Librepensadores

Bipartidismo, marxismo y Podemos

Luis Serrano

El gran mérito de Podemos consiste no sólo en que esta formación ha sacudido las mentes y sacado a un gran número de españoles de un estado de profundo letargo, sino también porque sus discursos han hecho pensar a no pocos ciudadanos de este país que en el siglo XXI sigue vigente la lucha de clases. Hago esta reflexión al tenor de lo dicho en las Jornadas del Partido Popular por la vicepresidenta del gobierno Soraya Sáez de Santamaría: "En este país la democracia se ha ganado a pulso, por mucha gente que en unos años muy dificiles lo arriesgó todo por traer la democracia a España. Cualquier democracia es mejorable, como todo, pero es el único sistema posible".

¿Es cierto que este sea el único sistema posible? ¿Tenemos que aceptar, sin más, esta engañosa afirmación y resignarnos a vivir asqueados en un sistema neoliberal cuya filosofía principal es proteger a toda costa el capitalismo y su voraz compañero de clase, el mercado libre?

Corre el año 1879. En la taverna La Casa Labra, refugiándose de una lluvia torrencial, se reunen en secreto 25 incondicionales: dieciséis tipógrafos, cuatro médicos, un doctor en ciencia, dos joyeros, un marmolista y un zapatero. Uno de los vecinos, encargado de vigilar la calle, golpea alarmado el cristal de la ventana. Se apagan las luces y los cigarrillos de los fumadores, los conspiradores se ocultan en un pequeño cuarto de provisiones y en el local se impone el silencio. Transcurridos unos pocos minutos, el peligro se aleja. Entonces, un modesto y respetado tipógrafo, de nombre y apellidos Pablo Iglesias Possé, conocido entre sus camaradas como el Abuelo, toma la palabra. Su discurso, debido al peligro que les acecha, es muy corto. Se toma la decisión de fundar el Partido Socialista Obrero Español (en adelante, PSOE). Se elabora un programa de acción que recoge el deseo unánimo de que la formación sea un partido obrero y de clase.

Desde entonces el partido, hijo predilecto de el Abuelo, se enfrentó a numerosos retos. Hoy se puede afirmar que es el partido más antiguo de España y que a lo largo de sus 135 años de historia surcó mares prestos a toda clase de calamidades sociales y tempestades politicas. Conoció fracturas, escisiones, peleas internas, formación de fracciones en su interior, bajas y nuevas incorporaciones. Al ingresar en la Internacional Comunista, conocida también como III Internacional, sintió muy de cerca el aliento y la mano de acero del gran hermano soviético. Al finalizar la Guerra Civil española, al igual que el Partido Comunista de España, fue declarado enemigo número uno del régimen del pequeño y astuto general golpista.

A pesar de los numerosos obstáculos que la historia levantó a su paso, el PSOE sobrevivió. Y siempre fue un un muro de contención contra los ataques continuos del capitalismo.

La Transición

Hagamos ahora un pequeño ejercicio mental y, dejando atrás una gran parte de la mítica historia del Partido Socialista (recordemos, partido obrero y de clase), imaginémonos, por un instante, que asistimos a un acontecimiento que pocos años después cambiará la historia de esta formación. Nos encontramos en Madrid, en el mes de mayo de 1979, en un luminoso y gran salón de actos que está a rebosar. En un ambiente de gran solemnidad se anuncia la apertura del 28 Congreso Federal del Partido Socialista Obrero Español. Viejos veteranos socialistas, con unas convicciones a prueba de torturas y prisiones y largos años de cárcel a sus espaldas, comparten vecindad con jóvenes y recién estrenados líderes que lucen sonrisa, americana y pantalón de pana. En las butacas de honor algunos invitados extranjeros. Corren los primeros meses de la Transición. Son tiempos de gran tensión política y social pero también momentos de grandes esperanzas.

