Los libros

‘Cinco esquinas’, de Mario Vargas Llosa

Portada de Cinco esquinas, de Mario Vargas Llosa.

Cinco esquinasMario Vargas LlosaAlfaguaraMadrid2016

Una de las ideas matrices del afamado boom latinoamericano, y de otras literaturas de donde procede la idea o a las que influyó, fue la de aspirar a la novela total, una obra cuyo contenido y estructura imitara de forma analógica la realidad o que constituyera un universo autónomo, provisto de distintos niveles de existencia y en el que la condición humana se viera retratada en todas su dimensiones. La forma más usual de este paradigma estético es la novela en la que múltiples personajes representan los diversos estratos en que la sociedad se divide, desde la burguesía hasta el proletariado, la marginación o la miseria. Suelen reflejarse también distintas formas de poder o de su carencia, ocupaciones varias, culturas disímiles, hasta geografías dispersas, cuando no países diferentes. Se trata de una aspiración trunca, por supuesto, debido a obvias razones epistemológicas, ya que es imposible reproducir la complejidad de lo real de forma verbal, pero la idea ha inspirado muchas novelas y vino aparejada a menudo con posturas políticas o preocupaciones éticas, sobre todo en el sentido de conllevar una denuncia de una sociedad injusta u opresiva.

Mario Vargas Llosa ha escrito algunas de sus mejores novelas con esta idea matriz (y motriz, si se quiere) en la cabeza, como Conversación en La Catedral o La casa verde, extraordinarios ejercicios de construcción narrativa, en las que al rigor estilístico se le une el ardor político, inspiradas también por su convicción juvenil de que la literatura podría contribuir a transformar la realidad que se patentiza en la novela, o, para decirlo en sus palabras, de que la literatura es fuego, capaz de arder en la conciencia del lector y de la sociedad. Dicha convicción se ha atemperado con los años, como también la fuerza directriz de la noción de la novela total, pero no del todo, y si algo es persistente en la obra de este autor es su interés por la política, hechos que demuestra la nueva novela que acaba de publicar a sus ya venerables ochenta años, Cinco esquinas.

Con esta novela el autor vuelve a su país de origen, y más específicamente a Lima, que le sirviera de escenario para varias de sus obras anteriores. Recordará el lector aficionado a su novelística el famoso comienzo de Conversación en La Catedral, en el que la contemplación desganada de una ciudad gris y sucia incitan al personaje principal a preguntarse en qué momento se jodió el Perú, cuya capital muestra en su fealdad y caos el espíritu de una nación mal gobernada por dictadores y caudillos de corrupta calaña. Si nos atenemos a lo que expresa esta nueva novela, el Perú ha seguido jodido por muchas décadas más desde aquella pregunta melancólica, pues el tema se centra en los años del gobierno de Fujimori y de su tristemente célebre jefe del servicio de inteligencia, Montesinos, ambos hoy encarcelados por diversos crímenes, entre los que se cuenta uno de los mayores latrocinios de la historia del Perú: se dice que el dinero acumulado por Montesinos, por ejemplo, alcanzó la exorbitante suma de mil millones de dólares, en parte mal habidos por tratos con el narcotráfico. Quizá la ciudad de Lima no sea tan horrible hoy como en aquellos años de la Conversación, dado el crecimiento económico sostenido del país y su modernización de las últimas décadas, pero los problemas sociales persisten, y al momento de escribir estas líneas se decide el nuevo presidente del Perú con la hija de Fujimori liderando los sondeos.

