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El nuevo reto de Omar Jerez: entrar en coma... y luego contarlo

Omar Jerez, durante su performance en San Sebastián.

Cuando Valerie Solanas cogió el ascensor de la Factory con su pistola en el bolso y una loca idea tras la frente, llamar la atención del genio a cualquier precio, no sabía que con su fallo, con la no consecución de su premeditado asesinato, estaba a punto de robarle a Andy Warhol la oportunidad de imbuirse en esa utopía intelectual conocida como lo sublime. El propio artista lo reconoció tiempo después: “Siempre quise haber muerto, y aún lo sigo queriendo, porque habría terminado con todo de una vez”. Aquel 3 de junio de 1968, sin embargo, quedó guardado como el día en que solo llegó a rozar la heroicidad, en que únicamente pudo vislumbrar de lejos, dolorosa y frágilmente, con frustración, la posibilidad de ser elevado a los altares de los mártires de la causa del arte, de que su muerte pudiera ser su última y suprema obra, la pieza clave de su legado. Una muerte estéticamente perfecta por indeseada y trágica, por truculenta e histórica.

Esa posmodernidad que justo entonces comenzaba a manifestarse, con sus paradojas irresolubles y sus patologías y sus perversiones, con su desconexión con el pasado pero también con la lectura alternativa de este, ha sido llevada a su extremo más salvaje, y también más penetrante, por el artista granadino Omar Jerez. De fingir su muerte en Facebook –hasta el punto que ni su madre, "horrorizada" como está con los avatares de su hijo, supo de él en el mes que pasó desaparecido-, a recrear el secuestro de Ortega Lara o pasear por las calles del casco viejo de San Sebastián como una víctima de ETA, ensangrentado, sucio y cargando un muerto (ficticio) en brazos, el performer va a adentrarse un paso más en la lógica de lo limítrofe, al inducirse con la ayuda de un anestesista (a quien eximirá de toda responsabilidad) un coma cerebral que, como él mismo explica, podría dejarle en ese estado permanentemente, causarle algún tipo de parálisis o incluso, directamente, acabar con él. Aunque asegura no querer que nada de eso ocurra, sostiene que tampoco tiene miedo. 

Performance de Omar Jerez en San Sebastián

“Me baso en los testimonios de la gente que está entre la vida y la muerte”, cuenta sobre el germen de la idea, que pondrá en práctica este septiembre, en algún lugar por concretar en París o Madrid. Pocos habrá que no hayan oído esas historias de personas que pasan unos momentos clínicamente muertos, y que a su despertar, aseguran haber vivido una experiencia extrasensorial, como ese clásico tránsito por un túnel blanco y esponjoso, reconfortante, o la visión del saludo de los seres queridos ya fallecidos entre los brillos y las brumas de otro plano astral. “Quiero ver si el cerebro es oscuro y emite destellos de luz, como se dice”. Conocer qué guarda la cabeza una vez el yo sale de ella: “Tengo la esperanza de que existe un contenido de conciencia más allá de lo racional”. Una proposición teórica -ya explorada en la ficción, por ejemplo en la película de 1990 Línea mortal- que entronca también con lo inolvidable en estos tiempos: la crisis. Solo que entendida no en su acepción económica, sino espiritual. "Occidente siempre ha estado en crisis", señala. "La gente solo ha hecho algo con su vida a través de un soporte estético o material. La expansión del conocimiento no ha existido: la gente tiene pánico a la soledad, a conocerse a sí mismos".

Lo que él vea, sienta o padezca sobre su persona o sobre la vida sumido en ese trance, que llevará el nombre de Materia oscura. Partícula de Dios, lo plasmará en un escrito, que acompañará a la documentación audiovisual de la acción que, por razones de seguridad, no se podrá presenciar. Ya bordeó Jerez (Granada, 1980) esta cuestión con su propuesta Un buen día para morir, este marzo pasado. Entonces el performer se encerró tres días con un enfermo terminal de sida en una galería de arte, y obligó a los espectadores a observar el espectáculo, el de un hombre que muere ante los ojos de los demás, durante cuatro horas seguidas. El paciente, inmigrante irregular, se transmutaba así en emblema de los descastados de nuestro tiempo y lugar, seres humanos abandonados a su desgracia por un Gobierno que les ha retirado el derecho de recibir asistencia sanitaria.

