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Mayte Mejía

Siempre que se acercan las fiestas de diciembre y primeros de enero, sigue pareciéndome un mensaje reaccionario aquello de “sienta un mendigo a tu mesa”, sobre todo teniendo en cuenta también que los 364 días restantes pasan hambre, frío, y sufren el rechazo de quienes se ven superiores a ellos, contribuyendo a enarbolar la arrogancia de una sociedad individualista, donde cada uno va a lo suyo sin reparar en las necesidades de los demás. Por otro lado, no deja de sorprenderme que, valiéndose de la pequeña pantalla, tenga que haber anuncios reclamo para mover nuestras conciencias, porque no somos capaces, habida cuenta de lo mal preparados que estamos emocionalmente, de hacer funcionar por medios propios la muela de molino que impulsa el músculo de la solidaridad.

Pienso, en estos momentos, en todas las madres y padres que no pueden dar a sus hijos siquiera lo más básico de una comida, la seguridad y el calor de un hogar, ni las herramientas sanitarias para la prevención de enfermedades que, de no ser frenadas a tiempo, derivarían en causas graves para la salud de los más pequeños. Por ejemplo, en Sadda, la segunda ciudad más grande de la provincia de Kurram Agency, en Pakistán, Médicos Sin Fronteras ha levantado un hospital que actualmente está lleno de mujeres con niños entre seis meses y cinco años que reciben tratamientos para la deshidratación y otros para el sarampión. Esto último es algo que en occidente, mediante la cobertura de vacunación, se ataja y no tiene mayores consecuencias. Pero allí, por la destrucción y el bloqueo de recursos, provoca inexorablemente la muerte. Como sabemos, esa zona es una de las más castigadas, donde tampoco se cumple lo que dice que, bajo ningún concepto, se atacarán o bombardearán “hospitales y colegios”, considerados lugares neutrales…

Por eso, llegarles ahora con abrazos sonoros de pandereta, con gestos bienintencionados metidos en bolsas de peladillas o con campañas magnánimas bajo emblema: “dales lo que te sobra” –que después yo si te he visto no me acuerdo–, pasa desapercibido, o cuanto menos, queda flotando en el cosmos de las cosas absurdas. Pero aquí seguimos, ajenos y pasmados, comiendo turrones hasta reventar y buscando la manera más sofisticada de asar cordero, ese animal despiezado que al final de las celebraciones, saturados de entrantes y empapados de vinos que agachan, no prueba casi nadie. Dicho esto, y con un enfado en el fondo de las tripas que ni les cuento, yo también formo parte del circo de consumo que actúa estos días.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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