Si en algo persiste la idea de totalidad en esta narración es en la distribución económica y social de los protagonistas de la misma, desde el minero multimillonario al artista caído en desgracia, pasando por la figura del propio Montesinos, aquí referido como El Doctor, y de los periodistas de prensa amarilla que tuvieron un rol importante en la legitimación del régimen fujimontesinista, aunque el espectro vital de la novela sea más modesto que el de sus obras más monumentales antes mencionadas. La trama gira en buena parte en torno al periodismo de escándalos, aquel que utiliza revelaciones de la vida íntima de personas conocidas para hundirlas personal o políticamente. Dichos medios fueron utilizados por el régimen para dañar la imagen de quienes se le oponían, y para satisfacer la morbosa curiosidad de un público adormecido por la dictadura, la necesidad de sobrevivir tras el desbarajuste económico y el terrorismo estatal y de los grupos rebeldes. El director de uno de aquellos pasquines, al servicio también de El Doctor, decide chantajear a uno de los hombres más poderosos del país, un minero, quien se niega a su demanda, con lo que el director decide publicar unas fotos comprometidas que le desprestigian y ponen su matrimonio en peligro. Tras ello, el director de la revista desaparece y es encontrado más tarde masacrado en circunstancias sospechosas. Entretanto, un artista caído en desgracia, que sobrevive a duras penas con achaques y demencia incipiente, sigue escribiendo cartas en protesta por el trato cruel que le había dispensado el susodicho director en su revista Destapes, lo que resultó en su expulsión del programa de televisión en el que trabajaba y en su ulterior marginalización. Más tarde, este personaje es usado por el régimen para justificar el asesinato anterior, bajo presión y amenaza.

Otra parte importante de la novela se dedica al despertar sexual de dos mujeres de edad media, esposas del minero y de su abogado, todos amigos personales, que descubren su bisexualidad de forma casual, y la exploran con discreción y entusiasmo, fugándose con excusas a veces a aquella meca de la burguesía peruana, Miami, para disfrutar sin peligro de su amistad devenida amatoria. El tono general de la novela es el de un thriller, con elementos de novela negra y policial, con la situación social y política ingiriendo en la vida de todos los personajes de una manera u otra desde el principio. Las amantes mencionadas, por ejemplo, se ven forzadas a dormir en la misma cama a raíz del toque de queda que se ha impuesto en la ciudad debido a la violencia política y que duró años, lo que da ocasión al deslice de manos que resulta en su nuevo decurso amoroso. Y, por supuesto, el soporte de la trama y el trasfondo argumentativo es la extendida corrupción, que llegó a niveles grotescos y hasta tragicómicos en aquellos años. Resulta sorprendente que Vargas Llosa no recurriera al escándalo de los videos que grababa Montesinos de sus transacciones ilegales con políticos y personas importantes, de los que se hicieron miles, si mal no recuerdo. De todas formas, El Doctor aparece retratado como un personaje maquiavélico, un psicópata manipulador y astuto, capaz de asesinato y extorsión, generoso con quien se muestra leal, implacable con quien le traiciona y con sus enemigos. Todos estos hilos narrativos son entrelazados con la acostumbrada habilidad de Vargas Llosa, quien es experto en la creación de aquello que solía llamar él mismo "vasos comunicantes", esto es, historias que aparecen, desaparecen y reaparecen a discreción en los diálogos y la narrativa, sin que el lector, que ha sido guiado con mano segura, pueda confundirse al respecto.

Quizá valga la pena recordar que Vargas Llosa mismo fue candidato a la presidencia en las elecciones que resultaron en la victoria del tsunami Fujimori, después del desastroso primer gobierno de Alan García, que llevó al país a la ruina y al borde del abismo. Esta historia la cuenta el propio Vargas Llosa en su libro de memorias El pez en el agua. En abril de 1992 el ingeniero Fujimori se da a sí mismo un golpe de estado, con la anuencia del estamento militar, para disolver el parlamento y gobernar sin obstáculos, ocasión que aprovecha Montesinos para coger las riendas del poder y hacerse, en efecto, el hombre más poderoso del Perú. Aparte de su libro de memorias, esta es la primera vez que Vargas Llosa trata en libro de este período de la historia peruana, y lo hace con buen ritmo narrativo y verbo límpido, pero no sin que amerite también algunas objeciones.

En primer lugar, en los diálogos y las descripciones no son raros los clichés y los lugares comunes, que eran más cuidadosamente evitados en sus obras previas. El diminutivo aparece por todas partes, hasta donde menos se lo espera, como el delincuente que se encuentra el minero a su breve paso por la cárcel y que le pide que le masturbe. Refiriéndose a su pene o pichula (en peruano), le dice que la tiene "muertita". La verdad, lo último que me imagino que un forajido de esos diría es precisamente esto, lo que afecta la credibilidad de la escena.

