Luces Rojas

¿Y al final?

Ozymandias, el superhombre político, sin duda el personaje más interesante de Watchmen, obra cumbre del genial Alan Moore, le pregunta al Dr Manhattan algo muy similar a lo que se preguntó el 31 de agosto Ignacio Sánchez-Cuenca: ¿Y si al final no pasa nada? La pregunta de Adrian Veidt a Jon Osterman, tras haber matado en una de las escenas más escalofriantes y maquiavélicas escritas a medio Nueva York para evitar una guerra nuclear global, fue similar: “¿Al final funcionó, verdad?”

“¿Al final? Nada acaba, Adrian. Nada acaba nunca”, responde Manhattan a Ozymandias

La respuesta/pregunta de Manhattan es muy pertinente. ¿Al final? ¿Cuándo es al final? ¿Cuándo podemos asumir que la crisis ha acabado? ¿Cómo sabemos que ya todo puede continuar “bussiness as usual”, con pequeños o grandes cambios? ¿Cuándo acaba la inestabilidad? ¿Al primer momento de calma? ¿Con la primera recuperación? ¿Cuando todo mejora, aunque no haya cambiado nada de lo que lo provocó?

El argumento de Ignacio Sánchez-Cuenca es bastante presciente y pragmático, dos pasos por delante del discurso habitual actual de la crisis. Como Ozymandias con sus televisores, con los datos, los libros y la ciencia política, Sánchez-Cuenca ve la dirección, la tendencia política de la sociedad y se pregunta, en realidad afirma, que lo más posible es que, al final, políticamente no pase nada. Varios datos apoyan su argumentación, desde el análisis de José Fernández Albertos, pasando por los datos electorales e incluyendo lo sucedido en Grecia, donde, a pesar de la crisis, la población sigue prefiriendo, por ahora, la pertenencia a la eurozona. En sociedades avanzadas y ricas, la aversión al cambio está por encima del deseo de ruptura, del riesgo que supone ese cambio para la riqueza actual. Es muy posible que el malestar se quede en un desahogo, con unos cambios en las formas, pero no se cuestionará el fondo.

Pero me voy a atrever a indicar por qué creo que hay factores subyacentes que Sánchez-Cuenca no ha considerado y que pueden indicar que esto no ha acabado.

Es la economía la que determina la política

Partamos de la misma base que asumió Alfredo Pérez Rubalcaba en su apuesta por la estrategia pasiva, de espera, que el PSOE ha desarrollado en esta legislatura: esto no es más que un problema económico. El desgaste del PSOE, creía, se debe a la mala situación económica. Como apuntó el propio Rubalcaba en una clase magistral en la sala Clara Campoamor en el Master de Liderazgo de la Gestión Política de la UAB, muchas veces buscamos explicaciones excepcionales, rebuscadas, a problemas económicos. Con el 15M en plena ebullición de demandas postmateriales y democráticas, Rubalcaba descontaba sus demandas y las explicaciones que entendían esas protestas como un “cambio histórico” y las reducía a un problema económico: tenemos una crisis, mucho paro y eso hace que la gente se organice y proteste, pero esto es temporal, dejaba caer con elegancia Rubalcaba, recordando las protestas estudiantiles de los años ochenta que, en realidad, eran un problema de saturación de clases. El diagnóstico implícito, muy nítido y que luego se comprobaría en el día a día de su gestión con el PSOE, es que el problema no se debía a nada de lo que hubiera hecho el PSOE: el problema era la crisis económica. Por tanto, a buen seguro esa misma crisis económica se podría llevar al PP, como ya apunta últimamente Pedro Arriola. Así que tocaba agarrarse fuerte y esperar.

