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Lo que merece la pena

El presidente del Gobierno ha dejado una pregunta botando antes de retirarse estos cinco días: ¿Merece la pena? En estas horas fulgorosas del Twitter al que hemos vuelto a llamar Twitter, y agotadas todas las elucubraciones imaginables, es humano que hayamos pasado a pensarla en primera persona. Cada uno tendrá estos ratos sus merece la pena. ¿Merece la pena pasar la mayor parte de nuestro tiempo despiertos en una oficina? ¿Merece la pena trabajar sólo para pagar un alquiler grotesco? ¿Merece la pena preocuparse tanto? ¿Hay alternativa que sí merezca la pena? 

Y también: ¿Merece la pena aguantar lo que llega después de expresar una opinión? ¿Merece la pena exponerse a participar en un debate público minado e intransitable? En una sociedad polarizada lo primero que desaparece es el matiz. El matiz es ese lugar en el que podríamos encontrarnos con otros que no piensan exactamente como nosotros y tener una conversación que sea un intercambio y no dos monólogos que nunca llegan a cruzarse. No hay matiz posible si el debate público lo rige el insulto descarnado y la deshumanización del otro.

Se está confundiendo la fortaleza con la agresividad, el ingenio con el insulto, los hechos con cualquier cosa

Estos días también ha circulado un vídeo del programa MasterChef en el que una mujer del jurado le dice a una concursante que ha decidido irse:  “Si ya nos dijiste una vez que lo primero era tu bienestar, luego el de tu madre, luego el de tu marido y luego el de tu hijo de dos años”. Lo dijo, sí, con ese tono. Un tono de reproche, alguien afeándole a alguien los sentimientos más básicos de un ser humano: priorizar su existencia y la de sus seres queridos. Esos valores crueles permean en la sociedad. Esos valores no deberían tener cabida en la televisión pública. 

Se está confundiendo la fortaleza con la agresividad, el ingenio con el insulto, los hechos con cualquier cosa. Nos faltan matices y nos falta un mínimo: un mínimo de interés común para que quede algo detrás de nosotros. Un mundo, digamos, habitable en todos los sentidos. El ambiente irrespirable ha salido del Congreso y se ha colado en nuestros bares y en nuestros colegios y en nuestras casas. Nadie va a ganar con esto. No merece la pena.

Una vez sentí mucha lástima por Estados Unidos al leer que había personas pensando no pasar Acción de Gracias en casa porque no podrían soportar a algún familiar con una opinión diferente. Unos años después, la lástima nos tocaba a nosotros aquí. Creo que es un fracaso colectivo que no podamos sentarnos a la mesa juntos y confrontar sin salir heridos. Sé que es una realidad difícil y a mí a veces también me cuesta. Pero creo que merece la pena intentar que haya espacios intermedios y matices donde contemplarnos. Es más fácil deshumanizar a alguien con quien no has compartido mesa o intereses comunes. Deshumanizar no puede ser una opción. Hacer lo posible por revertir esta tendencia seguro que merece la pena. 

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