“Si el código penal establece una sanción punible para personas que posibiliten la muerte voluntaria de otras, y, a su vez, la nueva reforma sanitaria desafía la ética universal condenando a la muerte a un grupo de ciudadanos convalecientes de una enfermedad tratable, ¿acaso no estamos incurriendo en otra especificidad o recoveco legal?”, rezaba el texto que el artista distribuyó sobre aquella acción. Parecida problemática, abordada desde un punto de vista divergente, el de la voluntad individual sobre el propio cuerpo, plantea Materia oscura. Partícula de Dios. Aunque por detrás, el trasfondo supera todo materialismo, toda relación o reacción frente a lo tangible, para aparcarse en un espacio donde lo estético se funde con lo intelectual en un intento de aprehender aquella sublimidad que a Warhol le fue arrebatada con su no muerte.

Su espíritu y su “intensidad”, dice, le llevan a creer en un arte “honesto y con concepto, en la línea del rupturismo, de llevar las cosas al extremo, tanto en el cuerpo como en la mente, para alcanzar ese punto bello, poético”. “Toco aspectos muy culturales, pero por la parte incómoda. Siempre me sitúo en la otra parte: busco dar verticalidad y poner en perspectiva”. De sus reflexiones, acumuladas en solo dos años y medio de práctica artística, surge su particular propuesta de vanguardia, un movimiento cultural con el nombre de Teoría involuntaria de una muerte confrontadaTeoría involuntaria de una muerte confrontada. Su manifiesto, que presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, recoge la idea de que la vehemencia con la que uno ejerza su labor creativa, en defensa o como crítica de otros, puede desembocar en el asesinato del creador. Esa muerte sería, precisamente, la obra magna del artista. Aunque, eso sí, no puede ser buscada expresamente.

Encerrarse en un agujero para liberarse de sí mismo

Encerrarse en un agujero para liberarse de sí mismo

Theo van Gogh, el cineasta asesinado a manos de un islamista, el escritor Salman Rushdie, contra quien el ayatolá Jomeiní lanzó una fatua por sus Versos Satánicos, o Roberto Saviano, amenazado por la mafia desde que publicara Gomorra, han sentado el precedente sobre el que se articula el pensamiento de Jerez. “La rama plástica no ha puesto sobre la mesa cuestiones como las que pusieron ellos, ni siquiera Ai Weiwei. Por ejemplo, no hay artistas de mi generación que hayan criticado directamente a ETA”. Cuando él lo hizo, dio lugar a “la performance más sonada de España”, tanto que incluso algún periódico nacional abrió con su foto en portada. La disciplina, de la que subraya la mala calidad de las propuestas nacionales, no es su única especialidad: originalmente Jerez es videoartista, de hecho, uno de los más cotizados de España y entre los más pujantes del mundo. Uno de sus vídeos, Estados Undios. Ronald, fue vendido el año pasado por 47.000 euros, y la revista Capital lo incluyó en su lista de los 125 artistas españoles más prometedores de 2013. Y parece que no tiene intención de bajar el ritmo, visto que cuenta que ya tiene en mente "80 obras para los próximos 20 años", si bien intuye que Materia oscura. Partícula de Dios será su "obra maestra". 

Performance en la que el artista recreó el secuestro de Ortega Lara

Consolidado ya como firma, el artista ha acabado siéndolo casi por casualidad. “Mi mejor amigo es pintor, y hace dos años y medio me animó a meterme en este campo”, cuenta Jerez, que es hijo de padre palestino y madre judía. “No tenía formación, y la primera pieza que hice fue un vídeo sobre Poli Díaz. A partir de ahí salió una exposición detrás de otra, ha sido todo muy vertiginoso, muy intenso”. Antes, y sin haber terminado la licenciatura, se dedicaba al oficio de bróker: “He ayudado a ganar pasta a gente: veía las lagunas donde no había fuerza". Ahora le han ofrecido un contrato en una empresa estadounidense para que transforme su arte en publicidad, por el nada despreciable salario de 25.000 dólares al mes. Se lo está pensando. Entretanto, aprovecha para reflexionar sobre el significado de lo que hace, convertir la filosofía -dice que no concibe el arte sin función- en acción. “Necesitamos un poco de electroshock, que nos balanceen. Estamos amordazados, intoxicados, en un proceso comatoso”. ¿Que él se induzca uno, no supone llevar la metáfora al límite? "No", responde él. “El límite está en lo que la gente cree que es el límite”.

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