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Lou Reed, novio de España

El músico Lou Reed, durante un concierto.

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) tiene 12 años. Y tiene también un vinilo de un tipo del que jamás ha oído hablar, un rockero que se llama Lou Reed. El pequeño Vilas acaba de aprender quién es Lou Reed, pero tiene que buscar en la enciclopedia quién es Franco. Porque Vilas tiene un tocadiscos monoaural en el que deposita el vinilo, y de allí salen las guitarras de "Sweet Jane", y luego la voz de aquel extraño. Y la voz se transforma, para el chico que sería luego poeta y narrador, en La Voz. La que perseguirá más allá de los confines de Barbastro (Huesca), en autobuses que le llevarán a Barcelona, a Lleida, a Madrid, a Andorra. La que se paseará durante décadas por España, coreado por una manada de fans incondicionales. Lou Reed era español (Malpaso) es el título que ha dado el escritor a esta memoria doble: la suya, la del adolescente y el joven que fue, y también el menos joven; la del artista, vagando por una España que le era absolutamente ajena. 

"Esto es la memoria de una ilusión, que fue la música de Lou Reed", dice el escritor tras el enésimo café de la mañana. Después de una larga temporada en Zaragoza —habrá quienes recuerden sus estampas poéticas de, por ejemplo, el McDonald's de la Plaza de España de aquella ciudad—, vive ahora a caballo entre Madrid e Iowa, en Estados Unidos. Ahora que conoce el Medio Oeste estadounidense ve más claro lo que ya sabía: "Allí no es conocido. Es más famoso en España que en Estados Unidos. En toda Europa, en general, pero en España particularmente". El hecho de que el rockero diera su primer concierto en nuestro país en 1975, poco antes de la muerte de Franco, y fallezca él mismo en 2013, cuando España está enfangada en la crisis, es demasiado tentador para un poeta. España, defiende, es un país loureedianoloureediano

 

Portada de Lou Reed era español, de Manuel Vilas.

"En los ochenta Lou Reed pasa de ser un macarra a ser un artista de culto", explica, "España pasa de ser la prima retrasada, la vieja sifilítica de Europa a ser un lugar interesante y novedoso. Hasta la crisis. Lou Reed se muere y España entra en crisis. "Para los que venían de un país embalsamado, encontrarse con él, que traía esa mitología absolutamente estimulante como era el Nueva York de los bajos fondos, fue deslumbrante", dice. Con su delgadez, su aspecto demacrado, sus gafas de sol en plena noche y su aspecto de no dormir jamás, Lou Reed ofrecía una leyenda, un aroma a rebeldía y diversión, que en la España mil veces calificada como "gris" ni siquiera se olía. Una mitología de la que el propio Vilas se ha empapado luego en poemarios como Resurrección (2005) o Calor (2008), en novelas como El luminoso regalo (2013).

"Era el deseo de modernidad de este país. Ahí se encontraron Lou Reed y España", explica. Un encuentro personificado en varias ocasiones a lo largo del libro en un diálogo entre dos viejos amantes. "Él le ofrecía un mundo legendario, y aquí no teníamos leyendas. Aquí teníamos al Dúo Dinámico". La dictadura ofrecía sus propias leyendas miserables: la canción "Heroin" le es hurtada al pequeño Vilas del disco Rock'n Roll Animal, aquel primer disco revelador. Lo mismo ocurre con "The kids" en el elepé Berlin. Así se interesa el Vilas adolescente por Franco y su policía, que le sobreviviría varios años. Y así se interesa también por Andorra, ese gran almacén, el más cercano a Barbastro, en el que comprar cigarros y discos sin censura.

"Él ofrecía también una industria visual poderosísima, era una especie de conquistador. Él, y otros". Esos otros eran, por ejemplo, los Rolling. Pero Manuel Vilas eleva a su Lou Reed por encima del resto: "Lou Reed es una isla. Kafka es en la literatura lo que Lou Reed en el rock". Y a él le conquistó de una manera particular: "¿Por qué le fascinaba tanto esa voz", escribe Manuel Vilas, "Era él mismo quien se fascinaba a sí mismo a través de una Voz, una sutileza de su carácter, algo extremadamente narcisista. Esa Voz era un símbolo de sí mismo. Era un símbolo peligroso. Había dolor allí. Se estaba convirtiendo en las cosas que la Voz sugería. Era alguien transformándose. Era una metamorfosis juvenil". Ahí está Kafka/Reed. 

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La gracia, lo que hace que Vilas se ría a carcajadas, es que esa metamorfosis no fue solo íntima, sino colectiva. Las carreteras, defiende, van mejorando al ritmo de la carrerara de Lou Reed. Mientras el rockero va conquistando plazas de toros y estadios, los autobuses dejan de ser las destartaladas latas de los setenta para transformarse en los confortables vehículos de los ochenta. En los noventa, cuando España ha sido ya anunciada en Europa como la tierra de la Movida, cuando los Juegos Olímpicos y la Expo han enseñado a turistas e inversores que esto no es ya el tercer mundo, Lou Reed tiene su propio boom, su propia limpieza: "Lou Reed sale huyendo de la leyenda de las drogas. El Lou Reed drogadicto toca fondo en los noventa, y se convierte en un hombre saludable que hace tai chi y kung fu. No quiere cantar 'Heroin', por ejemplo".

El rockero decide morirse en 2013, cuando España ha dejado de estar en la Champions de la economía mundial (Zapatero dixit) y vuelve a ser la prima pobre de Europa a la que hay que pedir cuentas cada tanto. En entonces cuando el escritor decide poner sobre papel esta historia, la del Lou Reed español, que le lleva acompañando toda la vida. Quizás tiene que ver también con que la muerte de los otros suele recordar la propia. "Estamos en un momento histórico especial en el que vemos que los grandes iconos del pop se están muriendo", dice, con sorna, "que es algo que no estaba previsto en una industria basada en la exaltación de la juventud y donde la decrepitud es algo abominable. El canon rockero prohíbe la enfermedad". Se detiene y añade, entre risas: "Mick Jagger es el triunfo de la geriatría".

No hay desprecio por los viejos rockeros, al contrario. Las guitarras eléctricas, la velocidad, los Cadillac que conforman el imaginario del género están también en los libros de Vilas. Esta herencia musical le aleja de sus compañeros de generación: "La tradición literaria ha estado muy poco abierta a lo que no fuera… la tradición literaria. Difícilmente entraban otras artes a lo que es el universo de un escritor. Por eso cuando le han dado el premio Nobel a Bob Dylan me he sentido muy acompañado". Y muy lejos también de los poetas que se indignaron con el fallo. "Yo ya pensaba que el pop acababa teniendo su recepción y su sentido dentro de la literatura. La gran novela americana quizás esperaban encontrarla en una novela de Philip Roth o David Foster Wallace, y a lo mejor estaba en cinco discos de Lou Reed o cinco discos de Bob Dylan. La gran novela de Nueva York seguramente no la ha escrito Paul Auster sino Lou Reed". Dice que, como esto es lo que ha defendido la Academia sueca, ya se puede decir en España. Y que eso ha hecho. 

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