En el nombre del padre

Qué tiene la paternidad de una sociedad machista para que cada año sean asesinados cinco niños y niñas en un contexto de violencia de género. Qué tiene para que el 45,5% de las agresiones sexuales que sufren los menores por miembros de la familia sean cometidas por el padre. Qué guarda para que 1.700.000 niños y niñas vivan en sus hogares bajo la violencia causada por las agresiones que ejercen sus padres sobre sus madres.

Qué tiene la paternidad machista para que los hombres no hagan nada ante una realidad social en la que cada año miles de mujeres, jóvenes y niñas (que son sus hijas), sean violadas y maltratadas, y miles de hombres y jóvenes (que son sus hijos), violen y maltraten. Qué tiene esa paternidad para que esos hombres y padres callen y adopten una actitud pasiva ante todo lo que le sucede, y no hagan nada como sí hacen las madres.

Cómo es posible que los padres que hoy pasean a sus bebés por el parque, o que llevan a sus hijos al colegio por la mañana y por la tarde los acompañan a a jugar en los columpios, se ausenten y no contribuyan a cambiar una realidad social que evite esa violencia que mañana protagonizarán sus hijos y sufrirán sus hijas. En qué mundo creen que van a vivir esas niñas y esos niños de hoy. 

Qué grado de ignorancia o hipocresía vive nuestra sociedad para establecer en el Código Civil la referencia del “buen padre de familia”, cuando son las madres las que asumen la responsabilidad del cuidado de los hijos y la realización de las tareas domésticas, tal y como muestran los estudios del CIS. Cómo es posible dejar en manos de esos “buenos padres de familia” la responsabilidad del cuidado y afecto, cuando defienden una sociedad para sus hijos e hijas en la que los hombres violan, maltratan y matan a las mujeres, y en la que se solidarizan antes con esos violentos que con las mujeres que sufren la violencia.

Por qué muchos de esos hombres-padre deciden antes negar toda esta violencia, en lugar de exigir que se aborde con medidas específicas para ser eficaces en su prevención, detección, atención y protección. 

A cuántos niños y niñas tienen que asesinar para que dejemos de preguntarnos “qué ha fallado” en cada uno de esos casos, y seamos conscientes de que lo que falla no es el sistema, sino la sociedad que diseña un sistema lleno de deficiencias y resquicios por donde se cuelan los agresores con su violencia. El problema tiene que ser algo más que una serie de fallos aislados cuando la media anual de hijos e hijas asesinados es de cinco, y cuando de esos casos el 29% había denunciado previamente la violencia sin que la respuesta pudiera evitar el homicidio. 

Todo vale “en el nombre del padre”. Basta hacer referencia al padre para que se abran mares y se muevan montañas con tal de que un hombre pueda ejercer su paternidad, aunque haya utilizado su posición de padre para ejercer violencia

Todo vale “en el nombre del padre”. Basta hacer referencia al padre para que se abran mares y se muevan montañas con tal de que un hombre pueda ejercer su paternidad, aunque haya hecho justo lo contrario y haya utilizado su posición de padre para ejercer violencia contra la mujer, sus hijos e hijas. La situación es tan inaudita que ni siquiera asesinar a la madre afecta a la patria potestad. De hecho, en las sentencias por homicidio por violencia de género de los dos últimos años analizados por el CGPJ (2021 y 2022), de los 74 casos estudiados solo en 7 se suprime la patria potestad, lo cual significa que en el 90,6% no se suprime y todo sigue igual después de que el padre haya asesinado a la madre.

En el nombre del padre las religiones han recurrido a guerras y violencia, en el nombre del padre las familias viven bajo las agresiones y la violencia, y en el nombre del padre la sociedad se hace hija del patriarcado para que en la calle, en los hogares y en las oraciones todo tenga el mismo sentido.

Nada se hace en el nombre de la madre, porque no se trata de contraponer padres y madres. No es una defensa de cada uno de los hombres, sino del modelo androcéntrico que ellos imponen a través de la cultura, con privilegios y beneficios para los hombres, pero también con consecuencias. Por eso más importante que defender a hombres individuales es cuestionar y atacar a las mujeres y a lo de las mujeres, desde la maternidad en rebeldía hasta sus propuestas para alcanzar la igualdad.

Y es que con argumento de “en el nombre del padre” se consigue un doble objetivo, el de defender el modelo androcéntrico que discrimina a las mujeres, y el de justificar la conducta del hombre individual que actúa en su nombre contra las mujeres, bien sea por denunciar o por no denunciar, por acudir al sistema de protección o por pedir salir de él, por solicitar cancelar el régimen de visitas  o por indicar que se reestablezcan… Siempre se encuentra un argumento para cuestionar antes a la mujer que al hombre agresor.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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