Nacido en los 50

La caída de los antisistema

El Gran Wyoming

La democracia es un sistema fácil de entender, pero casi imposible de asumir para aquellos que se han criado en la defensa del oscurantismo y la supremacía de los vencedores de aquella guerra civil de la que no quieren hablar, por ser parte de un pasado lejano que divide y enfrenta, pero tampoco condenar, por respeto al caudillo que trajo la paz y la prosperidad a los españoles de verdad.

Tras la muerte de Franco, con la llegada de la democracia, los que plantearon la opción continuista de aquel régimen dictatorial, encabezados por don Manuel Fraga Iribarne, quedaron fuera del tablero de juego, se convirtieron en un grupo de freaks nostálgicos que daba vivas a España y su bandera. La imagen del exministro de Gobernación con Arias Navarro (siempre le recuerdan como ministro de Información y Turismo, que queda mejor) con sus radiantes tirantes de la bandera española, en plena Transición, rozaba el patetismo por su tenaz resistencia a que la libertad se propagara por nuestras calles trayendo de nuevo el caos a aquella saneada, limpia y católica España.

Los más listos se apuntaron a ese movimiento regenerador e inofensivo que se llamó UCD, una especie de tintorería en la que entraban los adictos al régimen y salían reconvertidos en demócratas y que ante el temor de un golpe militar obtuvo una mayoría más que suficiente para gobernar el país, de la mano de Adolfo Suárez, en las primeras elecciones democráticas.

Eran dos estilos diferentes. El darwinismo que representaba Suárez con su política de reconversión a los tiempos y adaptación a un medio ignoto y, como tal, arriesgado; frente al inmovilismo de don Manuel, más próximo a las tesis del creacionismo y firme defensor de que España debía quedar en manos de los españoles de verdad, aquellos que arrebataron la patria de las garras carniceras a los exterminadores marxistas.

Ni por retórica, ni por estética, estos nostálgicos reaccionarios parecían tener futuro en aquella España que miraba a Europa dando la espalda a las rutas de la conquista que nos conducían por el Imperio hacia Dios. Hasta la Constitución les parecía un exceso, un disparate hijo del libertinaje, a los señores de AP, a pesar de que tuvieron a su líder presente y activo durante su redacción, siendo uno de los padres de esa criatura que, paradójicamente, se acabó convirtiendo en el escudo protector con el que atizar a cualquiera que pretenda dar un paso adelante en nuestras formas de convivencia.

Pues no fue así, aquellos freaks no acabaron marginados en el museo de los horrores freaks como seres trasnochados y la fe, o tal vez la fuerza que otorga la intransigencia, consiguió que este grupo de extravagantes españoles, con su resistencia numantina, algún retoque de chapa y pintura –sin dejar del todo el bigote y la gomina–, y tras un par de cambios en el liderazgo puesto en manos de jóvenes entusiastas de aquel pasado no tan remoto, llegara a las más altas cotas del talante democrático y a gobernar con mayoría absoluta España.

Es probable que algunos, a fuerza de defender el sistema y de repetir cual letanía que nadie les daba clases de democracia, acabaran creando un surco cerebral que les hizo creer aquello que decían, pero la mayoría eran de pura cepa, tenían ocho apellidos españoles y lucían un tono de piel que provenía de la España donde no se ponía el sol.

Andando los años acabó aflorando su esencia, le perdieron el respeto a las formas y terminaron tomando las instituciones como entraron en Madrid los nacionales. “Si España es nuestra”, se dijeron, “también lo es su patrimonio”, y en justa compensación a sus servicios a la patria, así como en venganza por la vida de disimulo y represión que les obligaba a llevar el Sistema, que sólo les permitía “ser” en la intimidad, se entregaron afanosamente al expolio y la privatización llevando a los registros de la propiedad lo que antes era de todos. Vamos, que se financiaban, que se dice ahora.

La complicidad de su fiel electorado que no les juzgaba en las urnas, sino que buscaba sus colores a la hora de votar, les hizo venirse arriba y perder el respeto a las formas en plena era de lo políticamente correcto. Desprovistos de los uniformes de camuflaje se exhibieron tal cual son y tomaron las instituciones al asalto. La vida se les iba en el disimulo y decidieron “ser”, en lugar de “estar”, cuando pensaron que el apoyo del resto de sus socios europeos, también liberales conservadores y amigos de lo ajeno, aunque por otras vías, les serviría de aval para permanecer en el poder eternamente.

La manipulación vergonzosa de los medios de comunicación públicos así como la colaboración militante y entusiasta de la mayoría de los privados, la abolición de los derechos de los trabajadores de un plumazo, la demonización de los movimientos sindicales, las privatizaciones de los servicios públicos, la ocupación de la cúpula de las instituciones por parte de incondicionales a su servicio, la supresión de libertades y derechos ciudadanos, la utilización de las fuerzas represivas como en los viejos tiempos y la corrupción generalizada, sistémica y organizada, han sido las pautas que han definido su acción política de los últimos tiempos.

A lo mejor les hemos exigido demasiado y puede que si analizamos en detalle quiénes son y de donde vienen, cosa que siempre reivindicaba don Manuel, no hayan hecho otra cosa que lo que les correspondía, por clase y tradición. Si las cuentas no salen en el circo, no es buena idea juntar a los tigres con las gacelas en la misma jaula porque al final, pasa lo que pasa, está en su naturaleza. Algunos de estos prohombres no saldrán de su asombro pensando: “¿Qué esperábais?”. Si el infortunio les lleva a trabajar de funcionarios por un sueldo mísero, “qué le vamos a hacer”, pero ellos no se meten en política para eso. Son de la especie de los listos, emprendedores.

Puede, insisto, que no fueran malos chicos, pero este sistema de control, libertad y tolerancia, no les va. Cuando se les piden explicaciones por conductas impropias del Estado de Derecho se limitan a responder: “Es legal”, como si no supiéramos que las leyes las hacen ellos, como el sastre de Camps, a su medida y a mayor gloria de la impunidad.

Nos hemos reído mucho con la alfombra de la boda de la hija de Aznar que, cual pequeño Napoleón se coronó emperador en aquella ceremonia rimbombante que compitió en boato y esplendor con la del actual rey de España, rodeado de la plana mayor de la delincuencia organizada bajo la bendición de Berlusconi. Desde el punto de vista de la escenografía y el esperpento es difícil pedir más, pero hemos sido ingenuos si pensábamos que con ese elenco en la cúpula del poder no íbamos a pagar consecuencia alguna.

Este domingo el pueblo español acudió a las urnas para anunciar un cambio, encumbrar nuevas opciones y limpiar un poco el panorama de “antisistemas”. Hay faena, y como los extraterrestres, están entre nosotros.

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