Que el cliché se inmiscuya en las frases es algo tolerable y hasta esperado en una narración de este tipo. Más grave es que lo haga en el diseño de los personajes y la asignación de roles en el entramado social, que resulta un tanto acartonado en este caso. Quizá esa sea la intención de la novela, el crear caracteres que se han identificado con sus propios estereotipos, pero, ¿por qué son los personajes de la alta burguesía favorecidos con características más bien positivas, como la honestidad, la liberalidad en materia sexual, hasta la nobleza de espíritu, mientras que los periodistas amarillos o el artista son más bien despreciables o insignificantes? Es verdad que los amigos millonarios también son mostrados como capaces de la infidelidad, la hipocresía y la mentira, pero a la larga son retratados en posesión de virtudes superiores a los de su contrapartes, y, huelga decirlo, son blancos y de origen europeo. El valor de una novela no se puede establecer por su estricta referencia a la realidad, sin duda, pero el conocimiento personal de la burguesía de mi país me obliga a mencionar el hecho de que no pocos de sus miembros son gente arrogante, petulante y racista, que vive de espaldas a su país y al mundo mestizo e indígena que constituye la mayoría de la nación, algo que el propio Vargas Llosa ha criticado en algunas de sus otras obras. De otro lado, el comportamiento de estos personajes es casi infantil, hasta ridículo. En esta novela se los ve usando diminutivos a menudo, como dije, como víctimas de las circunstancias, aunque adalides de la libertad que tanto precia Vargas Llosa, entregados a la satisfacción de sus fantasías, además de a hacer más dinero y aliarse con el gran capital extranjero, al parecer. A decir verdad, resultan un tanto antipáticos, así expuestos. En lo que respecta a la trama general, el autor se vale de un yugoslavo mafioso —lo que puede ser considerado otro estereotipo— para escenificar el comienzo del chantaje, que luego desaparece sin dejar trazas. Su aparición es un tanto ad-hoc y podría haberse eliminado con facilidad.

Luego, el erotismo, que Vargas Llosa ha explorado con acierto en novelas recientes, como Travesuras de la niña mala, o en la muy anterior, Elogio de la madrastra, aparece aquí algo pálido y soso, hasta irreal, descrito sin creatividad. Ignoro cómo besan otras personas, pero hasta donde puedo acordarme jamás he sorbido la saliva a nadie, o los juguitos de mujer alguna, como dice Vargas Llosa en esta novela. Cuando una de las amantes-amigas empieza a excitarse por el cunnilingus que le practica su amiga "sentía ascender el calor por su cuerpo y un temblorcito —de nuevo el diminutivo— corría por sus muslos, su vientre y llegaba hasta su cabeza". Y como este, varios pasajes que hubiera sido mejor dejar aludidos antes que descritos con poca gracia. La periodista que trabaja con el director de Destapes, por el contrario, carece de experiencias sexuales o es tan fea que nadie se fijaría en ella. Los bajos fondos de la cárcel son, como podía esperarse, perversos.

El liberalismo según Vargas Llosa

El liberalismo según Vargas Llosa

Con todo, la novela es de lectura ágil y entretenida, y retoma en cierto modo temas que siempre han agitado la mente del autor. El periodismo como tal se redime al final de la novela, en su función de cuarto poder de la democracia, exponiendo la corrupción y al servicio de la objetividad y la libertad. Hasta los millonarios dejan atrás el ocultamiento, para entregarse, tal vez, a un arreglo no convencional de sus apetitos sexuales. Lejos de la novela total, si bien con tenues remanencias de la misma, Cinco esquinas es una novela bien escrita, como todo lo que hace Vargas Llosa, pero menor en su producción. El escritor ha criticado con incisiva certeza la civilización del espectáculo, en la que se privilegia la superficialidad sobre la hondura estética o el pensamiento crítico. El periodismo amarillo cae ciertamente en la categoría de medios que explotan las tendencias más insubstanciales del ser humano. El arte de la novela, empero, también puede verse afectado por las fuerzas que hacen dicha civilización posible, una de las cuales es sin duda la comercialización excesiva del arte. Cinco esquinas no es parte de dicha civilización y antes bien, la crítica. Pero hubiera ganado mucho con una mejor caracterización de los personajes y la sociedad que retrata en sus páginas.

*Frans Van den Broek es escritor.Frans Van den Broek

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