A la Carga

Carromero como síntoma

Carromero como síntoma

La semana pasada la prensa informaba de la elección de Angel Carromero como nuevo Secretario General de Nuevas Generaciones del PP de Madrid.

¿Se acuerdan de Carromero? Saltó a la fama por el accidente de tráfico ocurrido en Cuba en el que murieron los disidentes Oswaldo Payá y Harold Cepero. Carromero era el conductor. Fue detenido y condenado a cuatro años de prisión por homicidio imprudente. Gracias a un convenio firmado entre Cuba y España sobre ejecución de sentencias penales, el Gobierno de Rajoy consiguió que el reo regresara a España tras haber cumplido 159 días de prisión en Cuba. Aquí disfruta del tercer grado.

El aspecto más interesante de Carromero, sin embargo, no es su implicación en el accidente cubano, rodeado todavía hoy de confusión. Lo verdaderamente llamativo es lo que, a partir del accidente, hemos ido sabiendo sobre el personaje. Encarna de forma asombrosamente exacta los tópicos que circulan sobre el político español. Es como si reuniera en grado máximo todos los rasgos que han llevado al descrédito y la deslegitimación de la clase política.

Primero nos enteramos de que Carromero, antes de viajar a Cuba, se había quedado sin puntos y que la DGT había iniciado los trámites para retirarle el carné de conducir. Acumulaba 42 multas desde 2009, muchas por aparcamiento indebido, otras, más graves, por exceso de velocidad o por usar el móvil mientras conducía.

Los estudios no son el fuerte de Carromero. Como buen niño de derechas, se matriculó en ICADE en el doble título de derecho y administración de empresas, pero no pudo con ello y abandonó. Ya bien colocado en la política, el dirigente popular consiguió por fin un título en derecho, aunque haya tenido que ser por la Universidad Católica de Ávila y con casi 30 años.

Carromero trabajaba como asesor en el Ayuntamiento de Madrid, a las órdenes de la concejala de Moratalaz, Begoña Larrainzar, con un sueldo de 50.000 euros anuales a pesar de no tener estudios universitarios hasta fecha bien reciente. Una bicoca. Tras el escándalo de Cuba, se ha situado en un puesto más discreto como asesor del grupo municipal del PP en el Ayuntamiento.

Intentó tener una actividad más allá de la política: en 2009 abrió un gimnasio en el barrio de Salamanca de Madrid, el Vanitas Fitness, pero no le salieron bien las cosas. Hoy está cerrado. Al parecer, la sociedad que creó para gestionar el gimnasio tiene deudas con Hacienda.

Resumiendo: Carromero es un joven de clase acomodada, del barrio de Salamanca, que fracasa en los estudios, entra en política con 23 años y consigue un sueldo muy considerable en el Ayuntamiento de la capital, más del doble del salario medio en España y por encima de lo que cobra, por ejemplo, la mayoría de profesores universitarios en nuestro país.

Ante la existencia de Carromero, la tentación natural consiste en despotricar contra los políticos profesionales. Puesto que, según una percepción muy extendida, los políticos, en lugar de actuar como servidores de lo público, son un conjunto de aprovechados, que disfrutan de privilegios, que se protegen unos a otros, y que viven estupendamente a costa de la ciudadanía, lo mejor que podemos hacer es desembarazarnos de los políticos profesionales. En la versión radical, la alternativa pasa por formas de democracia directa que hagan innecesaria la representación política. En la versión conservadora, la alternativa son los técnicos (el gobierno de la tecnocracia), ya sean empresarios, economistas o funcionarios europeos.

Hace unos días, en la sección de Luces Rojas de infoLibre, Braulio Gómez nos advertía sobre los riesgos que genera el político amateur, el independiente que un día decide entrar en política y descubre que todo es mucho más complicado de lo que pensaba y que carece de las habilidades necesarias para moverse en ese mundo. Estoy de acuerdo con la tesis del autor. No hay nada intrínsecamente negativo en que una persona dedique su vida a la política. El problema, en todo caso, es que haya tantos políticos que son malos “profesionales”.

En este sentido, lo que llama la atención es que los Carromeros estén sobreviviendo a la crisis económica. Que antes de la crisis la política estuviera plagada de Carromeros era, hasta cierto punto, comprensible, pues la gente estaba a otra cosa y hacía la vista gorda con la corrupción y el abuso de poder, muchas veces porque entendía que los tejemanejes de los partidos estaban ligados a la inacabable prosperidad. No se entiende, sin embargo, que después de cinco años de crisis, tras la irrupción del 15-M, las encuestas mostrando un rechazo generalizado de la ciudadanía a los dos grandes partidos y con elevados niveles de insatisfacción con la democracia, los Carromeros sigan en sus puestos. ¿Por qué no se produce una limpia? ¿Por qué los partidos no se deciden a librar lastre clientelar de una vez?

En nuestro país se tiende a enfocar el asunto de la corrupción, el clientelismo y la falta de eficiencia política por el lado de las leyes, los procedimientos y las instituciones. Las reformas que se proponen hablan de incentivos, de endurecer los controles, de aumentar el castigo, de introducir mayor transparencia, etc. No quiero decir que esta perspectiva no sea interesante y necesaria, pero creo que resulta ingenuo pensar que con este tipo de medidas vamos a resolver nuestros problemas. No debe olvidarse, en este sentido, que lo que mejor explica la presencia del mal gobierno, la corrupción y el clientelismo son sobre todo características sociales y no institucionales.

Hay algunos rasgos, como la desigualdad económica, el bajo nivel educativo y la ausencia de confianza social, que tienen una fuerte asociación con la corrupción y el mal gobierno. Algunos resultados curiosos de la investigación comparada muestran, por ejemplo, que los niveles de lectura de periódicos y los niveles bajos de educación tienen una relación muy estrecha con la corrupción (aquí y aquí).

Desde este punto de vista, España reúne todas las condiciones para tener malos indicadores en corrupción y calidad de gobierno. Nuestro país puntúa alto en desigualdad económica en el contexto europeo. Además, se lee muy poca prensa (ya sea en papel o en digital) en relación al resto de Europa occidental. Los niveles de confianza social son de los más reducidos de la OCDE. Y, fundamentalmente entre las generaciones mayores, los niveles educativos son muy bajos, según acaba de constatar el estudio PISA para adultos. Esta combinación de factores es letal y no se arregla únicamente mediante reformas institucionales, como dan a entender quienes defienden que cambiando la Ley de Partidos y reformando los procedimientos administrativos conseguiremos librarnos de la corrupción (por ejemplo, aquí).

La política española es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Los Carromeros no caen del cielo. El problema de la combinación de factores que sufrimos en desigualdad, información política, confianza social y educación, es que la presión social no es lo suficientemente fuerte como para evitar comportamientos irregulares y abusos de poder. Los políticos se sienten impunes y no tienen suficiente temor al castigo electoral y la reprobación social. De ahí, según defendí en un artículo anterior, que la impunidad se haya transformado en el principio rector de la vida política española. Si estamos gobernados en estos momentos por una trama corrupta de intereses con apariencia de partido político, se debe a que la presión social no alcanza el nivel necesario. Puede que esto esté cambiando con la crisis, pues la irritación con la mala política ha aumentado considerablemente, pero ahí tienen a Carromero, recién elegido secretario general de las Nuevas Generaciones del PP en Madrid. Y no pasa nada.

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