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Teatro

La trampa (política) de la nostalgia

Una escena de 'A España no la va a conocer...'.

"Nuestros hijos nos van a preguntar: '¿Dónde estabas tú la noche que ganó Felipe? ¿Y qué pensabas, y qué sentías?' Y, ¿sabes qué les vamos a decir? Que estábamos llenos de ilusión. Es que lo demás se va a olvidar. Estoy tan segura...". Quizás el personaje de Maru está en lo cierto cuando lanza esta frase desde el 28 de octubre de 1982, o quizás no. Pero en esa sentencia está el grueso de la temática de A España no la va a conocer ni la madre que la parió, una obra de la compañía valenciana Wichita Co, que recala en el madrileño Teatro del Barrio hasta el 29 de mayo hasta el 29 de mayo. Maru lo resume bien: la ilusión y el desencanto, los peligros de la victoria, el relato del pasado.  

El dramaturgo Víctor Sánchez Rodríguez regresa a Madrid, esta vez acompañado de la coautora Lucía Carballal, después de hacerse con un premio Max a mejor autoría revelación por su anterior obra. Si Nosotros no nos mataremos con pistolas reflexionaba sobre el difuso futuro de la generación nacida en los ochenta, esta nueva pieza recupera en parte la cuestión situándola en un determinado contexto político. Los compañeros, que se conocen desde los 21 años, comenzaron discutiendo sobre la nostalgia. "Hablábamos de la añoranza de un tiempo anterior al nuestro en el que la gente todavía podía creer en un proyecto. La generación de nuestros padres todavía había podido tener una ilusión, no quiero decir 'infantil', pero sí menos experimentada, mientras que la nuestra tiene dificultades para dejar de ser escéptica ante este tipo de cambios", explica ella.

De esa diferencia nació la trama de A España no la va a reconocer..., que toma prestada para el título la declaración de Alfonso Guerra en plena fiebre electoral, y que hoy puede antojarse no solo cómica, sino reveladora. En la primera parte de esta saga familiar (interpretada por Carlos Amador, Lorena López, Albert Pérez y Lara Salvador, con el apoyo de Ana Adams) se observa a los hermanos Iván y Nadia con sus respectivas parejas, que vuelven al hogar cuando su madre, militante comunista, decide encerrarse en el sótano, indignada con la victoria socialista de 1982. Mientras ella teme que "el villano sevillano" venda España a la OTAN, sus hijos tratan de decidir el futuro de la casa, de su rebelde progenitora y de sus propias vidas. La segunda parte viaja hasta 2018, cuando los primos, hijos de aquellas parejas, se encuentran con el mismo dilema: cada uno tiene un proyecto para la casa de la abuela, con una hipotética victoria de Podemos como telón de fondo.

 

La han situado en un futuro muy cercano —"aunque en dos años pueden cambiar mucho las cosas", apuntan— por dos motivos. Primero, para evitar "cierta responsabilidad de hacer una crónica del presente". Segundo, porque ven en este momento político un curioso reflejo de aquel. "El PSOE quedó como segunda fuerza, y después de una legislatura más o menos fallida de la UCD es cuando gana por 202 diputados", recuerda Sánchez, que apunta a que podría pasar algo similar con la formación morada y sus confluencias, después de un tiempo de gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos. En cualquier caso, es la victoria lo que desafía la ilusión de los simpatizantes. "En el momento en que Podemos tenga ese poder, habrá que ver cómo lo utiliza", imagina Sánchez, " Y queremos alertar de que podría verse afectado por el mismo desencanto que tocó al Partido Socialista".

Niños de la Transición

Niños de la Transición

El dúo utiliza el paralelismo entre "la familia como institución y el relato del país" que han utilizado otros creadores, como el dramaturgo Pablo Remón en 40 años de paz. "Teníamos una sensación de conversación pendiente con los padres", explica Carballal, "Nos resultaba curioso que ellos, que habían generado un mito en torno al felipismo, sin embargo miraran con escepticismo y miedo lo que está sucediendo ahora". Ven en la evolución de la generación de los cincuenta una explicación del "cambio de ideología del propio país". Iván ha crecido entre los discursos comunistas de la madre, en un hogar que funcionaba como centro obrero, pero sueña con comprarse un piso con vistas. Pablo, el novio de Nadia, lleva toda la vida ansiando la libertad, pero la emplea en su grupo Peluquería de Señoras antes que en militar en alguno de los partidos recién salidos de la clandestinidad. 

Sus hijos también siguen a vueltas con el pasado. Carlos está empeñado en crear una tienda-café-proyecto cultural a imagen de esas que invaden el centro las grandes ciudades. En ella, los usuarios podrían desconectar de la vida moderna y escuchar vinilos, volver a los juegos de infancia, coleccionar polaroids. Su prima Lara, en otro ejercicio de nostalgia, quiere que la casa de la abuela sea la suya propia, la de su familia, para cuando pueda volver a España, y sueña con alcanzar cierta calma, una parra en el jardín y su propia cerveza artesana. El primo Alberto, un cerebrito emigrado, les acusa de desear refugiarse en un pasado que ya no existe: "Vuestros planes son ejercicios de resistencia, de querer volver a atrás". Víctor Sánchez coincide con él: "A nuestra generación se le ha quitado la facultad para inventar, para soñar proyectos nuevos. Estamos en un momento en el que se está destruyendo todo, y donde no hay alternativa al modelo imperante. Por ejemplo, la cultura hipster, que es la contracultura imperante, no es contestataria. Para nada. De hecho, apela a la nostalgia, que es lo más contrarrevolucionario".

Por eso tanto el ficticio Alberto como los dramaturgos reales proponen "intentar crear algo nuevo". Para ello no queda más remedio que destruir la casa y construir sobre ella un monumento en el que se lea: "Aquí se soñó con un paraíso de pan  justicia (...) Aquí vivió una familia de izquierdas, con sus contradicciones". Es, de alguna manera, un intento de destruir el mito de la Transición del que se habla desde el estallido del 15-M, que este domingo cumple cinco años. "La Transición era algo intocable, que nos habían contado que era maravilloso y que vimos que no lo era tanto. No se trata de mirar atrás con ganas de cortar cabezas. Pero creo poco en los mitos: también se tienen que derribar estatuas", apunta Sánchez. Carballal completa el discurso con su idea de arqueología familiar: "Siempre hay un momento en que la generación de los jóvenes va al baúl, saca las fotos y refunda el relato con otras palabras".  "Cuando empiezas a ver que la historia de tus padres no es idílica, que hay muchas cosas que se callan…", continúa su compañero, perfectamente acompasado. Y ella remacha: "Eso es hacerse mayor".

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