Partamos de esa base: la valoración de la situación política está extremamente correlacionada con la valoración de la situación económica. Los faraones dependen del Nilo: un mal año de cosecha se lleva por delante al líder, haga este lo que haga. No son los fallos del líder, es la economía la que desgasta la política. Asumamos esto, aunque sea discutible e incluso poco democrático considerar a la política inerme frente a la economía y a los partidos tradicionales como las únicas alternativas políticas posibles en un juego de vasos comunicantes de votos entre PSOE y PP. Pero podemos asumir el diagnóstico de la causa económica como principal sin compartir la miopía hacia otros factores explicativos de la desafección política, como la corrupción y el nuevo cleavage “jovenes-mayores”, que ilustró con maestría Belén Barreiro en su “Regreso del futuro”, artículo presciente que predijo el surgimiento de PODEMOS. Aunque sabemos bien que lo económico no es el único factor, vamos a asumir que la lógica económica es lo que explica principalmente la desafección política y activa nuevas demandas de cambio. Como ven, ninguna suposición enloquecida, incluso un tanto conservadora.

Es la política la que determina la economía

Uno de los problemas básicos de explicar la política en base a la situación económica es obviar o ignorar que la economía depende, en gran medida, del marco político, de las instituciones políticas que condicionan el devenir económico. No es lo mismo tener un Banco Central Europeo capaz de cortar la liquidez a un país rebelde sin moneda propia que se atreve a proponer otras políticas, que no tenerlo. No es igual tener moneda propia que no tenerla. No es igual una institución como la moneda única en una Zona Monetaria Optima que en una zona que no lo es. No es lo mismo contar con herramientas políticas como el endeudamiento, el estímulo, la inflación, el default o la devaluación de la moneda que no contar con ellas. No es lo mismo tener un estado cohesivo con transferencias internas, el 1,5% del PIB de Cataluña al resto de las regiones de España según Josep Borrell, que una confederación de estados divergente, con transferencias muy reducidas (0,49% del PIB Alemán) o incluso inversas si consideramos factores como el euro, que benefician asimétricamente a las economías exportadoras. En resumen, el marco de política económica actual, el euro, es político y condiciona notablemente el desempeño económico y la distribución del mismo.

Podemos decir que la situación económica afecta notablemente a la política, sin lugar a dudas, pero la política a través del marco institucional económico que elige y mantiene, es la que define mecanismos que pueden agravar o reducir las crisis económicas, qué tipos de economía o estados ganan y cuáles pierden y, más todavía, la que define qué se puede hacer y qué no en respuesta a esas crisis. Y esto no es baladí, pues ha sido precisamente la política europea la que, apostando por un euro sin transferencias, sin eurobonos, sin capacidad de devaluar, con una aversión extrema a la inflación, con el default prohibido y la cláusula del “no rescate” entronizada, ha agravado al extremo la crisis que comenzó, no lo olvidemos, en EEUU. Ha sido la política europea, con un diagnostico alemán salido, parece, de la sutil y flexible mente de Thorin II Escudo de Roble, el que culpaba a países con un porcentaje de deuda menores del 40% de haber “malgastado”, de ser “profligate states”, de ser vagos e irresponsables en el sur, lo que ha acentuado la crisis económica, la ha arrastrado durante ya casi ¡ocho años!, con cinco ya de austeridad y recortes. Digamos que hay una estructura institucional, más una coalición de estados con determinadas (y obtusas) preferencias políticas que definen los problemas y las posibles soluciones políticas a las crisis económicas que se producen. Y, por tanto, sabiendo que en estos años solo se ha reforzado el marco actual, podemos suponer que el problema de política económica estructural, las instituciones, el diagnóstico y las políticas públicas macroeconómicas posibles volverán, inevitablemente, a producir los mismos resultados ante cualquier mínima perturbación.

O dicho de otra forma, esto no ha acabado.