Un joven abogado laboralista, Felipe González Márquez (en adelante,F.G.), católico, de 37 años y sevillano, busca acomodo en el pupitre. De estatura más bién mediana, fuerte a primera vista, sonríe unos instantes. Su mirada y simpatía deslumbran en pocos minutos a los veteranos presentes, cuyas vidas en la clandestinidad les enseñaron a no confiar demasiado en la gente. El discurso de bienvenida del secretario general, hijo de un tratante de ganado que emigró a Sevilla desde su Cantabria natal, pone en pie a los concentrados y arranca gritos de aprobación y aplausos ensordecedores.

El compañero Felipe se toma unos segundos, llena los pulmones con nuevo oxígeno y, en silencio, estudia celosamente a los reunidos. Gira la cabeza del norte al sur y del sur al norte y, ligeramente azorado, propone al Congreso... "abandonar el marxismo".

¡Madre de dios! lo que se armó en la sala. El gran auditorio quedó oscurecido. Parecía como si un terremoto, con la fuerza de un gigantesco maremoto, se tragara el suelo del monumental local y el cielo, en un abrazo sobrenatural, se fundiera con la tierra. Un profundo pesimismo, como una trompa de fuego perseguida por la gasolina, recorrió la sala. El efecto de la oferta anunciada era similar a una explosión de una bomba nuclear. Se escuchaban voces entrecortadas, condenas reprimidas. Muchos permanecían en estado de shock, como si la mano de un experto les hubiera hipnotizado. Desolación y frustración reflejan las caras de algunos.

El polvorín está a punto de estallar. Para evitar males mayores se toma una decisión salomónica: crear una gestora. A partir de ahora ésta se encargará de liderar el partido. La propuesta del sevillano es derrotada y F.G. dimite. Pero cinco meses más tarde, después de una reflexión madura, la gestora se baja los pantalones y ruega al abogado abandonar el destierro y reintegrarse en las filas del partido. El joven y ambicioso político, matriculado en Sevilla en 1965, acepta la invitación y, poco después, gana las elecciones por mayoría absoluta y es proclamado jefe supremo del ejército socialista.

Entonces pocos cayeron en la cuenta que la desaparición del marxismo, que ideológicamente sustentaba el principio básico de la formación, significaba izar la bandera blanca y capitular ante el enemigo natural de clase. Pero ahí no terminaba el asunto. Al decapitar el marxismo, pasito a pasito, se iban abriendo camino nuevas costumbres e instalando nuevos hábitos dentro del Partido Socialista que en su vida anterior eran calificados como comportamientos ajenos a un partido de trabajadores. ¿Qué duda cabe que, al desprenderse del corsé marxista, algunos miembros de la dirección se sentían más cómodos y más receptivos a la hora de tramar amistades y pactar, a nivel personal, compromisos de interés mutuo, con su antaño enemigo de clase? Al perder el olfato de un socialista comprometido con la lucha de clases, estos representantes del socialismo emergente dentro del Partido Socialista no se ocultaban, ya que la disciplina de partido, con sus contínuas referencias a la moral y ética socialista, con sus llamadas a la prudencia y al autocontrol, no eran más que una mordaza a la libertad de acción. En otras palabras, un coñazo. Y que las teorías que pronosticaban una vida mejor prometían más justicia y más dignidad sonaban a ser un cocido sospechoso, una demagogia pura. Y por tanto, merecían ser guardadas en un trastero sin luz y sin visitas. No costaba mucho comprender que a estos socialistas de nueva cuña, arribistas de hecho y burócratas con aspiraciones prácticas en la vida, que en tiempo récord se habían acomodado en la alta política, les importaba un pito la embarazosa lucha de clases y, por consiguiente, el bienestar de las hormigas maltratadas. Para el gran alivio de los trabajadores y sindicalistas combativos, la forma de pensar y actuar de estos políticos, con carné en el bolsillo pero sin apego a su clase, eran un secreto y se encontraban estos tipos en clara minoría.

La renuncia del Partido Socialista al marxismo asoló no sólo las filas de la izquierda española, sino que atravesó fronteras y provocó una alarma internacional afectando a numerosos partidos socialistas, que se sintieron traicionados. El partido obrero y de clase, se diseñó, a partir de ahora, como "izquierda moderada". El PSOE giraba a la derecha.

