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A los jóvenes búsquenlos por la Z

“Los jóvenes ya no se esfuerzan”. “Los jóvenes lo quieren todo”. “Los jóvenes es que lo han tenido todo”. “Los jóvenes no tienen para la hipoteca porque se lo gastan en festivales”. “A los millennials no se les puede decir nada”. “Los millennials son de cristal”. A los que residen en estas frases, siempre tengo ganas de comunicarles una actualización: los millennials ya no somos los jóvenes. Los millennials –no muchos– ya estamos pariendo a la última generación, los Alfa. Sus quejas sempiternas sobre los jóvenes deben remitirlas ahora a los Z. También me gustaría decirles a esas personas que pueden tratar de conocerlos antes de juzgar, como tanta gente –alguna prensa incluida– hizo con nosotros.

Esta semana la vida me ha puesto jóvenes Z en todos los escenarios posibles. Nunca les había dado clase y apenas tengo alguna amiga millennial pequeña que roza por lo alto esa generación. Me gustaron y creo que me entendí bien con ellos. Hablamos un idioma común: salud mental, derechos, diversidad, redes. Ellos no recuerdan el mundo sin internet, nosotros somos la bisagra entre ese universo y el otro. Todo lo que sabía de ellos se lo había escuchado en Buenismo Bien a la periodista Gema Jiménez Maldonado, una gran traductora cultural, y lo había visto en el Instagram de Cruz Corral, que retrata de manera brillante cómo se comporta cada generación en el trabajo. Me parece que hay mucho que aprender de los Z. Que hay que evitar hacerles lo peor que nos hicieron a nosotros: ridiculizar nuestras quejas. Y que debemos seguir con ellos la cadena de quienes sí nos ayudaron a colarnos por las rendijas de este sistema quebrado.

A los Z, me parece, se les ha robado incluso la posibilidad de frustrarse, es decir, de al menos aspirar e intentar

Volviendo de esa clase en el tren, me encontré con una chica Z de mi ciudad. Moño, blazer verde espiga, camiseta, vaqueros y deportivas. Por el aspecto, perfectamente una millennial que viene del trabajo. En lo que decía vi la brecha. Es una chica que se ha sacado todo con beca por su excelencia, que ya tiene dos carreras y un máster y prácticas valiosas en su campo. Le pregunté qué es lo que más le gustaría hacer si pudiera elegir. Me dijo: yo sólo quiero trabajar. Un millennial a su edad habría verbalizado un sueño, aunque estuviera a dos meses de descubrir la estafa que nos tocaba. A los Z, me parece, se les ha robado incluso la posibilidad de frustrarse, es decir, de al menos aspirar e intentar. Una chica como ella debería poder elegir trabajo y marcharse de cualquier trabajo que no cumpliera sus condiciones. En este país no funciona así y los Z nacieron sabidos.

Cuando bajé de su coche, tuve la urgencia de escuchar una canción que me enseñó en 2012 una amiga emigrante en Portugal. Parva significa tonta, eu es yo, pais es padres, estagiar quiere decir hacer prácticas: Sou da geração sem remuneração/e nem me incomoda esta condição/que parva que eu sou!/porque isto está mal e vai continuar/ já é uma sorte eu poder estagiar/ e fico a pensar/ que mundo tão parvo/ que para ser escravo é preciso estudar/ Sou da geração ‘casinha dos pais’ /Se já tenho tudo, para quê querer mais/ Sou da geração ‘vou queixar-me para quê?’/Há alguém bem pior do que eu na tv/ Sou da geração ‘eu já não posso mais!’/Que esta situação dura há tempo demais/ E parva não sou! Esta canción de Deolinda, un himno de la precariedad millennial, es otro idioma compartido con los Z. 

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