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Pánico en Kabul: la retirada de las tropas de EEUU deja la capital a merced de los talibanes

Un soldado del Ejército Nacional Afgano monta guardia en la puerta de la Base Aérea de Bagram, a unos 50 kilómetros al norte de la capital, Kabul.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

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Los talibanes entraron en Alasay, capital del valle del mismo nombre en la provincia de Kapisa, en un viejo tanque soviético T-72, con combatientes enloquecidos encaramados a la torreta. Este distrito lo conoce bien el personal francés. En marzo de 2009, el 27º Batallón de Cazadores Alpinos galo luchó con uñas y dientes para recuperarlo de los insurgentes, y luego para mantenerlo hasta 2012, cuando los franceses se retiraron, con el fin de evitar un cerco a Kabul desde el Norte.

Los insurgentes finalmente se lo arrebataron al ENA (Ejército Nacional Afgano) el 30 de junio. Este es uno de los varios indicios que hacen pensar que pretenden aislar la capital afgana del resto del país, especialmente del Norte.

Imágenes tomadas en Bagram, a 45 km de Kabul, muestran la salida de las últimas tropas estadounidenses de la que fue no sólo la mayor base de Estados Unidos en Afganistán, sino también el símbolo de su poder. Bagram no era únicamente un enorme aeródromo, desde el que se organizaba el abastecimiento de sus fuerzas armadas y desde el que partían los cazabombarderos que machacaban a los talibanes, sino una ciudad estadounidenseciudad. Junto a los enormes almacenes y hangares se encuentran centros de detención, donde se recluía a cientos de presos, supermercados y los inevitables establecimientos de comida rápida.

Las fuerzas armadas afganas deberían hacerse cargo de la base –oficialmente se les entregó el 2 de julio–, pero aún no se conoce la fecha. Mientras tanto, el Ejército estadounidense no les ha hecho ningún regalo. El material que no pudo llevarse fue destruido, por temor a que cayera en manos de los talibanes. Y tanto el Ejército estadounidense como las últimas fuerzas de la OTAN se están retirando a toda velocidad.

Para el presidente Joe Biden, aunque el calendario se vea alterado, la retirada no se completará antes de la fecha tope del 11 de septiembre, coincidiendo con el 20º aniversario de los atentados contra el World Trade Center. “Vamos por buen camino”, dijo en una conferencia de prensa.

Aunque se lo esperaba, el golpe es duro para el Ejército afgano. Ya no podrá beneficiarse del apoyo aéreo estadounidense –ni en la logística ni a la hora de conseguir apoyos mediante bombardeos–, que desempeñaba un papel fundamental para detener el avance de los “estudiantes de religión”.

Se espera que el Pentágono mantenga unas 600 tropas en territorio afgano, asignadas a la protección de la imponente embajada estadounidense en Kabul. La eventual retirada de las empresas militares privadas estadounidenses que operan en el país no parece haberse decidido aún.

Los talibanes ya celebran la victoria. “Acogemos con satisfacción y apoyamos esta salida”, ha declarado el portavoz talibán Zabihullah Mujahid. “Su completa retirada permitirá a los afganos decidir su propio futuro”.

Por tanto, Afganistán vive “una sacudida sísmica”, en palabras de Deborah Lyons, jefa de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán, el 22 de junio, ante el Consejo de Seguridad. Pero era totalmente previsible desde la firma de los acuerdos de Doha, el 29 de febrero de 2020, entre la administración Trump y los talibanes, ya que estos últimos se habían negado a hacer cualquier concesión sobre un posible alto el fuego. Aunque han cumplido su parte del acuerdo, es decir, la promesa de no atacar a las tropas estadounidenses e internacionales antes de su partida, desde entonces han intensificado sus operaciones contra las fuerzas de seguridad afganas.

Tras la confirmación de la retirada estadounidense por parte de Joe Biden el 14 de abril, ya no tenían motivos para mostrar la más mínima moderación, sobre todo porque ya no tenían que temer aquello que más miedo les daba: los bombardeos aéreos. La joven fuerza aérea afgana no está en condiciones de tomar el relevo; además, sus pilotos están en el punto de mira de una campaña de asesinatos.

Los insurgentes ni siquiera esperaron a la retirada completa de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN para lanzar una ofensiva a gran escala. Esto no es una sorpresa. Pero se esperaba en el Sur del país, donde los talibanes están mejor establecidos desde la creación de su movimiento en 1994, donde ya controlan un gran número de sectores y donde pueden beneficiarse más fácilmente del apoyo militar de Pakistán. Sin embargo, para sorpresa de todos, está siendo atacado todo el Norte de Afganistán, lo que demuestra claramente el fracaso de los servicios de inteligencia, estadounidenses o afganos.

Fruto de ello, está cayendo como fruta madura, en el Norte, un distrito tras otro. Según la Red de Analistas Afganos (RAA), una organización de investigación independiente con sede en Kabul que analiza los avances de los talibanes, los insurgentes han conquistado 127 capitales de distrito (de un total de 421 distritos) desde mayo, de las cuales sólo diez han sido reconquistadas por las fuerzas gubernamentales. Casi la mitad de estos distritos están en el Norte. La guerra se desarrolla actualmente en 26 de las 34 provincias de Afganistán.