Los primeros años de la Transición fueron tiempos difíciles tanto para el PSOE como para la izquiera española, en general. Rodeados de un entorno hostil ideológicamente y la real politic tímidamente asomándose por la ventana para hacer sus primeros pinitos, la derecha se esfuerza para no provocar a los quintacolumnistas rojos. Necesitan ablandarlos y domesticarlos, pero sin provocar su ira. Así lo exigen las circunstancias. Urge integrar a estos piojosos comunistas para que la bien engrasada máquina del neoliberalismo funcione sin atascos. Los enfrentamientos y las disputas no son buenos para preservar la excelente salud del mercado libre.

Las trincheras levantadas durante la Guerra Civil habían quedado atrás

La izquierda, a su vez, no peca de ser ignorante. Consciente en todo momento de haber nacido, crecido y de haberse formado políticamente y fortalecido en un mundo burgués, sigue con su lucha en defensa de los trabajadores. Claro que esta guerra ya no es la misma. Las trincheras levantadas durante la Guerra Civil habían quedado atrás. Ahora el escenario ha cambiado. La democracia y la monarquía parlamentaria obligan a sentarse en el mismo hemiciclo a los antagonistas. Y siendo esta la realidad del momento, los teóricos de corte marxista se ponen a elaborar nuevas tácticas y perfeccionar estrategias para adaptarse a las nuevas normas. Como unidades políticas tienen que sobrevivir para seguir marcando el paso a los trabajadores. No es el momento oportuno para andar por la vida en plan José Diaz, Pasionaria o el tovarich campesino. La lucha de clases, a partir de ahora, será de perfil bajo. Así lo demanda la realidad del momento. Mentalmente aceptados estos términos, estudiados a fondo los nuevos conceptos programáticos, fijados los proyectos ideológicos e informados los militantes de base, la izquierda, que alberga en sus formaciones sensibilidades muy dispares, desde el Partido Comunista hasta la izquierda anticapitalista, se pone a trabajar. Sus dirigentes, representantes elegidos por la voluntad popular, ocupan sus asientos en el Senado y el Congreso. Y cumpliendo estrictamente el protocolo, elaborado para la ocasión, juran lealtad a la Carta Magna, a la monarquía parlamentaria y también a la bandera de España. Arranca un difícil vals de contactos y búsqueda de compromisos impuesto por las circunstancias históricas.

La primera memorable acción de la izquierda se produjo en 1977. La Unión Centro Democrático (UCD) necesitaba el apoyo del PSOE y del Partido Comunista en particular. Gracias al consenso alcanzado, Adolfo Suárez pudo proclamarse presidente del Gobierno durante la primera legislatura constituyente de España.

Virtuoso insuperable en artes de corrupción, la derecha española siempre buscó el punto menos protegido de su enemigo de clase. Empuñando la antorcha de la democracia, con el marxismo demolido dentro del Partido Socialista, los caimanes de Alianza Popular, con Fraga Irribarne a la cabeza, se ponen a trabajar en proyectos de largo recorrido. Piensan en lo fructífero que podría resultar crear un vínculo con el PSOE. Al fin y al cabo, sus estudios internos indican que en un futuro no tan lejano ambas formaciones podrían ser partidos mayoritarios y, por consiguiente, turnándose, podrían gobernar España sin que nadie les haga frente. Así, por vez primera, en las entrañas del partido de AP se baraja la idea del bipartidismo.

En 1982 el Partido Socialista, liderado por Felipe González, se alza a la conquista del español Palacio de Invierno (la Moncloa). Al conseguir una aplastante victoria, el vencedor es proclamado como nuevo presidente del Gobierno del Reino de España.

