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Teatro

La “derrota oscura” de Max Aub llega al teatro

Escena de 'El laberinto mágico', de Max Aub, dirigida por Ernesto Caballero.

"Queda la derrota oscura y una lluvia sucia y fría. Ha llegado la Paz". Lo decía Max Aub desde el exilio, mirando al país que le había expulsado en su casa mexicana. Lo escribía es un supremo ejercicio de memoria y nostalgia: la serie El laberinto mágico, compuesta por seis novelas publicadas entre 1943 y 1968 que retrataban la Guerra Civil que el autor había vivido y perdido. Y ahora esa frase es una acotación a la adaptación de la saga al teatro, una proeza realizada por el Centro Dramático Nacional bajo la dirección de Ernesto Caballero, en el teatro Valle-Inclán de Madrid del 7 de junio al 10 de julio.

Los seis volúmenes Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1968)— han sido condensados por el dramaturgo José Ramón Fernández hasta componer una versión de apenas dos horas. Dos horas que se extienden para acoger a 15 actores que dan vida a unos 60 personajes. Un "gran mosaico de vidas" protagonizado por "la población republicana vencida", como explicaba Caballero, director del montaje y del centro teatral, en la presentación de la obra el martes. Se celebraba en el Museo Reina Sofía, aprovechando la muestra Campo cerrado, que toma su nombre del volumen de Aub y recoge el arte de posguerra. 

Y los perdedores son muchos. Combatientes anarquistas. Un médico republicano. Los jóvenes integrantes de un grupo de teatro. Miembros de las Juventudes Comunistas. Milicianos. Un batallón de peluqueros socialistas. Vecinas madrileñas que se echaban a las trincheras. Una prostituta. Un delator. Un juez de la República. Una actriz. El hombre que salvó Las meninas. Todas las casas de Madrid (y de Valencia, y de Barcelona), en las que había "por lo menos, el lugar de un muerto o un desaparecido". Las 30.000 personas que se quedaron esperando en el puerto de Alicante los barcos que nunca llegaron, las 30.000 personas a las que nadie salvó. No es la historia, sino el recuerdo que Aub tiene de la historia. Pero todo tiene el aroma de lo experimentado en primera persona: los bombardeos, el hambre, las formas de supervivencia. 

La saga, como la obra, es eminentemente republicana. Max Aub cuenta la guerra desde donda la vivió, desde ese bando cada vez más arrinconado contra las fronteras del país. A lo largo de las seis novelas, el escritor solo se centra en el combate en tres ocasiones. El resto de la obra transcuye en el espacio asfixiante de la retaguardia, que pierde la luz y el optimismo conforme va perdiendo la guerra. "El tema de la obra es la traición", dicen los actores casi en coro. "Lo que le interesaba era cómo en ese momento la gente que tenía que estar unida contra la gran traición, se vuelven los unos contra los otros", apunta la intérprete María José del Valle. Sus compañeros asienten. 

El elenco ha tenido un perso importante en la construcción de la obra. Más que normalmente. El laberinto mágico se gestó durante la pasada temporada como parte del laboratorio Rivas Cherif, el espacio de investigación del centro. Los ensayos duraron varios meses, el dramaturgo trabajó en el texto durante año y medio, y el proceso culminó en unos ensayos abiertos al público en abril de 2015. Más de un año después, tras modificar el montaje según las indicaciones de los espectadores de entonces, la pieza vuelve a las tablas. "Nos preguntábamos: '¿Es teatral la narrativa plasmada en El laberinto mágico?El laberinto mágico", recuerda Caballero. La respuesta ha sido afirmativa. 

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Para averiguarlo han tenido unas condiciones excepcionales. El sistema de laboratorio les da un tiempo y una libertad (sin preocupaciones sobre llegar a una fecha determinada, o complacer a un determinado público) que no tienen la mayoría de los montajes. En "un sistema que premia la inmediatez, el resultado en taquilla y que jibariza los elencos", dice caballero, "estos procesos no siempre tienen la repercusión que merecen". Pero "para tener tanto tiempo" tuvieron también que renunciar a algunos "elementos del espectáculo". La escenografía y el aparato técnico, que son casi inexistentes: la obra se desarrolla en un enorme campo cerrado que multiplica por cuatro los espacio escénicos habituales. 

El tiempo del que disponían les permitió, por ejemplo, salir a caminar por algunos de los espacios mencionados en la obra —"desde la casa del Guarda a la Puerta del Ángel"—, explorar las canciones que cantarían sus personajes o aprenderse la letra del Cara al sol (gajes del oficio). "Ha sido un diálogo contínuo con los compañeros, con el texto, con uno mismo", dice, entusiasmada, la actriz Marisol Rolandi, "Me pareció muy emocionante estar en escena haciendo lo que mi abuela me contaba que hacía". Hablar de los perdedores de Aub ha sido también hablar de los suyos. Parte del trabajo ha sido preguntarse sobre los avatares de sus propios familiares, esos que fueron un lugar vacío a la mesa, o esos que tuvieron que soportar la ausencia de los otros. 

Ha salido, en palabras de Caballero, "un relato nada maniqueo, profundamente humano". Y profundamente actual. La visión que cierra la obra, la de los ciudadanos mirando desesperados al horizonte, buscando un buque que les saque del país, recuerda a la de los refugiados que buscan hoy cobijo en Europa. Un continente "que no quiere enterarse de cuáles son sus tragedias", critica Caballero. Escribió Aub: "La guerra, ya lo dijo Francisco Franco: 'Ha terminado'. Los barcos no llegaron. Ahora, es otra cosa. Los vencidos ya no son enemigos sino prisioneros. También el autor se siente prisionero de sus historias, no sabe cómo salir del laberinto". No es el único. 

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