Buzón de voz

¿Abdica la corona o abdica la democracia?

Superado el impacto sorpresivo de las primeras horas y el clamor de las fanfarrias de los primeros días (sólo ha faltado pedir la beatificación urgente de Juan Carlos I), es hora de repasar lo ocurrido en términos de lo que más importa: ¿es la abdicación del rey un elemento que pretende regenerar una democracia debilitada o se trata de una maniobra a la defensiva por parte de un sistema muy agotado? ¿Estamos leyendo el epílogo del ecosistema político de la transición o más bien el primer capítulo de esa pretendida gran coalición que se viene impulsando desde élites financieras, políticas y mediáticas?

Sobre la base de los hechos y de los testimonios de los protagonistas, creemos saber lo siguiente:

– El rey dejó claro en su discurso de nochebuena que no tenía ninguna intención de abdicar y subrayó su “determinación” en el “desempeño fiel” del mandato real. Zanjaba así las especulaciones que circularon en otoño y a principios de invierno tras las complicaciones de salud y al hilo del proceso judicial que afecta a su yerno Iñaki Urdangarin y a la infanta Cristina por el caso Nóos.

– Según la propia Zarzuela, el rey tomó la decisión cuando cumplió 76 cumpleaños, o sea el 5 de enero, curiosamente un par de días antes de que el juez Castro citara a declarar a la infanta en su juzgado. Los portavoces de la Zarzuela han explicado el cambio de opinión entre nochebuena y la noche de Reyes de la siguiente forma: “La condición humana es inescrutable”.

– Hacia finales de marzo, según las mismas fuentes oficiales, el rey pacta con Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba la fecha del anuncio de abdicación, y “comparte” la decisión con los tres expresidentes de Gobierno vivos: Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.

– Rajoy y Rubalcaba, de acuerdo con la casa del rey, acuerdan la fórmula legal y el calendario del proceso sin informar a sus propios partidos ni a los dirigentes de ninguna otra formación.

– Cuando el Gobierno aprueba el proyecto de reforma del Poder Judicial e incluye el aforamiento de los príncipes y de la reina, Rajoy ya sabe que el rey va a abdicar tras las elecciones europeas.

– El proyecto de Ley Orgánica redactado para dar curso legal a la abdicación contiene como exposición de motivos el discurso del rey emitido por televisión, y su único artículo cabe en un tuit: “S.M. el Rey Don Juan Carlos I de Borbón abdica la Corona de España”. O en dos si se añade que “la abdicación será efectiva en el momento de entrada en vigor de la presente ley orgánica”.

– Pese a haber transcurrido (teóricamente) al menos dos meses desde que la casa real y la vicepresidenta del Gobierno empezaron a preparar los detalles tecnico-jurídicos del asunto, Soraya Sáenz de Santamaría ha comunicado este viernes que no está preparada la otra ley orgánica que regulará la situación en la que queda el rey saliente, que perderá su inviolabilidad constitucional sin que esté previsto aún su aforamiento.

– El propio Alfredo Pérez Rubalcaba ha explicado ante la comisión ejecutiva federal del PSOE que si él no dimitió y nombró una gestora tras la debacle electoral del 25-M fue para poder “controlar” la reacción del partido durante el proceso de abdicación. Y para certificarlo, el diario ‘El País’ titulaba en su portada del jueves: “Rubalcaba frena el brote de republicanismo en el PSOE”. Susana Díaz, principal referente de influencia en las filas socialistas y posible sucesora en la secretaría general, proclamó: “Defiendo el Estado de derecho y la Constitución”. Frente a quienes plantean una consulta sobre la monarquía, Díaz apuesta “por la estabilidad institucional”.

Democracia paternalista

Más allá de las causas concretas que motivan la decisión de abdicar y más acá del legítimo debate entre monarquía y república, lo cierto es que la gestión de la abdicación es sobre todo síntoma de un concepto paternalista, rancio o incluso caciquil de la democracia. Rajoy y Rubalcaba, los mismos que reivindican las virtudes del consenso de la transición y rechazan por injustas y generalizadoras las acusaciones de bipartidismo, han decidido cocinar a solas (con Felipe González como ‘MasterChef'’)MasterChef' el menú y el orden de los platos de la sucesión en la jefatura del Estado.

Por supuesto que no es discutible el carácter democrático que la suma de PP y PSOE en el Congreso garantiza para avalar por amplísima mayoría parlamentaria la ley orgánica de abdicación. Pero, ¿acaso no era posible intentar un consenso más amplio, con algún matiz a ese artículo único que convierte en innecesaria a juicio de no pocos juristas la propia ley orgánica? Por ejemplo, algún grupo podría haber condicionado su apoyo a la sucesión a un compromiso del futuro rey Felipe de ejercer su función con absoluta transparencia, austeridad y sometido a un estricto control parlamentario.

Por más que se empeñen ahora Felipe González y Zapatero y Rubalcaba en explicar la histórica prioridad “accidentalista” del PSOE sobre la monarquía, saben perfectamente que en toda agrupación socialista hay una bandera republicana. Y saben que en 1978, cuando se aceptó la monarquía juancarlista, el entonces portavoz parlamentario Luis Gómez Llorente explicó con todo detalle en el Congreso las raíces y convicciones republicanas y las razones por las que el Grupo Socialista se abstendría en la votación de ese artículo de la Constitución.