La operación harakiri al marxismo dio, al parecer, los resultados esperados. En un mundo occidental y con nerviosismo visto el Este comunista, con sus innumerables partidos ocupando plazas estratégicas por todo el mundo, ¿quién en su sano juicio quiere pactar un Gobierno de Estado con un partido marxista? Y este, podemos suponer, fue el mayor reto al que se enfrentó el Partido Socialista. El plan de la jerarquía socialista consistía, probablemente, en sacrificar el marxismo para poder acceder al Gobierno de España. Un plan que, la lógica sugiere, no se presentó para un estudio crítico y detallado en las células del partido y que al ser compartido con la numerosa militancia no se explicaron, con la claridad suficiente, las razones de fondo y el carácter real del abandono del marxismo.

Seguro que la dirección del PSOE interpretó el adiós al marxismo de forma muy diferente a la del firmante de esta reflexión. Porque lo dicho no es más que eso: una suposición, una reflexión. Un leve intento de acercarse a la verdad y responder a la inquietante pregunta: ¿Por qué el marxismo, el corazón y la sangre de un partido obrero, fue deplorado dentro del Partido Socialista?

El que suscribe esta opinión, que es un completo profano en cuestiones de alta política y que, por consiguiente, desconoce la verdadera magnitud de la operación kaput al marxismo, considera que desmontar el marxismo, que es la clave de su ADN socialista, fue una cochinada, una gran putada para los intereses generales de los trabajadores de España. Después de todo, a lo largo de los últimos años, ¿mejoró la vida y la protección del principal protagonista de la lucha de clases? Los trabajadores siempre fueron y siguen siendo carne de cañón de los intratables tiburones del capitalismo; víctimas, sin ser culpables, en un país configurado por la troika como "regional" y de "tercera".

La llegada triunfal de F.G. a la Moncloa provocó un estallido de entusiasmo popular jamás registrado antes en el reino. Toda España, situada a la izquierda, parecía ser un gigantesco portaaviones, con sus potentes reflectores encendidos, vino a granel a tope, gritos de alegría y bailes hasta desmayarse. Durante los catorce años (1982-1996) al frente del timón, González Márquez, con gran maestría, practicó la vieja política de "palo y zanahoria". Al igual que un audaz ajedrecista, combinó una política liberal con progresivas reformas en sanidad y en materia de la enseñanza. Se vieron implicadas en una profunda modernización la industria y la economía nacionales. Se registraron otros importantes avances. Sin embargo, el tristemente conocido Plan de Empleo Juvenil, que originó los famosos contratos basura y, que blindado por ley, establecía que el empleado, al finalizar su contrato, perdía automáticamente el derecho a la ayuda social, revolucionó las centrales sindicales y puso en pie de guerra a la izquierda. Otra de las ocurrencias del Gobierno de F.G. fue la puesta en marcha, bajo el paraguas legal de las empresas de trabajo temporal; un recorte sentido de las prestaciones por desempleo; y el odiado por los perjudicados medicamentazo, que retiraba las subvenciones de la Seguridad Social a unos medicamentos demandados.

El fantasma de la lucha de clases abandona su bunquer y el pueblo, nuevamente, recorre las calles, plazas y ciudades de España.

Todo tiene su fin

Suele decirse que todo tiene su fin. Al igual que las películas o aquellos motores de coches nuevos que un buen día terminan muertos. Al abogado sevillano también le aguardaba la muerte... política. Juan Guerra, el hermanísimo del vicepresidente Alfonso Guerra (1982-1991), acusado por la Justicia de tráfico de influyencias, fue el primero en clavar la estaca en el corazón de F.G. Este, gravemente herido, presenció grandes casos de corrupción, que afectaban directamente a su Gobierno socialista: el asunto GAL ,el caso Ibercorp, el caso Roldán, etcétera. El destino final del primer presidente socialista de España no tardaría en ser escrito con letra pequeña en su partida de defunción.

Pegada a la pantalla de la televisión, la España republicana, conteniendo la respiración y con el corazón dolido en el puño, observa cómo el pequeño y fibroso pugil Aznar reta en el ring televisivo al visiblemente abatido andaluz. Este, como una angula, se revuelve en su sillón y se defiende diciendo algo que no llega con claridad hasta los micrófonos.

