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Cuchillas a la desesperación

La imagen de esta semana tiene unos cuantos años, pero produce un desasosiego que no tiene caducidad. Más aún sabiendo que existe y actúa en todo el vallado de la frontera de Ceuta con Marruecos y en la parte baja de gran parte del perímetro de la de Melilla. Es la llamada concertina, singular nombre que un sistema de prevención y castigo con finísimas cuchillas en lo alto de una valla comparte con un instrumento musical de la familia del acordeón. Nada en común, naturalmente, más allá de que ambas cumplen su misión de emocionar o conmover, aunque en hemisferios bien distintos.

Resulta que el Gobierno de Mariano Rajoy, que ha recortado hasta lo irrecortable, que ahora diseña para los revoltosos pobres castigos que les harán aún más pobres, que consigue en educación concitar rechazos unánimes, que está dejando la investigación y la sanidad cojas y mancas, que ha recuperado la vieja costumbre de ir a buscarse la vida al extranjero; este Gobierno entregado y eficaz, le va a poner puertas afiladas al campo de la desesperación que llega del sur.

Dice la vicepresidenta Saenz de Santamaría que ya tiene Rajoy en su mesa el “extenso informe” sobre el nuevo despliegue de cuchillas en la valla fronteriza de Melilla, y que lo analizará, mientras interior sostiene y reitera que no piensa detenerloque no piensa detenerlo. Lo cual me lleva a pensar que si hay unanimidad en el gobierno el análisis servirá únicamente para conocer cómo afectan a las personas las ya famosas cuchillitas de prevenir. Si no piensan retirarlas, ¿qué demonios tienen que analizar?

Pero es que además no me parece que haya nada sobre qué hacerlo. Las cuchillas van a causar heridas profundas y en algún caso graves a quienes osen encaramarse en la valla. Esa es una conclusión que no necesita complejos análisis, creo yo. Basta con aplicarse una cuchilla de afeitar en la piel con un poco de presión y algo de movimiento, para abrir una herida que permitirá hacerse una primera idea de la acción de esas concertinas.

Me recuerda los tiempos de infancia cuando sobre las vallas de algunas fincas se colocaban cristales rotos para impedir encaramarse en ellas. Seguramente eran persuasivas para los adultos, pero cuando se nos colaba un balón en una finca con esos cristales, los chavales nos arriesgábamos, colocábamos un jersey, una manta o lo que fuera y saltábamos por encima para recuperar lo que era nuestro.

Hoy el gobierno mantiene que colocar en Melilla las cuchillas es necesario y no tendrá marcha atrás –insisto, Interior dixit-. De ese modo, los desesperados que intenten cruzarlas sumarán a su desesperación más dolor y más furia, más rencor y mucho más riesgo.

Compromís-Equo y el PSOE cuestionan las cuchillas de la valla de Melilla

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Porque supongo que no pensará el gobierno que su mera existencia va a detener a quien ya no tiene nada que perder. Si a nosotros, críos jugando, los cristales nos daban miedo pero no nos impedían saltar a por la pelota, a hombres y mujeres hechos y derechos, que llevan semanas y meses cruzando un continente desesperados y hambrientos, las cuchillas no van a quitarles la idea de saltar. Que nadie tenga ninguna duda, lo harán, y se cortarán y sufrirán más, pero su cálculo será que heridos y todo seguirán adelante en su camino.

Añadimos dolor a su dolor, miseria a nuestro egoísmo.

Las cuchillas de Melilla simbolizan con toda su crudeza, con el brillo de su filo criminal, el esfuerzo insolidario de quien sigue entendiendo que en el mundo la igualdad es una broma, un recurso dialéctico solo aplicable entre los de su propia clase y color. Es el retrato de esa Europa que nos usa como gendarmes fieros para mantener no se sabe muy bien qué, porque aquello que conseguimos después de tantos años nos lo están arrebatando también.

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