A la carga

El año de la desigualdad

Por fin, en el año 2014, ha obtenido reconocimiento general el dato del aumento tremendo de la desigualdad en España. Ya no sólo lo dicen algunos investigadores aislados, sino que hasta los organismos internacionales se han ocupado del asunto. Ha ayudado mucho, sin duda, la publicación del célebre libro de Piketty, que ha hecho que los economistas se pongan al día y hablen abiertamente de desigualdad (la inmensa mayoría de ellos lo consideraba hasta hace bien poco un problema más bien irrelevante).

En España, antes de la crisis, el 20% más rico de la población ganaba 5,5 veces más que el 20% más pobre. Durante la crisis, la diferencia ha aumentado considerablemente, llegando a 7,2 en 2012. El siguiente gráfico muestra la evolución de este indicador de desigualdad:

Como muestra el siguiente gráfico, España se situó en 2012 en una poco honrosa primera posición, seguida de Grecia, en el ranking europeo de desigualdad:

El lector hará bien en preguntarse por qué no presento unos datos más actualizados, pues ya tenemos información de 2013. La razón es muy sencilla: las autoridades españolas han optado por cambiar el método de cálculo en 2013, rompiendo la serie histórica, con lo cual, a partir del año pasado, la ratio ha pasado “mágicamente” de 7,2 en 2012 a 6,3 en 2013 y ya no estamos en primera posición en Europa. Debe subrayarse que España es el único país de la UE que ha quebrado su serie histórica con un cambio en los criterios de cálculo.

En general, los datos muestran que España es el país de la OCDE en el que la desigualdad ha crecido de forma más rápida en los años de crisis. Sobre este aumento venían alertando diversos autores. Puede consultarse el exhaustivo Informe sobre la Desigualdad que publicó la Fundación Alternativas en 2013, o el libro de José Saturnino Martínez, Estructura social y desigualdad en España, que contiene esta frase lapidaria: “En riqueza retrocedemos una década, pero en desigualdad, tres”.

Sabemos, además, que el aumento de la desigualdad en España durante la crisis es consecuencia sobre todo del empobrecimiento de quienes menos tienen. Si bien algunos datos apuntan que ha habido un crecimiento de millonarios, el grueso de la desigualdad se explica por la devaluación interna que sufre el país como consecuencia de su pertenencia al euro. Dicha devaluación interna ha sido especialmente intensa en los hogares con menores ingresos, entre la gente más joven (los jubilados resisten mejor que en otros países europeos) y entre quienes tienen posiciones más precarias en el mercado de trabajo.

¿Qué consecuencias tiene la desigualdad? Casi todas son malas. Los estudios disponibles revelan que las sociedades más desiguales tienen también mayores índices de delincuencia, peores indicadores de salud (mayores tasas de obesidad, mayor incidencia de enfermedades mentales, menor esperanza de vida), peores resultados educativos, niveles más bajos de confianza social, etc. (véase un resumen aquí y aquí). La desigualdad, además, produce menor movilidad social (Alan Krueger llamó a esta relación la “curva del Gran Gatsby”): en los países más desiguales hay menor movilidad inter-generacional, es decir, las ganancias de los miembros de una generación dependen mucho de las ganancias que obtuvieron sus progenitores.

En términos políticos, la desigualdad está asociada a mayor polarización política y, más importante todavía, a menor redistribución económica. Cuanta mayor es la desigualdad en un país, menor es el gasto público en programas dirigidos a paliar los efectos de la pérdida de ingresos. Además, la desigualdad supone un coste elevado para la democracia. La democracia es un sistema de gobierno basado en el principio de igualdad política (un ciudadano, un voto). Pero la desigualdad social hace que quienes más tienen ejerzan una influencia desproporcionada en la política, sesgando a favor de sus intereses las políticas que hacen los gobiernos. La demostración más impresionante de esta tendencia es el estudio de Martin Gilens, Affluence and Influence, en el que pone de manifiesto que los cambios políticos que se producen en Estados Unidos corresponden a las preferencias de los votantes de elevados ingresos, sin que apenas se tengan en cuenta las opiniones de votantes con ingresos medios o bajos.

Pero es que, incluso si la desigualdad no produjera resultados tan negativos, habría motivos no consecuencialistas para combatirla. Cuando las desigualdades se disparan, las personas tienden a considerar que se está violando el esquema básico de justicia que debe regir en toda sociedad. En la teoría de John Rawls sobre la justicia, la desigualdad sólo es aceptable en la medida en que mejore la condición de quienes menos tienen (este es el llamado “principio de la diferencia”). Claramente, no es esto lo que ha sucedido durante la crisis actual, donde la desigualdad es resultado de un empeoramiento de quienes menos recursos poseen.

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No sólo las personas se ofenden moralmente por la injusticia que se asocia a la desigualdad. Incluso entre los primates se observan reacciones similares. El famoso primatólogo Frans de Waal realizó un experimento con dos monos capuchinos en los que uno de los animales es sometido un trato patentemente injusto frente al otro. La injusticia consiste en que recibe como recompensa trozos de pepino en lugar de uvas, mientras observa cómo a su compañero le dan uvas (un alimento mucho más preciado para estos animales). La diferencia de trato, a su entender arbitraria, le lleva a arrojar los trozos de pepino al experimentador y a mostrar una gran irritación. (Puede verse el experimento en este vídeo, de menos de tres minutos, que les recomiendo encarecidamente que lo miren).

Supongo que es algo parecido a lo que nos sucede a muchas personas cuando el Gobierno de Rajoy decide subir en 2015 el salario mínimo de los actuales 645,3 euros a 648,6 euros (pepino) frente a las generosas ayudas que siguen fluyendo hacia el sistema financiero (uvas).

Una sociedad justa no puede construirse a partir de la injusticia social. En España ha costado un tiempo, pero al final se ha terminado abriendo paso la evidencia de la enorme desigualdad producida durante los años de la crisis. Este reconocimiento, que tanta incomodidad causa entre liberales y conservadores, es un primer paso. Quizá en 2015, cuando lleguen las elecciones generales, el gobierno resultante se tome en serio de una vez este problema. Sería la mejor noticia posible para el año próximo.

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