"Vayase, señor González", insiste una y otra vez el enjuto candidato. Su prepotencia y su voz burlona, el trato irónico y casi despectivo que dispensa al presidente del Gobierno en funciones consiguen que la izquierda del país se sienta insultada.

¿Reflexionó entonces el PSOE? Probablemente no lo suficiente. Porque poco después estallaron nuevos escándalos de corrupción. En el mercado de valores de las formaciones políticas la autoridad moral del Partido Socialista vale cada vez menos y el número de sus votantes va cayendo. La lenta descomposición del partido de Pablo Iglesias, el Abuelo, está a la vista. En 1996, en las elecciones generales, el Partido Socialista habia perdido 18 diputados, cuando tan sólo tres años antes contaba con 141 en el Congreso de la nación.

Ese mismo año llega, por fin, el Día D para F.G. José Maria Aznar irrumpe en la Moncloa con la fuerza de un ciclón. Tiene tanta ambición que se cree ser el gran Atila del momento. El Partido Popular se hace con el mando del Gobierno central. El bipartidismo ya es una realidad y tiene cuerpo de adulto. El sofisticado mecanismo de este fenómeno en la política española garantiza a los dos partidos mayoritarios un gobierno de turno.

En 2004 se dan las condiciones para que el PSOE vuelva a ganar las elecciones generales. Aprovechando la llegada de la primavera, en la Moncloa se abren todas las ventanas para que con la entrada de José Luis Rodríguez Zapatero (abril de 2004-diciembre 2011) no quede ni recuerdo de la presencia en los despachos del palacio del partido de Aznar.

Para entonces, la Unión Soviética y su comunismo del net permanecen bien enterrados bajo los escombros de la historia; algunos máximos dirigentes de países socialistas, en su época firmes aliados de la URSS, aborrecen públicamente del muerto ya hermano moskovita; el marxismo del PSOE ya es agua pasada y está olvidado. Los ideólogos del Partido Popular aprovechan la coyuntura favorable para sus fines políticos y siguen mintiendo a los españoles afirmando que el sistema neoliberal es el "único válido" y que en el siglo XXI el capitalismo ha demostrado ser, y esta vez a nivel universal, la criatura mejor preparada y más resistente frente a las diversidades de la historia. Y recuerdan, además, que la lucha de clases ha muerto, como ha muerto la Unión Soviética.

Mientras tanto, la gran recesión económica de 2008, como si fuera un cáncer, va devorando las principales economías mundiales. Impotente para enfrentarse a su fuerza letal, uno tras otro, como en un gran tablero mundial, caen los países más ricos del planeta. Muy pronto, entran en el escenario los principales actores de este desastre global: inflación, guerra de divisas, guerras comerciales, burbuja inmobiliaria, deflación, bancos que no aguantan la presión y requieren el rescate, crisis crediticia, crisis hipotecaria...El mundo capitalista está a punto de ser devorado por su propia codicia.

El Gobierno de Zapatero, desconcertado por la imparable ola de la crisis, intenta, en ocasiones en vano, salvar la situación. Con urgencia, y precipitadamente, se toman medidas antipopulares que dañan fuertemente la imagen de su Ejecutivo y del Partido Socialista.

El reinado de Rajoy

El 21 de diciembre de 2011 Mariano Rajoy, conocido en los mentideros madrileños como la eminencia gris del Partido Popular, gana las elecciones generales. Su reinado empieza con declaraciones, como de costumbre, opacas y alejadas de la realidad. El día de su abrumadora victoria llama a los españoles a "recuperar el orgullo" y añade, presumiendo de sus dotes personales, que "España dejará de ser un problema para volver a ser parte de la solución".

El bipartidismo, más que nunca, se hace imprescindible para que el Gobierno de Rajoy pueda seguir reteniendo en sus manos el máximo poder. Cualquier partido con representación popular en el Senado y el Congreso que pretenda impugnar el Gobierno de la nación será tratado, gracias al bipartidismo, como la peste y, llegado el caso, quemado en la hoguera. Digan lo que digan los imfames críticos del bipartidismo, el Partido Popular y el Partido Socialista embolsan juntos el mayor número de votantes. Y si alguna formación nacional cuestiona este hecho, ahí están las pruebas: en sus respectivas cajas blindadas, ambos partidos guardan el número de votantes, con sus pertinentes documentos firmados, sellados y debidamente digitalizados.