"Controlar" a las bases

Rubalcaba decidió por su cuenta (de la mano de Felipe González) acordar con Rajoy la sucesión en la corona del mismo modo que Zapatero y Rajoy pactaron por teléfono una noche de agosto de 2011 cambiar el artículo 135 de la Constitución para introducir el compromiso de estabilidad presupuestaria y la prioridad absoluta del objetivo de déficit. Rubalcaba impuso (otra vez) un congreso interno a unas primarias abiertas, y ha justificado después no haberse ido a casa tras asumir la debacle electoral del 25-M con la excusa de “controlar” a las bases. Un "control" que parece estar en los genes del aparato del partido. De hecho, hace casi una semana que la Ejecutiva aprobó lo del voto directo de los militantes para elegir al nuevo o nueva secretaria general y lo único que hemos sabido es que se está cocinando algún tipo de pacto a espaldas de los militantes antes de que lleguen a votar. Susana Díaz no quiere presentarse si corre el riesgo de que el resultado "divida" al partido, así que referentes del peso de Zapatero y (¡cómo no!) Felipe González presionan a Eduardo Madina para que no se presente o acepte algún tipo de acuerdo "de integración". El PSOE, después de ser la avanzadilla en la democratización interna con el compromiso firme de las primarias abiertas, vuelve a funcionar como en Suresnes o como en los congresos de la transición.

Por su parte, el jefe de la patronal, Juan Rosell, preguntado en 'La Sexta' por su opinión sobre la abdicación y sobre la conveniencia o no de una consulta popular sobre la monarquía, respondió haciendo un paralelismo significativo: “Los hijos piden muchas cosas e intentan llegar más tarde por la noche y tal… pero en una familia los padres tienen que decidir qué es lo mejor”.

Esa consideración de los ciudadanos como menores de edad y el paternalismo en la forma de administrar la representación democrática es una de las razones de desgaste de la propia democracia. Si hay algo incontestable en la lectura de resultados de las elecciones europeas es el castigo al bipartidismo y la irritación de la ciudadanía contra las élites políticas (los aparatos de los grandes partidos) y económicas, a las que considera en parte responsables de la Gran Recesión y sobre todo privilegiadas en el reparto de las cargas de la crisis. Así lo indican además los más rigurosos estudios sociológicos y así se explica la irrupción de Podemos en el panorama político.

Es llamativo, incluso sospechoso, el interés generalizado por concentrar todo el debate en torno a la abdicación en la confrontación entre monarquía y república o en la conveniencia o no de un referéndum. Asoman enseguida los elementos que suelen llevar a la simplificación y a la polarización en las opiniones. Mientras se discute sobre el carácter anacrónico de la monarquía hereditaria o sobre los éxitos y fracasos de la experiencia republicana en España se consigue aislar la sucesión en la jefatura del Estado de la clamorosa necesidad de algunas reformas constitucionales pendientes, única vía razonable para superar las lagunas o parches de la transición.

Ciudadanos y élites

La forma en que se está gestionando políticamente la abdicación no parece atender a las evidentes reclamaciones de una democracia más participativa, más transparente, más exigente en términos éticos y de calidad de la gestión pública. Por el contrario, la machacona insistencia en la absoluta prioridad de mantener la “estabilidad” del sistema denota más bien la inseguridad o la falta de liderazgo en las élites que lo dirigen. Como señalaba el politólogo Ignacio Urquizu, en todo modelo de sociedad hay élites: la clave está en abordar los cambios institucionales necesarios para que esas élites (políticas, económicas, profesionales…) sean de verdad representativas y obedezcan a criterios de mérito, esfuerzo y capacidad, no a la simple herencia, la endogamia o el clientelismo.

Los liderazgos en democracia se basan en la credibilidad, y no deben sustentarse en la simple adulación. Los excesos de almíbar sobre los aciertos de Juan Carlos en su reinado han rozado estos días el ridículo. No sólo trajo (prácticamente solito) la democracia a España sino que, según contó Felipe González en la SER a Pepa Bueno, el rey jugó un papel decisivo en el fin de la guerra fría y en la caída del Muro de Berlín por sus habilidades diplomáticas para conectar a Bush padre con Gorbachov.

Es grave, y muy significativo, que uno de los principales grupos editoriales (RBA) censure la portada de una revista humorística (El Jueves) por una viñeta sobre la abdicación real. Ese disparo en la rodilla de su propio negocio sólo se explica (después de 36 años de democracia) si el editor considera más rentable llevarse bien con la monarquía que con sus lectores. Pero también hay que denunciar la autocensura de las principales cabeceras periodísticas que han decidido olvidarse de que el jefe del Estado sigue sin dar explicación alguna sobre sus cuentas en Suiza. ¿Imagina alguien el escándalo que se produciría en cualquier otra monarquía parlamentaria o república democrática? Silencio por silencio, el mismo lunes en que se anunció la abdicación, infoLibre desvelaba la operación de especulación financiera que el presidente ejecutivo de Prisa, Juan Luis Cebrián, y varios de sus accionistas y directivos llevaron a cabo y que contribuyó decisivamente al hundimiento del grupo. ¿Imagina alguien el escándalo político y mediático si algo así ocurriera con el principal ejecutivo del New York Times o de Le Figarò?. Cebrián es, no hay que olvidarlo, uno de los promotores principales de una posible gran coalición PP-PSOE que garantice la "estabilidad" frente a la fragmentación electoral que pueda surgir de las elecciones generales de 2015. En ese empeño sigue el MasterChef González con el aliento de la flor y nata del Ibex-35, cuyos principales representantes (Botín, Fainé, Alierta...) estaban en el secreto de la abdicación unos días antes que el Gobierno de la nación.

Lo grave no es que abdique la corona. Lo preocupante es que, un paso detrás de otro, siga abdicando la democracia.

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