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De algún tiempo a esta parte

Las vacaciones permiten viajar por las carreteras y por las bibliotecas. El tiempo flexible deja huecos para la improvisación, facilita que nos alejemos por unos días de la rutina, esa inercia discreta que tanto nos aburre cuando está demasiado presente y que tanto echamos de menos cuando nos falta. Por eso las vacaciones perfectas son aquellas que nos permiten disfrutar de la vida normal, pero sin prisas, sin horarios laborales, sin obligaciones inmediatas, con tiempo para hacer lo de siempre y trabajar en lo nuestro más allá de los recortes y la vigilancia austera del reloj.

Son las vacaciones lujosas de los que han conseguido unir el tiempo laboral con el tiempo de ocio. Si en esta situación que padecemos es difícil encontrar o mantener un puesto de trabajo, resulta mucho más complicado trabajar en lo que a uno le gusta, sentir que uno vive en su vocación, con la libertad extraña de amar y desear lo que ya se tiene. Dichosas tardes de repetición y de insistencia, de volver a lo mismo y de decirnos todo lo que sabemos. Son las tardes que nos facilitan las verdaderas historias de amor.

La rutina entra así en negociaciones amables con el azar. Me gusta viajar por mi biblioteca, saltarme las previsiones y las lecturas obligadas para abandonarme por cualquier camino. Me encuentro, por ejemplo, con el anuncio de que el próximo domingo, 27 de abril, se representará en la Residencia de Estudiantes un monólogo de Max Aub, De algún tiempo a esta parte, y me molesta no haberlo leído, y busco en las estanterías, más o menos ordenadas, el volumen de su Teatro completo, publicado por la editorial Aguilar en 1968, y me sumerjo en una historia conmovedora de 1938. Una mujer mayor, judía, sufre la anexión de Austria a la Alemania nazi y pierde su mundo con una vertiginosa crueldad.

De pronto se deshace aquello que parece más estable. En pocos meses, de un tiempo a esta parte, aunque nos creíamos integrados y dueños de un mundo, todo se desvanece, los pasos se quedan sin suelo y los principios más profundos no encuentran una lógica real en la que apoyarse. Entre el ayer y el hoy se abre un abismo que borra cualquier posibilidad de pronunciar con serenidad la palabra mañana. Más que la miseria, más que los asesinatos en la calle, más que la persecución de la propia sangre y la ejecución de su marido, a la mujer le angustia que su hijo haya podido convertirse en un nazi. Aceptar el sacrificio en nombre de nuestra sangre, provoca menos dolor que sospechar la perversión de lo que llevamos dentro, de lo que ha nacido en nuestras venas.

Con el telón de fondo del nazismo, la guerra civil española y las sombras acuciantes de una posible guerra mundial, el monólogo de Max Aub está lleno de matices y pone en juego algunas de las obsesiones que aparecen también en su teatro mayor. Recuerdo el argumento de San Juan, la historia de un barco cargado de judíos que huyen del nazismo sin ser aceptados en ningún puerto. Las dificultades del amor, la indiferencia, los egoísmos personales, el no querer complicarse, el desprecio a la política, hacen posible el naufragio de un mundo que parecía sólido. Cuesta trabajo comprender que la navegación es una tarea colectiva. Cuesta trabajo, porque el dolor y el miedo se viven siempre en soledad.

Un monólogo de Max Aub entre muertos y ruinas

Un monólogo de Max Aub entre muertos y ruinas

Max Aub tuvo cuatro nacionalidades, un reto grave en una realidad llena de fronteras que convierten la identidad en algo muy complejo. Fue alemán por origen familiar, francés por su nacimiento en París, español desde que la Primera Guerra Mundial lo empujó a Valencia y mexicano, después de pasar por los campos de concentración de Roland Garros, Vernet y Djelfa, cuando la República española cayó en manos de Hitler, Mussolini y Franco.

Cuatro nacionalidades, pero una sola identidad: fue un exiliado republicano español. Una de las escenas más emocionantes de nuestra literatura contemporánea pertenece a su novela Campo de los almendros. La guerra se ha perdido, los prisioneros conforman un paisaje de alambradas, derrota, miseria, enfermedad, humillación y despojos. Un padre explica a su hijo que en esa desolación se reúnen vencidos los sueños más dignos y los sacrificios más generosos de su tiempo.

Max Aub, militante socialista, formó parte de esa historia y vivió para contarlo. El próximo domingo, 27 de abril, se representa su monólogo De algún tiempo a esta parte, dirigido por Esther Lázaro. Las vacaciones me han llevado de viaje al teatro de Max Aub.

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