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La Transición era esto

Pactos de la moncloa

Antonio G. Maldonado

El relato histórico oficial dice que entre la muerte de Franco en 1975 y el fallido golpe de Estado de Tejero en febrero de 1981, la clase política fue más generosa, la obrera se apretó el cinturón en un plan de ajuste (Pactos de la Moncloa) sin mucho protestar, y la élite empresarial hizo más concesiones que nuestros actuales dirigentes y empresarios. Una Arcadia en la que los líderes de la oposición al régimen de Franco y los reformistas del interior pactaron una agenda para poner España a punto para la entrada en Europa y garantizar la democracia y el progreso generalizado. Todo ello bajo la supervisión del rey Juan Carlos, partero de las libertades españolas. Y durante casi cuatro décadas este relato ha sido generalmente aceptado.

Pero la crisis y los casos de corrupción de la élite político-económica española, en gran parte la misma que tomó el poder a partir del 77 y de la que se alaba su generosidad entonces, han hecho que el relato histórico lleve años siendo cuestionado soterradamente, y que en los últimos meses haya sido, directamente, enfrentado con enmiendas a la totalidad, bien sea a través de declaraciones de líderes, movimientos sociales o ensayos históricos, como es el caso de Las claves de la Transición (Península), de Alfredo Grimaldos, cuyo elocuente subtítulo aclara que esta es una historia contada “para adultos”.

“Se ha vendido una imagen de la Transición que no tiene nada que ver con la realidad, porque no fue modélica, y hay que ponerla en su sitio”, afirma Grimaldos. “Se hicieron las cosas muy mal y se blanqueó el franquismo. En la Transición hubo muertos de los que no se habla, asesinados a manos de la policía, la guardia civil y la extrema derecha manejada desde el ministerio del Interior”, agrega.

La palabra Pacto es la que mejor define aquellos años. Desde entonces, la receta se ha recomendado en los distintos momentos de crisis políticas y económicas que hemos vivido, especialmente estos años. Pero, ¿pactar para qué? ¿Para ser libres, como contestó Fernando de los Ríos cuando visitó a Lenin en Moscú? Todo lo contrario, según Grimaldos. Para él, la Transición es el franquismo por otras vías. “La forma de Estado, la ley D´Hont, la corrupción… La falta de Transparencia tiene su origen en la Transición, porque todo se hizo de espaldas al pueblo por unas Cortes que se autocalificaron de constituyentes y no lo eran, y además ahora todo se agrava porque los medios están comprados y son igual de corruptos”, afirma Grimaldos tajante.

No se entiende bien, entonces, que la izquierda pactara con sus enemigos un acuerdo tan desventajoso. Grimaldos habla de la permanente amenaza que se esgrimía a los líderes de la oposición al régimen para que aceptaran trágalas como la bandera roja y gualda, la monarquía o los planes de ajuste económico. Aun así, para él, existió una traición onerosa por parte de Felipe González (“el hombre del SECED y la CIA en Suresnes, que le sacaron incluso el pasaporte”, dice) y, sobre todo, del líder del Partido Comunista, Santiago Carrillo.

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“Carrillo buscó colocarse en los nuevos tiempos y lo que hace es demoler la organización, su organización sindical, el partido, sus asociaciones vecinales, a cambio de nada. Es el que acaba con la posibilidad de una alternativa al neofranquismo”, dice contundente. Aunque afirma no haber leído la reciente y desmitificadora biografía que le ha dedicado Paul Preston, su concepto del líder del PC no puede ser más negativo. “Carrillo es escoria”.

Grimaldos insiste en la continuidad del franquismo con la democracia tal y como la alumbró la Transición señalando ejemplos, como el del asesino de extrema derecha de la estudiante Yolanda González en 1980, que trabaja actualmente para la guardia civil en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado.

La visión de Grimaldos es una enmienda a la totalidad de la Transición, a cuyas élites, herederas y continuadoras de las esencias del franquismo, culpa de los males de España. Se comparta o no, su visión crítica, en mayor o menos medida es la que se está aposentando en la sociedad española, como muestran las encuestas del CIS: desconfianza creciente en la clase política, en el bipartidismo, en la Corona y, en general, en todo lo que tiene que ver con una casta que ha acaparado el poder durante décadas, y que se resiste a dejarlo. Una generación orgullosa de su labor que cree que sus herederos no están a la altura de su legado.

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