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Grecia y Europa: políticos en manos de tecnócratas

“La pobre actuación del Gobierno griego no cambia para nada el escándalo de que los políticos en Berlín y Bruselas sigan negándose a confrontarse con sus colegas griegos como políticos (…) Se presentan como políticos, pero sólo hablan en su papel económico como acreedores”. Lo escribía hace unos días el sociólogo y filósofo alemán más influyente, Jürgen Habermas, en el diario Súddeutsche Zeitung. Y lo ve cualquiera que repase sin gafas ordoliberales lo ocurrido con Grecia desde que en 2010 comenzó a aplicarse la doctrina del austericidio. Este lunes, 29 de junio, los bancos griegos estarán cerrados. Su falta de liquidez es equiparable a la vaciedad de unos dirigentes políticos europeos incapaces de solucionar un problema que afectaba al 2% de la economía continental y que, cinco años y unos 230.000 millones de euros después, amenaza con provocar un desastre en el conjunto de la zona euro.

Ha fracasado por completo la tecnocracia, pero esos mismos dirigentes e instituciones que se entregaron a sus recetas pretenden ahora instalar la especie de que son exclusivamente los griegos, y más concretamente sus gobernantes de Syriza, los culpables de esta crisis por convocar un referéndum para que los ciudadanos decidan si aceptan o no las condiciones que se les imponen para continuar viviendo de prestado. Habermas recordaba, precisamente, que “son los ciudadanos y no los bancos quienes deben tener la última palabra en cuestiones existenciales para Europa”. Ya no es que sorprenda, pero resulta indignante el papel de grandes medios de comunicación que se proclaman editorialmente “europeístas” y que prestan todos sus altavoces al mensaje sensacionalista y parcial de que “Grecia se precipita hacia el abismo…” Como si nadie la hubiera empujado.

Los efectos de las recetas

Ahí van unos apuntes mínimos sobre lo ocurrido en Grecia desde que empezaron a aplicarse los planes de rescate dictados por la troika formada por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.

   - El Producto Interior Bruto griego ha caído alrededor de un 25% (de 237.000 millones en 2009 a 179.000 en 2014). Como recordaba el economista Lucas Duplá aquí mismo hace una semana, la contracción de la economía griega ha sido similar a la sufrida por otros países tras perder una guerra.

   - El déficit público (la gran obsesión germana) se ha reducido desde el 15% en 2009 al 3,5% en 2014. Como este domingo señalaba Carlos Sánchez en El Confidencial, el control del déficit griego es “un auténtico récord mundial”.

   - Los salarios reales han caído desde 2010 más de un 25%.

   - La tasa de paro, que estaba en el 10% en octubre de 2009, ha llegado a superar el 27% de la población activa.

   - Las pensiones se han reducido hasta en un 48%, y más de un millón de hogares tienen esa pensión como único ingreso.

   - El número de funcionarios públicos ha pasado de 907.000 en 2009 a 651.000, para una población de once millones.

   - La deuda pública, cuya reducción era supuestamente el otro gran objetivo de las medidas de austeridad, suponía en 2009 el 126% del PIB. En 2015 superará el 180%.

El último dato citado es suficientemente demostrativo del fracaso de las medicinas de la troika, como algún informe del propio FMI ha reconocido, y como ya avanzaron muy variados economistas poco escuchados en Europa, como el Nobel Joseph Stiglitz o el profesor Mark Blyth, autor de Austeridad. Historia de una idea peligrosa. Salvo contadas excepciones que responden a factores muy concretos, nunca en la historia económica han funcionado las políticas de austeridad como respuesta a una crisis económica y financiera como la que ha afectado a Europa y especialmente a los países del sur. En Grecia (como en España) la deuda sigue creciendo y el paro estructural resulta insoportable y obliga a emigrar a toda una generación de jóvenes, además de provocar un empobrecimiento de las clases medias.

Los intereses protegidos

Los casi 230.000 millones de euros prestados al Tesoro griego desde el estallido no han ido destinados a reflotar la economía, sino que más del 85% de ese dinero ha vuelto de inmediato a los bancos alemanes y franceses acreedores principales de ese endeudamiento griego. Los propios asesores económicos de la canciller Ángela Merkel han expuesto en más de una ocasión la necesidad de convocar una Conferencia Europea para la Reestructuración de la Deuda como única forma eficaz de afrontar el problema de fondo. Dicho de otro modo: coinciden con el gobierno de Tsipras en que esa deuda es impagable y sólo se podrá recuperar una parte de ella si se permite a los griegos hacer crecer su economía en lugar de ahogarla. "Es verdad que Grecia no podrá pagar su deuda. Pero ni Grecia ni ningún otro país si tuviera que hacerlo. Ni siquiera EEUU", apuntaba hace unos días en El Mundo Juan Ignacio Crespo, matemático y analista financiero.

No hace falta reproducir estadísticas para abonar las tesis cerriles de la dirigencia europea cuando pone los focos en la economía sumergida griega, en las prejubilaciones tempranas o en la nula afición de sus empresarios y autónomos a pagar impuestos. Basta con leer a Petros Márkaris para conocer rasgos que describen un Estado semifallido. Pero todos y cada uno de esos dirigentes saben perfectamente que la burbuja griega, como la española, ha supuesto pingües beneficios a la gran banca del núcleo duro de la UE. Y son los intereses de esa misma banca los que se están protegiendo, mientras se desprecia por el camino el interés último de los ciudadanos europeos.

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En esta especie de juego suicida en que se han convertido las negociaciones entre Bruselas y Atenas, la prepotencia no es, ni mucho menos, una actitud exclusiva del ministro Varufakis. Este mismo domingo, y tras el voto del Parlamento griego a favor de convocar el referéndum, la Comisión Europea ha considerado oportuno publicar los detalles de la última oferta realizada a Grecia. Si se repasa el documento y se tiene en cuenta lo que la zona euro se está jugando, resulta un sarcasmo pensar que no sea posible alcanzar un acuerdo. Si se puso freno inmediato a los ataques al euro con aquellas simples (y tardías) palabras de Mario Draghi, por supuesto que no hay argumentos para aceptar la imposibilidad de ayudar a salir del pozo a quien supone un 2% de la economía europea.

Si se ha llegado a este punto es precisamente porque el problema no es económico sino político, y trasciende el caso griego aunque éste lo represente. Si quedaran restos de inteligencia en Bruselas (en el conjunto de los gobiernos europeos) harían algún caso a la advertencia lúcida de Habermas en ese artículo ya citado: “la Unión Monetaria seguirá siendo inestable mientras no se complete con una unión bancaria, una unión fiscal y una unión económica. Eso significa, si no queremos reducir la democracia a un decorado, convertir la unión monetaria en una unión política”. 

Para lo cual necesitamos más políticos (honestos) y menos tecnócratas.

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