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Muros sin Fronteras

Peña Nieto, presidente fallido

La fuga de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo Guzmán, uno de los mayores narcotraficantes del mundo, es un fracaso del presidente Enrique Peña Nieto y de México, un país que se mueve peligrosamente, según las zonas, entre el Estado ineficaz y el Estado fallido.

El Chapo escapó de la cárcel El Antiplano, de (supuesta) alta seguridad, a través de un túnel de 1,5 kilómetros. Es la segunda fuga de un hombre que se le conoce por su querencia por los túneles. El cártel de Sinaloa, del que es jefe, cuenta con una unidad de ingeniería para estos menesteres. Según se conocen los detalles crece la indignación en el país. Se trata de una prueba (una más) de que el Estado no está limpio, de que el narco lo ha penetrado hasta la médula.

El túnel contaba con iluminación y ventilación. Para excavarlo, los hombres del Chapo tuvieron que extraer 3.250 toneladas de tierra, una cantidad suficiente para llenar 350 camiones medios. Todo se hizo delante de las torretas de vigilancia y a 1.700 metros de un cuartel militar, según informó Jan Martínez Ahrens. Una fuga de este calado no se puede llevar a cabo sin complicidad interna y sin acceder a los planos de la prisión para llevar el túnel hasta las mismas duchas. Es un ejercicio de eficacia insólito en México.

La Procuraduría General de la República (PGR) –una especie de Fiscalía General del Estado– se ha limitado a aumentar la oferta económica por su detención y a distribuir una foto de cómo podría ser ahora su aspecto. Esta PGR es la misma que tuvo un papel tan poco decoroso en el asunto de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, un caso en el que más que investigar pareció empeñada en destruir pruebas y en presentar un caso cerrado, como denunciaron en su día las madres de los estudiantes y el informe del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), una autoridad en la materia.

El caso de los 43 estudiantes sigue presente en la conciencia del país, pero no en la del Gobierno. La fuga del Chapo Guzmán actúa en la misma dirección, es parte del mismo fracaso. Peña Nieto rechazó la propuesta de extraditarle a EEUU, que es lo que se hizo en Colombia para aliviar la presión sobre los jueces. Su rechazo tenía un halo de nacionalismo, un “México sí puede” .

El país vive sumido desde décadas en una corrupción endémica generada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que fue hegemónico durante 70 años hasta que perdió el poder en 2000, en favor de Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN). Se trataba de una corrupción piramidal de la que todos se lucraban de alguna manera, desde la pequeña mordida en la base al gran saqueo en la cúspide. Fox no cambió nada, se limitó a beneficiar a su partido en el sistema de reparto.

Su sucesor en la presidencia, también del conservador PAN, Felipe Calderón, decidió lanzar una guerra contra el narcotráfico azuzado por EEUU que pretendía repetir en México el llamado Plan Colombia. Hasta entonces había dos cárteles dominantes, el de Sinaloa, dirigido por el Chapo Guzmán, y del Golfo. Existía un pacto táctico: la política con sus líos iba por un lado y los negocios de la droga por otro. Rara vez se mezclaban.

El sexenio de Calderón fue un desastre: miles de muertos, violaciones masivas de los derechos humanos y ruptura del statu quo. De los dos grandes cárteles surgieron decenas de bandas. Solo en el Estado de Guerrero, donde desaparecieron los 43 estudiantes, hay cerca de 80. La política y el crimen organizado se mezclaron; en unos lugares mandaba el político-narco, en otros el narco-político.

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Las cantidades de dinero que se mueven son enormes, compran policías, jueces, alcaldes, diputados. Lo que haga falta. La penetración del narco en el Estado es total. Se repite el caso de Colombia 20 años después. En México no hay guerrillas como en Colombia, que terminaron por corromperse y actuar como narco-guerrillas. Colombia vive ahora un complejo proceso de paz. En México los diferentes cárteles se han armado creando verdaderos ejércitos en los que no faltan los kaibiles, las antiguas fuerzas especiales de Guatemala, expertos en los crímenes más espantosos.

Todo esto era conocido, pero muchos caen en la ficción de que México es un país que funciona, que crece económicamente, que no es como la Venezuela chavista donde falta hasta el papel higiénico. Venezuela puede tener un Gobierno que gestiona mal, pero no es un Estado fallido. Con Peña Nieto regresó el PRI al poder; pese a su juventud y su apariencia moderna, es el mismo PRI de siempre, con todos sus defectos.

Aún no ha dimitido nadie en el Gobierno. Tampoco por la muerte, perdón, por la desaparición de 43 estudiantes en Iguala que dejó al descubierto las entrañas de un Estado corrupto. La vida sigue, como en los narcocorridos.

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