Verso libre

Teatro del bueno

Esta semana se ha oído la voz del teatro. En la sesión de clausura del Festival de Mérida, la gala de entrega de los Premios Ceres sirvió para que actores, actrices y directores recordasen una vez más la disparatada política que mantiene el Gobierno respecto a la cultura. La carga de un 21 % de IVA a las representaciones teatrales es todo un síntoma. La medida, que fue tomada de forma coyuntural para castigar a un sector caracterizado por su conciencia crítica, supone a largo plazo una descalificación de la cultura como bien público y patrimonio imprescindible de una sociedad. 

La educación, el conocimiento, la imaginación moral y la sensibilidad nos vinculan, forman comunidad, determinan una manera de entender nuestra convivencia. La zafiedad, la telebasura, los nuevos modos de analfabetismo y la agitación populista de los instintos bajos nos agrupan sin vincularnos en una multitud de soledades. Más que una sociedad, forman un tumulto propicio a la manipulación y a la cólera. Detrás de la degradación del tiempo de ocio, sólo nos esperan el sacrificio y el linchamiento.

Al dramaturgo Juan Mayorga se le concedió el Premio Ceres al mejor autor teatral 2013. Era el segundo galardón que recibía en una misma semana. La Universidad Internacional Menéndez Pelayo le había distinguido en Santander con el Premio La Barraca. Durante la ceremonia de entrega, Juan Mayorga afirmó que el nombre de La Barraca ayuda a recordar un tiempo, tan extraño hoy, en el que el Gobierno consideraba la cultura y la educación como la raíz prioritaria del progreso. Con el mismo espíritu de las Misiones Pedagógicas, el ministro republicano Fernando de los Ríos puso en marcha, bajo la dirección de Federico García Lorca, a un grupo de estudiantes que llevaron la voz de los autores clásicos a las ciudades, los pueblos y las aldeas españolas.

Fueron unos años, desde luego, muy distintos a estos por lo que se refiere a las preocupaciones culturales del Gobierno. El teatro es una metáfora de la sociedad porque reúne las miradas de la gente en un escenario público. Los ojos particulares de los espectadores coinciden en un espacio común para compartir un argumento. Las relaciones entre lo privado y lo público de un contrato social se parecen mucho a la dinámica que se genera entre la butaca de cada espectador y el escenario. Por eso García Lorca consideró la vida teatral como el gran síntoma del estado moral y espiritual de un pueblo.

El desprecio al teatro es propio de un Gobierno que degrada lo público y considera lo privado como un punto ciego. La cancelación de lo público nunca ha supuesto una forma de respeto a los intereses particulares de los ciudadanos, sino un modo de facilitar su desarticulación. Al poder le asustan poco los gritos de los boicoteadores aislados por muy payasos y ruidoso que sean. Hacen poco daño en el fondo y se las calla con facilidad bajo los aplausos de una pandilla de admiradores pagados. Siempre hay a mano una claque sumisa. Mucho más inquietante resulta la ilusión pública capaz de sentir en común los asuntos de la vida humana.

En la ceremonia de entrega del Premio La Barraca, Juan Mayorga afirmó también que la razón última del teatro es el amor a la gente. Un acto de amor para los españoles condenados al analfabetismo supuso la decisión del Gobierno republicano de enseñarles a oír y a mirar hacia Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca en las plazas de sus aldeas. Se mira al cielo en busca de nubes cuando hay sequía. Un acto de amor y de respeto a la gente supone el teatro de Juan Mayorga. Obras como Himmelweg, Castas de amor a Stalin, La paz perpetua o El chico de la última fila nos han ayudado a pensar en nosotros mismos, en nuestra historia, en la responsabilidad de nuestros sentimientos y de nuestros diálogos. La configuración digna de un escenario común es la única forma eficaz de respeto a las vidas particulares.

Ahora que el Gobierno representa una mala obra, se enmascara de manera impropia, no sabe actuar en sus parlamentos y hace mutis por el foro, es un consuelo admirar a Juan Mayorga. Es teatro de verdad, teatro del bueno.

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