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Que no se quede en un brindis al sol

Mañana domingo casi 200.000 ciudadanas y ciudadanos que militan en el Partido Socialista podrán elegir quién va a ser su secretario general. Dos semanas después, un congreso extraordinario del PSOE ratificará esta elección, aunque la votación del domingo no sea en rigor vinculante.

Dicho está ya, escrito y sobradamente comentado, que esta es la primera vez que algo así va a suceder en un partido político español y que la valoración que, desde una mirada ciudadana y crítica, puede y debe hacerse es necesariamente positiva.

Pero acaso no fuera mala cosa que pongamos frente a nosotros esta notable realidad política de que el voto directo de los militantes elija por primera vez al máximo dirigente de un partido con experiencia y ambición de gobierno, para situarlo en la perspectiva del futuro más o menos inmediato y señalar algunas imágenes pendientes aún de perfilar en el horizonte en forma de obligaciones nacidas de este histórico proceso interno.

Pedro Sánchez, Eduardo Madina o Jose Antonio Pérez Tapias: uno de los tres será desde mañana el candidato de los militantes socialistas que el Congreso Extraordinario deberá ratificar como secretario general.

El más que loable cimiento democrático de esta elección alimenta compromisos ineludibles de transparencia y ética.

Alguien que ha sido elegido por la militancia deberá tener en cuenta en primer lugar a la propia militancia a la hora de gestionar lo que se ha puesto en sus manos. Obvio, sí; pero seguramente por ello más necesario repetirlo no se lo vaya a comer el sobreentendido. No conozco la dinámica interna de un partido político porque nunca he militado en él, pero mi papel de simple observador me ha mostrado que lo habitual es que los órganos directivos de los partidos convencionales se basten y se sobren, amparados en la necesidad de simplificar y la habitual “cualificación” de los cuadros, para proponer y decidir el rumbo y las políticas del partido. Esa mentalidad habrá de romperse y buscar nuevas vías de comunicación interna para escuchar, ponderar y en su caso aplicar la opinión de la militancia. El que mañana vote no cierra el proceso, al contrario: crea un hábito democrático nuevo que sólo tendrá sentido si se desarrolla como tal a partir de ahora.

Este compromiso con la profundización democrática exige además que el nuevo secretario general sea de verdad integrador, entendiendo por tal alguien que tenga los arrestos democráticos de acabar con las familias, tendencias y poderes más o menos sombreados del aparato local o nacional del partido. La democracia interna exige también esa transparencia en la responsabilidad de poder.

Y algo más: la nueva dirección tiene que perder el miedo, y para eso tiene el fundamento democrático del que nace, a salir a la calle y vencer y convencer con el compromiso de la cercanía. Tiene que romper las paredes del despacho y hacer sentir a la gente que su poder sale de ella y a ella se debe.

Si el Partido Socialista es capaz de redibujar su funcionamiento democrático interno como parece que va a hacer con la elección de mañana, y como consecuencia acaba con familias y poderes, democratiza la elección de mandos intermedios, no condiciona la elaboración de listas a amistades, relaciones o tendencias, y es capaz de abrirse a los ciudadanos, habrá dado de verdad el paso que necesita para empezar a recuperar vitalidad. En caso de no hacerlo, quedará como un estético brindis al sol que más calienta, sin fundamento ni credibilidad y le hará mucho más daño del que se imaginan quienes incluso desde el PSOE parecen estar esperando que acabe este “follón” para volver a lo de siempre.

Uno no es analista político, pero sí ciudadano preocupado y hablador con algo de músculo. Por eso deja aquí, con vocación de utilidad pública, este par de notas a vuelapluma sobre lo que entiende que debe ser el proceso democrático que abre el PSOE. No sólo porque de salir bien refuerza una formación que todavía puede y debe aglutinar votos de la izquierda en este país, sino porque de su éxito depende también que se abra un camino por el que no tendrán más remedio que transitar los demás. Y si así fuera, hasta podríamos pensar que la crisis presente habría servido para cambiar los hábitos poco democráticos enquistados por el tiempo y la desidia en el corazón de los grandes del bipartidismo.

El tiempo lo dirá. Yo no pierdo la esperanza de que si esto de la democracia interna cunde dentro de no mucho hasta seamos los electores quienes votemos a nuestros representantes en listas abiertas. ¿Llegaremos a verlo? Creo que empezamos a jugárnoslo ahora.

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