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El vídeo de la semana

Así no cambiamos el ciclo

En sus manos ponemos la pesada carga de la educación de nuestros hijos, pero no sienten que la inmensa responsabilidad que eso supone tenga el merecido reconocimiento social.

En la semana que empezó con el adiós a Ana María Matute, esa mujer que confesó felicidad con el Cervantes y nos regaló delicias de brío literario y ejemplaridad vital, y termina con la emocionada despedida de otro profesor sumergido en el formol de la política durante más de dos décadas, Alfredo Pérez Rubalcaba, nos enteramos de que prácticamente todos los maestros –me gusta llamarles así– sienten que no les damos su lugar. Probablemente sea cierto. Y no será mala cosa que revisemos la relación de todos con la enseñanza. Todos: ciudadanos, maestros, alumnos y, desde luego, los gobiernos.

Lo cuenta el video: según el informe Talis de la OCDE, apenas uno de cada diez docentes se siente valorado por la sociedad. Es una percepción subjetiva, pero válida como expresión de un estado de ánimo altamente desmotivador. Y sin motivación es más difícil trabajar por mucho que, también según ese informe, la mayoría de los maestros ame su trabajo y no se arrepienta del camino elegido (entre el 80 y el 88%). Vocación, por tanto, socialmente maltratada. Lo cual me lleva a pensar que con un pequeño empujón motivador ganaríamos bastantes enteros de calidad de enseñanza. Se puede, por ejemplo, empezar por decirle a los docentes de nuestros hijos que nos gusta cómo lo hacen cuando así sea.

Pero el informe revela además algunas lagunas en la actitud de los propios enseñantes. ¿Cómo es posible que el 87% de ellos jamás haya visto dar clase a un compañero? Admito mi sorpresa por semejante confesión. No puedo imaginar en mi oficio de periodista intentar trabajar sin observar, aprendiendo y creciendo, lo que hacen los demás compañeros. Tampoco en la vida avanzar sin entender el mundo alrededor. Acaso sea el miedo al cambio, el temor a abandonar la zona de confort, a la autocrítica; como esos catedráticos alérgicos a la innovación porque supone cambiar los programas, y eso cuesta.

Y está además la responsabilidad de quienes gestionan la vida pública. Según Talis casi la cuarta parte de los docentes no han sido evaluados jamás, y los que si, mediante el discutible método de valorar las notas de sus alumnos. Por tanto, y en rigor, apenas se examina a los que examinan.

Con este panorama y la devastadora política de recortes, no es de extrañar que estemos donde estamos. Falta estímulo, evaluación, cintura y autoconfianza, y así difícilmente saldremos de la mediocridad por mucho que esta se aparezca hoy como indeseado modelo de pública conducta.

Hablamos de enseñanza y eso es hablar de futuro. O cada uno da un paso más y se compromete o las siguientes generaciones no sólo vivirán peor sino que lo irán teniendo cada vez más difícil para cambiar el ciclo.

Considerando, naturalmente, que estemos en la idea de cambiarlo. Porque es posible que unos cuantos no lo quieran cambiar, que todo puede ser.

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