Nada acaba, nunca

Nada acaba nunca, todo continua sobre los hombros de la historia, sobre sus aciertos y sus fracasos. Sabemos que la desafección política se produce, entre otras cosas, por el mal desempeño económico. También sabemos que no hemos cambiado desde esta política el marco económico que agravó la importada crisis de las subprime americanassubprime. Tenemos un marco institucional económico que provoca choques asimétricos, crisis más fuertes en unos países que en otros, un marco que reacciona con más sensibilidad ante los problemas y demandas de unos países en perjuicio de otros, más adaptado a los países que han definido el marco institucional a imagen de su modelo productivo, un marco que, si no controlan directamente, si tienen capturado ideológicamente. Tenemos un marco institucional que premia a los industriosos países exportadores pero que castiga religiosamente a los vacacionales países con déficit en la balanza comercial. Tenemos una moneda, el euro, que favorece notablemente las exportaciones internas a costa de eliminar la posibilidad de proteger tu competitividad y tu economía por la vía de la devaluación. Tenemos un euro que, como el patrón oro, impide o limita fuertemente la inflación, al ser su control el único mandato del BCE. No tenemos mecanismos de transferencias directas o indirectas suficientes. No hay pensiones, sanidad o seguros de desempleo a nivel europeo. No hay posibilidad de un default o devaluación, pues perjudica a los países virtuosos. Ante la descapitalización por la vía de la balanza comercial negativa de los países desordenados y vagos, solo se ofrecen dos opciones, la deflación o el endeudamiento adicional vía más préstamos con los países exportadores, con fuertes condicionalidades políticas.

¿Qué pasará cuando acaben los factores macroeconómicos que han alentado este “rebote del gato muerto”? ¿Qué pasará cuando el petróleo suba, el euro vuelva a encarecerse o el BCE termine sus rondas de QE en Septiembre de 2016? ¿Qué pasará cuando la crisis china se traslade a Europa? Incluso supongamos que la situación mejora un tiempo, se estabiliza y la próxima crisis es, digamos, dentro de cuatro o cinco años en vez de dentro de uno o dos. ¿Qué pasará entonces? ¿Sucederá, como sucedió en los países europeos de entreguerras, que tendremos que volver a recortar más todavía un estado del bienestar ya en los huesos? ¿Es posible seguir recortando, en rondas y rondas sucesivas de austeridad, hasta el infinito? ¿Cómo podríamos endeudarnos más para hacer frente a esa crisis cuando ya estamos en el 100% de deuda? ¿Hasta cuanto tiene que subir el paro en una nueva ronda de crisis, para que sea inasumible? ¿Hasta el 30%? ¿El 35%? ¿Cuándo la aversión al riesgo de una sociedad rica llega a su límite? ¿Cuándo, un político se dará cuenta de que es más rentable salirse del euro que continuar en el, aunque suponga dinamitar el proyecto europeo? ¿Con la segunda ronda de recortes? ¿Con la tercera? ¿Con un 30% de paro? Porque, no lo olvidemos, tal y como está definido políticamente el euro, ante cualquier crisis económica, no hay alternativa. No hay otras opciones posibles de políticas públicas más allá de la deflación, de la bajada de salarios, de las “reformas estructurales”, de los recortes al estado del bienestar y de la desregulación laboral para permitir dicha bajada salarial. Eso es lo que tenemos enfrente, con este marco económico/político: o nos convertimos en un país exportador como Alemania, sin sus industrias y con sus mercados ya capturados, o asumimos múltiples rondas de deflación, austeridad, devaluación salarial y recortes al estado del bienestar como única salida de cualquier crisis económica. 

¿Es esto sostenible políticamente, a medio y largo plazo, por muy aversa al riesgo que sea cualquier sociedad?

Watchmen acaba de manera magistral, mostrando, precisamente, que nada acaba, que la historia, por mucho que diga Fukuyama, sigue, que el fin no justifica los medios porque nunca hay un fin. Esto no ha acabado, me temo. Espero equivocarme, pero cuando el marco que provocó el agravamiento de la crisis sigue igual, incluso reforzado, es difícil creer que hemos llegado al final de la historia.

La independencia de los organismos reguladores

Lo veremos con el tiempo.

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Ignacio Paredero Huerta es sociólogo, politólogo y becario FPU en la Universidad de Salamanca, donde imparte docencia. Su tesis se centra en las divisiones sociopolíticas Norte-Sur-Este en la Unión Europea, para la cual ha realizado una estancia de investigación en el Parlamento Europeo.

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