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Hay primaveras que nunca parecen llegar

Rafael Granizo

Cuesta mucho ser paciente con la intolerancia, con la verborrea de algunos comentarios que parecen más producto del adiestramiento cerebral que de reflexiones basadas en el análisis y la experiencia. Escuchar o presenciar aún ofensas e insultos en foros, calles, autobuses y hasta en el mismo parlamento hacia los perdedores de la guerra civil española mina mi carácter. Contemplar como sigue una parte de esta sociedad encerrada en el laurel de la victoria de hace ochenta años, despreciando a las víctimas que quedaron sepultadas o que han crecido con el estigma de la orfandad de sus seres queridos, privados de derechos fundamentales y subyugados a tener que vivir en la esperanza, sigue socavando mi tolerancia. Observar la llegada de nuevas generaciones infectadas con el virus del rencor hacia aquellos que quieren suturar, aunque sea con hilo de rabia, las cicatrices de su memoria me produce cefaleas poco recomendables. Ver cómo las hienas vuelven, una y otra vez, a sacar sus colmillos en torno a la Ley de Memoria Histórica desespera al más paciente y verles aullar en torno a sus presas, con ademanes de crispación, vuelve a helarme la hiel.

Si tras cuarenta años, simples reconocimientos de justicia histórica y social, a quienes vilmente fueron perseguidos, humillados y asesinados, les provoca asombro y estupor es que el franquismo hizo, más que bien, su trabajo de adiestramiento. Hoy viéndoles vestidos de demócratas, de constitucionalistas, escuchando muchos de sus argumentos y observando sus comportamientos siguen provocándome escalofríos. Más me parecen vigías extemporáneos de aquél numeroso puñado de militares que sometieron al pueblo a un genocidio, liberadores de patrias que, aún hoy, siguen ejemplarizando nuestras calles con sus nombres. Ha pasado ya mucho tiempo… Pero en numerosas ocasiones y ante sus argumentos, sigo escuchando el acezar de la sangre de aquellas víctimas ante sus torturadores, la virulencia en sus palabras, el sarcasmo de sus rictus y la felicidad que les provoca su arrogancia. Sí, por momentos estos tiempos me evocan las vilezas de aquellas fieras sobre sus atemorizadas víctimas en oteros de fiesta.

Han pasado cuarenta años tras otros cuarenta años y aquel túnel de temor y miedo parece activo aún. Cuando una sociedad sigue bailando al son de hienas que continúan pateando derechos esenciales en la persona, como es la dignidad, está ante una sociedad enferma en grave estado de ulceración. Expresiones como la de la señora Aguirre: “Es una ley fratricida que el PP debería haber derogado. Una ley absurda” o la del señor Hernando:  “Algunos se han acordado de su padre enterrado solo cuando había subvenciones”, nos muestra los signos de ulceración a los que he aludido.

Más cae mi desánimo cuando contemplo la inagotable cantera de voceros, tertulianos o periodistas dependientes, que los agasaja diariamente como si se tratara de una guardia falangista. Es mucho tiempo ya el que ha pasado con muy poco bagaje democrático conseguido. Estos vigías extemporáneos de salvadores de patrias pasadas ya llevan mucho tiempo dando coces. La ley de la Memoria Histórica es sólo una de ellas, la propia Constitución Española, en sus 169 artículos ha sido víctima diaria de sus regocijos lúdicos y su despotismo ante la mirada de consternación de aquellos que creyeron salir de aquel viejo túnel de miedo, véase tan solo el otoño judicial que nos espera gracias a ellos; véase sus miedos campando a sus anchas por las mismas aceras que pisamos sus víctimas.

Hay poca esperanza, muy poca y primaveras que nunca parecen llegar... En un país donde los derechos y deberes de los ciudadanos son ninguneados durante tanto tiempo por quienes deben velar por ellos y mantienen esa cuota de votantes fieles a esos desmanes, nunca puede haber orgullo sino resignación. Oírles apelar, diariamente, al patriotismo y al constitucionalismo es, más que una mala broma, el desprecio absoluto a quienes no piensan como ellos.

No, éstos no son políticos, como no lo fueron los otros, son solo becarios de sus mezquindades que ahondan en las entrañas del ciudadano para sacar tajada. No nos engañemos, nuestro sistema político podrá ser llamado democracia pero la etimología de la palabra democracia no se corresponde con la realidad social que vivimos.

Quizá es que uno es excesivamente romántico y crea en quimeras quijotescas o tan solo sean los sueños de un majadero que pretende poner un punto y aparte a un tiempo de paciencia y resignación tan dilatado que nos permita a todo un pueblo caminar en una misma dirección. Permitirme, por último, mostrarles el odio visceral de una mujer que fue perdedora en la guerra civil española en su despedida a un hijo: “Voy a morir con la cabeza alta… Sólo te pido… que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor… Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí… Hijo, hijo, hasta la eternidad…”. Fueron las últimas palabras escritas de Blanca Brisac, tenía 29 años y fue una de las trece rosas rojas fusilada en la tapia del Cementerio de la Almudena en la madrugada del cinco de agosto de 1939.

Rafael Granizo es socio de infoLibre

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