al matrimonio entre personas del mismo sexo, padre supuestamente ejemplar de cinco hijos y hombre religioso, que ha vuelto a ser condenado, como remate a una larga carrera delictiva que incluye el gasto de dinero público en prostitución masculina —se fundió cincuenta mil euros, así que la cosa no fue flor de un día, aunque, eso sí, se la pagamos nosotros—, el abuso de menores a los que tutelaba en la catequesis de su parroquia y el soborno, llevado a cabo cuando era coordinador de una ONG, Horizontes Abiertos, dedicada al apoyo penitenciario y que él utilizaba para exigir sexo a los presos, si no querían que emitiera informes negativos que los perjudicasen. Una auténtica joya; falsa, naturalmente. Y un gran ejemplo de la filosofía del a dios rogando y con el mazo dando. En 2010 había sido condenado a trece años de cárcel por la Audiencia Provincial de Palma, aunque el Tribunal Supremo rebajó a cinco años la pena al considerar que no quedaba claro si el menor con el que mantuvo relaciones había dado o no su consentimiento. Ahora le han caído otros dos años.

Es un caso extremo, sin duda, pero también sintomático de la naturaleza de quienes se creen por encima del bien y del mal, dueños del país hasta el punto de bloquear sus centros neurálgicos cuando no lo ostentan, como hacen con el CGPJ; superiores incluso a las propias normas que ellos mismos dictan o justifican. Es inolvidable, entre tantas otras perlas de sus grandes éxitos como orador, la imagen del presidente José María Aznar diciendo que a él nadie le iba a decir cuántas copas se podía tomar antes de subirse a su coche para conducir. También recordamos muy bien a la antigua lideresa del Partido Popular, Esperanza Aguirre, dándose a la fuga en la Gran Vía y hasta derribando con su vehículo la moto de uno de los policías municipales que la iban a multar por pararse donde estaba prohibido hacerlo, para sacar dinero de un cajero automático. O podríamos hablar, ahora mismo, del responsable de comunicación digital del PP que ante la noticia dada por el ministro de Consumo de que va a regularse la publicidad de alimentos con exceso de azúcar que perjudican la salud, y especialmente la de las y los niños, cuelga en la red un autorretrato fingiendo que devora una gran cantidad de esos productos y bajo el epígrafe: “Que dice Garzón que va a prohibir no sé qué.” La presidenta de la Comunidad de Madrid, siempre con las botas de agua listas, por si hay algún charco, entró al trapo para acusar al ministro de promover, según ella, la legalización del cannabis y combatir la bollería industrial: ''Drogas, sí; dulces, no'', puso en sus redes sociales.

Hay quienes se presentaban a sí mismos como el azote de los nombramientos a dedo y los chiringuitos compensatorios y, sin embargo, los disfrutaron antes y los siguen disfrutando ahora. O también de quienes se rasgaban las vestiduras por la existencia de las puertas giratorias y, en cuanto han tenido oportunidad, han cruzado una, algo que se ve que ocurre hasta en las mejores familias, sostienen quienes tras dejar de cobrar su sueldo de concejal o diputado fichan por una de esas compañías energéticas que están saqueando el país puerta a puerta, sintiéndose protegidos por las instituciones nacionales y continentales. Podríamos seguir así diez artículos. La mala noticia es que estamos en manos de cínicos; la peor, que esas manos son un puño de hierro en un guante de seda. Y la más preocupante, que no se paran ante nada, ni siquiera frente a una pandemia mortal: su oportunismo y sus intereses pueden llegar al malabarismo, como se ha informado en este mismo periódico, de que la ultraderecha proponga en el Congreso medidas que endurecían las restricciones del Estado de alarma… unos días antes de recurrirlo ante el Tribunal Constitucional.

Y el problema es que no se trata de algo personal, ni mucho menos de casos aislados y manzanas envenenadas, sino del funcionamiento general del sistema, que se ha ido deshumanizando en la misma medida en que el neoliberalismo ha impuesto su único mandamiento: cada cual tendrá los derechos que se pueda pagar. En cuanto a la sociedad en su conjunto, no sólo es que se haya vuelto permisiva con la corrupción y apática con los delincuentes de guante blanco, a los que de alguna forma encubre y casi justifica con la famosa teoría del todos son iguales, sino que en muchos casos los avala, los defiende y los jalea. “Los de izquierdas son unos carcas. ¡Pero si están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién y con la memoria histórica!”, dijo un día el actual jefe del Partido Popular, Pablo Casado. Y cómo le reían el chiste quienes fueron a aplaudirle. A mí, esas risas son las que me dan más miedo.

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