Segunda resistencia

“Los talibanes están centrando sus operaciones en las provincias del Norte porque recuerdan que las batallas más duras que tuvieron que librar, cuando estuvieron en el poder entre 1996 y 2001, fueron en estas zonas, donde se encontraba el grueso de los combatientes antitalibanes”, entre ellos la Alianza del Norte, dirigida por el legendario comandante Ahmad Shah Massoud, explican Kate Clark y Obaid Ali, de la RAA. “Atacar el norte parece, por tanto, un ataque preventivo para evitar que la oposición del Norte se organice”, añaden.

De hecho, los antiguos señores de la guerra de la época de la invasión soviética han respondido a la ofensiva total llamando a una “segunda resistencia”, es decir, una movilización de sus partidarios y la reactivación de sus ardakiardaki (milicias). El reclutamiento masivo de nuevos combatientes a los que no se les paga casi nada –se les pudo ver desfilando en la gran ciudad de Mazar-I-Sharif– sugiere que no podrán hacer frente a los insurgentes.

Ambos investigadores establecen también un paralelismo con la campaña de asesinatos de invierno en Kabul contra la judicatura, la sociedad civil y los periodistas, dirigida especialmente a las mujeres activistas. “Los talibanes esperan que ciudades como Kabul se caractericen por su oposición civil y política. Así que atacar preventivamente a las mentes independientes, con la esperanza de tomar la capital afgana, tiene sentido desde un punto de vista militar”, explican.

La causa del éxito de la guerrilla no es necesariamente por la desbandada del Ejército afgano. Algunos distritos cayeron después de intensos combates, a veces tras ser perdidos y retomados varias veces, otras porque los oficiales del ENA prefirieron retirarse para consolidar otros frentes o líneas de suministro. A veces los soldados se quedaban sin munición o estaban en inferioridad numérica. Pero también, y este es el punto fuerte de la propaganda talibán, porque algunos soldados aceptaron rendirse a cambio de la promesa de salvar sus vidas. Lo que también sorprende a los analistas es que el ENA siga encontrando fuertes problemas logísticos cuando la guerrilla no parece tenerlos.

Estas conquistas territoriales refuerzan el movimiento talibán. Más aún por cuanto estas victorias se están produciendo en regiones no pastunes, donde el movimiento guerrillero había tenido anteriormente un débil arraigo y donde los “estudiantes de religión” habían perpetrado numerosos y terribles crímenes de guerra contra las poblaciones tayika, uzbeka y hazara en la década de 1990: en Mazar-I-Sharif, varios miles de civiles fueron ejecutados en las calles, con la prohibición de enterrarlos durante varios días.

El pánico se ha apoderado de Kabul

Estos cambios indican una profunda mutación del movimiento que, cuando se impuso en 1996, estaba compuesto, una gran parte, de pastunes del sur del país, especialmente de Kandahar, principalmente mulás de los pueblos y estudiantes de escuelas religiosas. Ahora son los talibanes no pastunes los que han dirigido las ofensivas, no los voluntarios del sur, aunque el mando sigue concentrado en manos de los líderes del sur y del este de Afganistán.

En la situación actual, las autoridades afganas tienen una gran responsabilidad. “La corrupción gubernamental, especialmente en los ministerios que se ocupan de la seguridad, nunca se ha investigado. Esto ha debilitado fatalmente la eficacia y la moral de los que luchan. Durante años, la Policía Nacional afgana se ha caracterizado por la corrupción, las redes piramidales que se dedican al chantaje y la extorsión de las personas en lugar de protegerlas y fortalecer el Estado de Derecho”, insisten Kate Clark y Obaid Ali.

Si el Norte cae en manos de los talibanes, podemos prever una ofensiva desde el Sur: Kabul quedaría acorralado.

El pánico ya se ha apoderado de la capital afgana, donde hace poco sólo había una hora de electricidad al día, debido a un reciente sabotaje de las torres eléctricas. Para evitar la huida de muchos de sus habitantes, el Gobierno ha decidido cerrar la oficina de pasaportes. Kabul es ya un teatro de sombras, con un Gobierno totalmente desfasado que es incapaz de ocultar sus divisiones.

La autoridad del presidente Ashraf Ghani, en particular, está cada vez más cuestionada. "Todo lo que un soldado necesita es un verdadero líder. Lucharemos hasta la muerte -sin comida ni sueldo-, pero merecemos y necesitamos un buen liderazgo. Sin este liderazgo, libre de interferencias políticas, cada vez más soldados abandonarán la lucha", tuiteó el 3 de julio el general Khoshal Sadat, de 35 años, exviceministro de Seguridad y figura emergente de la joven generación de oficiales nacidos tras la intervención estadounidense de 2001.

Los talibán podrían tomar Kabul en los próximos 90 días, según la Inteligencia de EEUU

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Traducción: Mariola Moreno

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