Cine

La inocencia perdida

Un fotograma de 'Palo Alto', de Gia Coppola.

DAVID GARCÍA CASADO

Palo Alto, de Gia Coppola, adapta al cine las historias cortas del libro homónimo de James Franco, relatos contemporáneos del ambiente de chicos y chicas bien de Palo Alto, California. Para ello quizás se inspire en la cadencia narrativa de su tía Sofia, pero su mirada va más atrás y busca referentes en la forma de filmar y presentar los acontecimientos de clásicos como American Graffiti, La última película o Rebeldes sin Causa. Historias de jóvenes que en su proceso de crecimiento necesitan espacio, existir fuera de la mirada social ya que muchas veces de un modo inconsciente están realizando un experimento peligroso. Sus cuerpos, sus emociones, son armas que pueden herir a cualquiera que se ponga en su camino. Por eso buscan refugio en los lugares más recónditos, en los descampados, en los aparcamientos periféricos; es ahí donde se generan las historias y se toma el pulso que determina sus destinos.

De algún modo esa energía incontrolable resulta incomoda para la sociedad pero a su vez se vende como referente nostálgico: aquellos días “en los que vivíamos peligrosamente”. Por esa razón, los dramas juveniles son más intemporales que las historias de los adultos, conscientemente adheridas a la época. Aun más, algunos de los mejores narradores de novelas de la literatura estadounidense son jóvenes: El guardian entre el centeno, Las aventuras de Huckelberry Finn, El Gran Gatsby, Matar un ruiseñor… No importa en qué época se viva, un joven siempre es un joven y su única perspectiva es el aquí y ahora, y los modos de gestionar su deseo inmediato. Los cuerpos adolescentes son máquinas de escribir literatura; ollas a presión donde se cuecen los clichés de la cultura popular, de los estereotipos y los modelos paternos o fraternales, de la idiosincrasia de una región o un país…

Hay jóvenes que son capaces de dejar aflorar los efluvios, de vivir en la superficie, de exteriorizar las mutaciones salvajes del cuerpo y del espíritu. Otros, los más sensibles, afectados por el dolor que produce un estado de (des)ajuste permanente, viven pequeños dramas poéticos que se componen y conectan los unos con los otros a cada instante. Los mas tímidos, casi niños de Asperger, se ven aquejados de múltiples depresiones y estados de alegría repentina, flujos que escriben las más bellas historias y también a veces las más trágicas. De todos esos dramas: los embarazos adolescentes, los abusos, los suicidios, ellos son a duras penas los responsables, ¿acaso no viven en “la edad de la inocencia”?

En una secuencia de Palo Alto (que aún no tiene fecha de estreno en España), Emily (Emma Roberts) le dice a Teddy (Jack Kilmer): “A ti no te importa nada, ¿verdad?”. Él responde: “Ojalá no me importara nada”. Aunque parezca lo contrario, los jóvenes son casi siempre conscientes de su desajuste y de los errores que cometen pero por alguna razón no pueden hacer nada para evitarlos. Tan solo pueden sufrir por las consecuencias y anhelar desesperadamente que desaparezca el problema, o que alguien le ponga solución. Los acontecimientos más funestos muchas veces son generados por héroes locales alrededor de quienes giran los acontecimientos. Jóvenes que se lo juegan todo a una carta, que desafían a la autoridad, que ya han perdido la inocencia pero buscan un espacio de autonomía y poder conviviendo con los inocentes. Por eso la pérdida de la inocencia es siempre una toma de responsabilidad hacia un destino propio, el dejar de escribir las historias de otros: la del hermano mayor, la de la chica mas popular, de los formidables héroes adolescentes, y empezar a escribir la propia, aunque eso signifique dejar atrás a la familia, a la ciudad donde se ha crecido y a toda una idea de seguridad que nunca será indefinida. 

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