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Turquía, un país sumido en el círculo vicioso de los atentados y la represión

Entierro de Ayhan Arik, una de las víctimas del atentado de este domingo en una discoteca de Estambul.

A mediados de diciembre, dos atentados en ocho días bastaron para enturbiar un poco más el clima político de por sí convulso de Turquía. El sábado 10 de diciembre, la explosión de un coche bomba –colocado junto a un autobús lleno de agentes antidisturbios, en las inmediaciones del estadio del Besiktas de Estambul– y después la acción de un kamikaze en la misma zona provocaron la muerte de 44 personas, 37 de ellos policías, e hirieron a otras 155. El atentado fue reivindicado por el grupo de los Halcones de la libertad del Kurdistán (TAK), a quien las autoridades turcas consideran próximo al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y al que los rebeldes han recurrido para cometer atentados en el oeste del país.

El sábado siguiente, en Kayseri (Anatolia central), otro coche cargado de explosivos fue detonado junto a un autobús urbano que iba atestado de militares de permiso, pertenecientes a una brigada de comandos; murieron 14 soldados y otros 56 resultaron heridos. El lunes al medio día, esta segunda acción terrorista todavía no había sido reivindicada, pero los medios de comunicación turcos dieron cumplida cuenta de las “filtraciones” policiales que identificaban a los dos kamikazes como miembros del PKK.

En ambos casos, no se puede descartar que el PKK o el grupo TAK fueron los autores materiales. La rebelión kurda ha reivindicado ya operaciones con coche bomba, especialmente sangrientos, dirigidos contra las fuerzas de seguridad, pero que también han provocado la muerte de civiles, sobre todo en Ankara en febrero y en marzo de 2016 (29 y 37 muertos). En estos momentos también es de temer que los ataques sean la única forma que tiene de influir en la política turca una organización debilitada en el plano miliar y cuyas opciones políticas están bloqueadas. [En la madrugada de este domingo, un terrorista que ha logrado huir ha asesinado a 39 personas que asistían a la celebración del Año Nuevo en una discoteca de Estambul].

El fracaso de la campaña de guerrilla urbana, que ha causado más de 2.000 muertos entre el otoño de 2015 y la primavera de 2016 en el Kurdistán turco, parece haber debilitado notablemente al PKK, cuyo brazo militar, también implicado en la defensa de los cantones kurdos sirios, parece incapaz de llevar a cabo acciones de envergadura desde sus trincheras, en las montañas turcas.

Paralelamente, las medidas de excepción adoptadas por el Gobierno turco, después de la intentona golpista del 15 de julio de 2016, han hecho de la vía política algo prácticamente inviable para el movimiento kurdo. Ankara, que pasó por alto los resultados de las municipales de marzo de 2014, ha censado este año (y, la mayoría de las veces, ha encarcelado) a los representantes electos de los partidos prokurdos en casi la mitad de las 110 alcaldías en las que habían ganado. Unos 8.000 miembros del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, integrado por militantes kurdos y turcos de izquierdas) han sido detenidos, más de 2.300 de los cuales han ingresado en prisión provisional en los últimos 16 meses, según estadísticas del partido. Varias decenas de asociaciones kurdas y una treintena de medios de comunicación que se han interesado por el sudeste de Anatolia han acabado entre rejas. Y casi 11.000 docentes sospechosos de simpatizar con el PKK han sido suspendidos.

Estos atentados sumen a Turquía, un poco más, en una espiral de violencia y de represión, de venganza y de auge de los antagonismos. Tan sólo un día después del primer atentado, el ministro del Interior, Süleyman Soylu, decía: “La prioridad de las fuerzas de seguridad de la República Turca es vengarse de los responsables de esto […]. Vamos a pedirles cuentas a cada uno de esos bandidos”. Por su parte, el presidente Recep Tayyip Erdogan anunciaba el día 14 una “movilización nacional” contra el terrorismo. Y, días después, precisaba en qué consistía la medida: “Con el permiso de Alá, vamos a resolver el problema […]. Para ello, basta con que no los dejéis infiltrarse entre vosotros […]. Informad de inmediato, a nuestros servicios de seguridad, quién hace qué”.

Esta “movilización” se ha saldado con varios cientos de nuevas detenciones en el HDP, entre ellas las de dos diputadas que han acabado en prisión como diez de sus compañeros de filas, pese a que el partido había condenado, sin ambigüedades, los dos atentados. Una docena de locales de la misma formación también han sido objeto de ataques vandálicos, incendiados o tiroteados por “ciudadanos” enfadados. “Las declaraciones del presidente […], en lugar de apelar a la solidaridad nacional, han contribuido a señalar objetivos. Así interpretó el agresor la movilización nacional; cogió el fusil y trató de cumplir con su misión”, comentó el portavoz del partido, Ayhan Bilgen, después del ataque con escopeta perpetrado el jueves en la sede nacional.

Ahora bien, el HDP, sea considere brazo político del PKK o partido independiente, es un elemento esencial en cualquier proceso de resolución pacífica del conflicto kurdo, responsable de la muerte de más de 40.000 personas desde sus comienzos, en 1984. Gracias a la intermediación de diputados, actualmente miembros del HDP, fueron posibles las negociaciones de paz entre Ankara y el PKK, llevadas a cabo entre 2013 y junio de 2015.

Al margen de este partido, los atentados perjudican al proceso de paz en su conjunto, ahora en el punto de mira de la prensa progubernamental. “Lo primero que hay que hacer es acabar con esos traidores colaboracionistas que dicen ‘podéis salvaros de los males del terrorismo si hacéis esto o lo otro’”, escribe el editorialista Ersoy Dede, en el diario Star, mientras que el diario islamista Yeni Akit señala los objetivos: sindicatos de izquierdas, organizaciones profesionales, asociaciones.

Entre las bombas que legitiman un régimen autoritario y la represión que alienta que se recurra a la violencia, los “pacifistas” –que ya sufrían presiones: sirvan como ejemplo la novelista Asli Erdogan, entre rejas por haber dirigido, simbólicamente por un día, el diario prokurdo Özgür Gündem, o los firmantes de una petición de paz, que fueron despedidos de sus puestos– se desesperan. “El peso de nuestras almas partidas nos encierra cada día un poco más en la prisión de la impotencia. Los partidarios de la paz en Turquía nunca se han encontrado tan impotentes”, dice apesadumbrado el experto en el Kurdistán Irfan Aktan en el diario Gazette Duvar.

La sed de venganza consecuencia de estos atentados puede contribuir a aislar a Turquía en el panorama internacional. Cuando uno de los principales asesores del presidente Erdogan, Ilnur Cevik, recomienda en el diario Yeni Birlik que “se ponga en el punto de mira a Afrin, Kobané y todas las bases del PKK en el norte de Siria”, o lo que es lo mismo, a los diferentes cantones de la zona autónoma kurda de Siria, lo que está haciendo es apuntar a uno de los principales actores que lucha contra el Estado Islámico y que cuenta con el apoyo de Estados Unidos y Europa. Cuando otro asesor del presidente, Yigit Bulut, acusa en el diario Star a las “potencias mundiales” y a sus “colaboracionistas locales”, haciéndoles responsables del terrorismo y deseándoles “ahogarse en su propia sangre”, a quien denuncia de forma velada es a los aliados de Turquía en la OTAN. Una forma clara de complicar las relaciones diplomáticas de Ankara con las capitales occidentales.

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Traducción: Mariola Moreno

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