Las drásticas medidas tomadas por el Gobierno de Rajoy, que ciegamente entregó la soberanía nacional a la troika y cumple a rajatabla sus amistosas sugerencias, no tardan en conducir al país a un callejón sin salidaamistosas. Se dispara la desigualdad, crecen la pobreza, el número de desahuciados y parados (a finales de marzo de este año el número real de parados, según Libre Mercado, era de 6,2 millones de españoles); se rescatan bancos; se privatizan sectores tan sensibles como la sanidad, servicios sociales y enseñanza; cierran sus locales los pequeños comerciantes; irrumpen los casos Gurtel, Bárcenas, Díaz Ferrán, Jesús Sepulveda...; se conceden indultos a personajes que merecen seguir en prisión; se imponen las abusivas tasas de Gallardón; se sancionan leyes, que restringen las libertades de los españoles, supuestamente protegidas por la Constitución; a golpe de proyecto de ley-hachazo se impide a las mujeres ser dueñas de su propio cuerpo..

La respuesta de los ciudadanos no se deja esperar y es contundente. Desde que Rajoy se encuentra al frente del Ejecutivo conservador, España se vió sacudida por dos huelgas generales. Se actualizaron y se pusieron en marcha las mareas blanca y verde, que defienden la sanidad, servicios sociales y la enseñanza pública y se manifiestan en contra de las privatizaciones y los recortes; emprendieron protestas pacíficas los militantes y afectados por la hipoteca, así como los indignados por la gran estafa de Bankia, que vendió a sus clientes las preferentes, aplicando prácticas deshonestas; abandonaron sus minas y a pie marcharon a Madrid desde Asturias los miembros de la marea negra, conocida como el movimiento 22-M o Marcha de la Dignidad, en señal de protesta por el cierre de las minas; se movilizaron Democracia Real Ya o la Coordinadora 25-S, que reunió, frente a las puertas de las Cortes, a miles de ciudadanos indignados, que bajo el lema Rodea el Congreso" gritaron largamente: "Lo llaman democracia y no lo es" y "No nos representan"; se movilizó el 15-M...

El Padrenuestro

Los ciudadanos españoles siguen alejándose cada vez más del PP y el PSOE. Este distanciamiento se hizo notar, muy especialmente, después de las últimas elecciones europeas el pasado 25 de mayo. De los 11 millones de votos en el año 2008, el partido de Zapatero y Alfredo Rubalcaba había perdido hasta la fecha más de siete millones de votantes. Pocas horas después de conocer los resultados, el Partido Socialista ya se encontraba hospitalizado y con un pronóstico grave. El Partido Popular, a su vez, no se daba por vencido. Siendo fiel a su forma de ser, al principio mintió diciendo a los españoles que había perdido sólo 18.000 de sus votantes y que estos se habían decantado por el Podemos de Pablo Iglesias Turrión. Pero pocas horas después, España supo que no eran 18.000 sinó 180.000 votantes los que abandonaron al Partido Popular y confiaron en Podemos. Y eso no fue todo. De un total de 54 diputados, correspondientes a España en la corte europea, el Partido de Rajoy había perdido 2,5 millones de votantes, lo que equivale a ocho escaños respecto a las europeas de 2009.

El desplome sufrido por el bipartidismo hace pensar que nos encontramos a las puertas de un nuevo ciclo histórico. El capitalismo, con su inseparable socio mercado libre, se encuentran, en estos momentos en graves apuros. La sombra de una gran coalición de la izquierda se cierne sobre la cabeza del neoliberalismo. "Un mundo se marcha, aunque no termina de despedirse, y otro se aproxima, aunque sus velas aún estan lejos de la costa", matiza Juan Carlos Monedero, de 49 años y uno de los fundadores de Podemos.

Luis Serrano es socio de infoLibre

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