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Nacido en los 50

Los tiempos están cambiando

El Gran Wyoming

La presentación de una candidatura para la alcaldía de Barcelona compuesta por personas que provienen de movimientos ciudadanos al margen de los partidos políticos irrumpe en el escenario político como las figuras de los indios que se perfilan en lo alto de las montañas en las películas del oeste, ante el estupor de los colonos que preparan sus comidas en el círculo de caravanas. Están rodeando el hemiciclo.

Algunos prevén un resultado espectacular para esta candidatura que encabeza Ada Colau y que está respaldada por personas de todos los ámbitos que provienen de los distintos movimientos sociales que durante años se han encargado de hacer en la calle el trabajo que los representantes elegidos por el pueblo no podían, no querían, o entendían que no les correspondía pero que, en cualquier caso, no hacían: dar la cara donde había que darla. El trabajo de cuidar a los más desfavorecidos, de evitar los abusos de los poderosos, de denunciar las estafas que se han producido desde las estructuras financieras y que han sumido a este país en una depresión económica y moral insoportable corría a cargo de unidades de autodefensa ciudadana reprimidas por las fuerzas del orden ante la indiferencia o, en el mejor de los casos, la tibia protesta de los representantes legales.

Una consigna nació a raíz del 15-M que se extendió como la pólvora y los que protestaban hicieron suya de forma instantánea fue: “No nos representan”. Por primera vez en la historia de nuestra reciente democracia se planteaba de forma masiva que los problemas de los ciudadanos no eran atendidos por sus representantes, que sus voces no eran escuchadas y que, en definitiva, el sentir del Congreso de los Diputados latía a un pulso diferente al de la calle. Los señores diputados no se hacían cargo de la urgencia que acosaba a los que viven con el agua al cuello.

La crisis, que algunos analistas ven como un acto planificado meticulosamente y que ha traído consecuencias desastrosas para los ciudadanos de nuestros país, utilizada de forma artera como coartada para una involución política que ha aniquilado derechos fundamentales que se siguen cercenando desde los despachos del Congreso, aprovechando la legitimidad que otorgan las urnas, esa crisis letal, no ha sido analizada ni debatida por nuestros representantes con la contundencia que el daño causado exigía. Más de cuatrocientas mil familias se han quedado sin hogar, son millones los que han perdido su trabajo, miles los niños con problemas de nutrición, la pobreza y la marginación crecen, y en algunos de estos parámetros que miden la miseria estamos a la cola de Europa sólo por encima de Rumanía.

No vamos a entrar a analizar la bajeza moral de los que niegan los datos y afirman que aquí no pasa nada, mientras proponen, el último caso es el de los trabajadores de la Biblioteca Nacional, salarios de 600 euros a través de empresas que se encargan de la gestión de lo público. No hablaremos de ellos porque esos lo hacen bien, vinieron a por el botín y se lo están llevando. Entienden que la democracia es la alternancia en el poder para arrancar los diamantes a la corona cada pocos años, mientras un equipo de orfebres los van reponiendo con lo que se saca de los impuestos.

Del otro lado, los que tendrían que hacer oposición no han querido estar a la altura de la situación. Mientras en el terreno de juego la situación es dramática y el tiempo se agota, se les ve calentar en la banda, haciendo estiramientos, como si aquel no fuera su partido. No se han depurado ni señalado responsabilidades ni responsables de esta crisis. Nadie ha dado explicaciones. Se han limitado a citar las causas de la ruina en debates protocolarios que solo sirven para dotar de argumentos y llenar de contenido los espacios informativos y las tertulias políticas.

Los hechos son graves. El daño causado, tremendo. El quebranto social incalculable y, mientras, el hemiciclo sigue navegando a un ritmo pausado, porque, nos decían, lo principal era mantener el equilibrio, no rebasar la línea de flotación ya que el hundimiento lleva a “lo otro”, de todos conocido. Con la agudización del conflicto, crece la amenaza: “Nosotros, o la demagogia, el populismo y el caos”. Nos bombardean con la proclama de la obligatoriedad de lo que hay y el conformismo. Los responsables de la gravedad de la crisis siguen sentados plácidamente en su escaño.

Sobra el debate de autodefensa por parte de los aludidos que proclamaban la legitimidad que otorgan las urnas, asunto que nadie cuestiona, y menos teniendo en cuenta que son, precisamente, los diputados los que legislan. Les bastaría con promulgar una ley en la que se especifique que los elegidos representan a los que no se sienten representados porque el derecho a representar que otorgan las urnas prevalece sobre el sentimiento del representado que carece de validez legal y, además, no entiende las razones de Estado. Aunque también es cierto que podrían legislar sobre la pérdida de legitimidad de los electos diputados cuando traicionan las promesas contenidas en los programas transformando las campañas electorales, que pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos y los empresarios de las grandes compañías con sus donaciones desinteresadas, en auténticas estafas. Debate que, por cierto, ha abierto esta semana el señor Carlos Floriano denunciando a Podemos por manipular los sentimientos de los ciudadanos al hacer promesas que no cumplirán. Es curioso porque eran precisamente ellos los que tachaban de nazis a los que cuestionaban la legitimidad de los elegidos por las urnas cuando se les acusaba de mentir como bellacos y traicionar la promesa de no cruzar esas líneas rojas que marcaban la sanidad, la educación y las pensiones.

La convulsión impera en el seno de los partidos tradicionales. Todos quieren renovación, sangre nueva, democracia interna. Esta agitación viene marcada por el desastre electoral que han sufrido los dos grandes partidos y es probable que se deba sólo a eso, a un intento por salvar la exclusividad de la acción política convertida desde hace mucho en una profesión.

Ocasiones para demostrar a quién representan han tenido muchas y es, precisamente, en las situaciones límite cuando se ve la efectividad, el respeto, la radicalidad si fuera necesaria que se imponen para procurar el bienestar de la ciudadanía. Una parte muy importante de los votantes no se siente representada, sus razones tendrá, y no se anulan por decreto.

Irrumpen en el escenario ciudadanos que deciden organizarse en un intento de solucionar los problemas que los grandes partidos se niegan tratar.

Se equivocan los que se dejan embaucar por estos movimientos, dicen. No les importa, ya se han equivocado demasiadas veces haciendo uso del voto útil.

Otra vez Dylan: “Venid padres y madres de cualquier lugar y no critiquéis lo que no podéis entender, vuestros hijos están más allá de vuestro dominio, vuestro viejo camino va en dirección contraria, apartaos del nuevo si no podéis tender la mano porque los tiempos están cambiando".

Más o menos lo que yo quería decir.

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