Poesía

Un viaje a las emociones del exceso

Un viaje a las emociones del exceso

“Por ganar gloria vagabunda, hice mía la noche donde navegan los pianos”, dice un verso de El piano del pirómano, primer premio del XXIX Certamen Internacional de Poesía Barcarola, de Ángel Antonio Herrera. Y así es como llega el periodista y poeta, con uno de esos nocturnos instrumentos, náufragos de cuerda tensa y negro lacado, a prender versos por bandera en su última obra.

El piano del pirómano es el sexto poemario de Herrera, un libro “de indagación de la belleza, o de la noche, ambas cosas con todos sus hechizos, pero también con todos sus daños”, lo describe. Una obra de poesía en prosa que persigue, a través de imágenes de imágenes y con un estilo barroco, penetrar en el lector y le da caza con sus metáforas de agosto casi otoño.

Ángel Antonio Herrera lleva más de 25 años ejerciendo el periodismo en prensa, radio y televisión “haciendo crónica social y columnismo diverso. Y aún más años escribiendo y publicando versos”, dice. A la pregunta de si el poeta ve mermada su imagen por contraposición a su actividad de periodista, contesta: “Yo me conformo con forzarme a escribir cada día mejor. En prosa o en verso. O sea, que no me conformo”.

¿Qué le diría Herrera a los que piensan que su profesión como periodista de sociedad no beneficia al poeta? No lo sabemos. Él prefiere ser correctamente diplomático y separar ambas facetas literarias: “Conste que bien pudiera escribirse una crónica de lo social en verso, pero en verso satírico, claro. Lo que pasa es que lo mismo luego no te lo pagan. Los alejandrinos cotizan poco. Nada.”

En cuanto a “la dificultad, si es que hay alguna dificultad,” de alternar el periodismo y la poesía, esta “es no intoxicar al poeta de periodista, o al contrario. Pero a mí esto no me supuso nunca ningún esfuerzo”, asegura.

Después de sus obras de distintos géneros Cuando fui Claudia, Esto no es Hollywood, Alta suciedad y de sus cinco poemarios –El demonio de la analogía, En palacios de la culpa, Te debo el olvido, Donde las diablas bailan boleros y Los motivos del salvaje–, Herrera llega con ansias de prenderlo todo en El piano del pirómano.

Esas ganas de pegarle a todo fuego se advierten, inherentes, en sus metáforas construidas con ecuaciones de adjetivos sobre adjetivos, tan etéreas como complejas, nada dibujables bajo la propuesta de visibilidad de Italo Calvino, pero con una dominante arquitectura conceptual que se asienta, grácil, sobre el lector.

El que ha sido primer premio en el certamen de Barcarola es un poemario en prosa. Esta es la diferencia principal con los anteriores poemarios de Herrera, lo que le permite “una poesía caudalosa, desabrochada, con mucha melodía interior, pero a lo ancho, una poesía muy cabalgada de susto de metáforas”, que es lo que al poeta le gusta.

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Es la belleza del dolor la que viene de la mano –o de la música– de El piano del pirómano, y a pesar de ser “un viaje a las emociones del exceso, una música de dinamitas, un asalto a la locura del lenguaje”, tiene la rabia contenida del grito que anuncia la injusticia ajena que duele como propia: “Mientras yo elijo la esdrújula con que alhajar el siguiente desvarío, una nueva tragedia habrá matado la misma esmeralda en diversas familias”, clama uno de sus versos.

Con su piano, Herrera viene “a repetir que para siempre nos hirió la belleza”, pero no cualquier belleza, sino aquella de alevosa nocturnidad que se inquiere en los “ojos embrujados” de las muchachas que habitan en sus versos, “mujeres de temperamento levitante”, “hadas” o “sirenas”. Muchachas que se dan un aire a aquellas aspirantes a actrices de Umbral, venidas de provincias y que frecuentaban la noche madrileña en busca de su suerte.

Su último poemario, a la venta en librerías españolas desde el pasado diciembre, se presentará oficialmente en “febrero o marzo”, dice Herrera. Y aunque entre sus versos confiesa que se daría por cumplido “y por feliz, acaso, si mañana entendiera que le hemos averiguado algún remedio al cruel domingo”, en realidad, El piano del pirómano “pretende, como todo poemario, promover la emoción. Tan poco, y tanto”.

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