Librepensadores

Un punto G para el optimismo

Mayte Mejía

Marzo de 1965 es una fecha histórica y fundamental para todo afroamericano, ya que, a las afueras de Selma, Alabama, un grupo incalculable de personas, encabezadas por el Dr. Martin Luther King Jr., iniciaron una marcha pacífica para reivindicar su derecho al voto. La respuesta violenta que encontraron fue contundente, llegando a herir a muchas de ellas. Pero, tras difundirse las imágenes por todas las televisiones, el presidente Lyndon Baines Johnson se comprometió a llevar una ley que garantizase dicho derecho. Así pues, el 6 de agosto de ese mismo año, se aprobó la que respaldaba lo antes dicho en la decimoquinta enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América, que establece que: "Los Gobiernos estadounidenses no pueden impedir a un ciudadano votar por motivo de su raza, color, o condición anterior de servidumbre". Lamentablemente para toda la humanidad, y en claro retroceso, el 26 de junio de 2013, la Suprema Corte decidió destriparla dando vía libre a los estados del sur y varias jurisdicciones. Es decir, esta nueva ley derogó que las urnas estuvieran vigiladas para que negros, latinos y otras minorías oprimidas, que tuvieran la mala suerte de caer en una mesa cuya presidencia o alcalde fuera racista, pudieran ejercer su derecho al sufragio con total libertad.

Recuerdo todo esto −lejos de caer en comparación alguna− al conocer que en Casa África, del 17 de febrero al 6 de mayo, se puede ver la exposición fotográfica de Isabel Muñoz y Concha Casajús, en colaboración con la periodista y activista congoleña Caddy Adzuba: Mujeres del Congo. Heroínas que luchan por sobrevivir a la barbarie, la humillación, la violación sexual y la miseria en la que viven, a pesar de las riquezas del país −diamantes, oro, petróleo, gas−, y que son tratadas con desprecio y como simples máquinas reproductoras. Los testimonios que se visualizan en cada fotografía lo muestran. Pero estas mujeres valientes, que después de mucho esfuerzo y no menos sufrimiento han conseguido salir adelante, abren el camino a otros muchos para que sigan el mismo ejemplo. Como en su momento, impulsados por Martin Luther King, lo hiciera la comunidad de personas de piel negra.

La crisis mundial que se vive ha destapado otros grupos marginados o arrinconados en la indigencia de las cosas que ya no sirven. Ciudades cuyos contrastes distan mucho del sueño por conseguir un mundo mejor para todos. Barrios dentro de una misma metrópolis donde a las doce de la noche se corta el alumbrado eléctrico, para que las calles de glamur, las mejor asfaltadas, cuidadas y limpias, no queden a oscuras. Niñas que se esconden entre las tapias del recreo porque sus deportivas de mercadillo están rotas. Niños que encuentran en peligrosos vertederos, donde ni los automóviles se atreven a circular, juguetes mutilados con los que, probablemente, empezarán a jugar a las guerras urbanas. Indigentes que encuentran la muerte entre sombras en los portales. Abuelos que pierden sus plazas en residencia para mantener a hijos y nietos. Jóvenes de gris futuro… Expectativas huecas y falta de esperanza. Perfiles, todos, de una sociedad manipulable, dependiente, solitaria, introvertida… Sin embargo, me niego a tirar la toalla colectiva, porque estoy convencida de que hay que buscar el punto G al optimismo, a las ganas de hacer y de participar en el apasionante proyecto de vivir. Y, también, porque hay que desembalar nuestro lado más activista para que las generaciones que nos siguen no se vean privadas de libertad.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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