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Desde la tramoya

Unionistas sin hogar

Se va calentando el ambiente. Los protagonistas conocen bien los plazos, ya perentorios. Tras el previsible parón de agosto, el 11 de septiembre, con la gente aún bronceada y despistada, veremos en la Meridiana de Barcelona una nueva exhibición nacionalista en la Diada. Ese mismo día, fíjate tú qué casualidad, comienza la campaña electoral para las elecciones autonómicas, que se pretende sean en un referéndum para la declaración unilateral de independencia de Cataluña.

No debe descartarse un conflicto político grave, si Rajoy se hace el machote antes de sus propias elecciones generales del invierno y aplica el artículo 155 que permite “adoptar las medidas necesarias” para obligar a Mas y Junqueras al “cumplimiento forzoso” de sus obligaciones. Dios quiera que los niveles de testosterona de Rajoy se mantengan en sus bajos niveles habituales… y que se reduzcan los del president, que suelen estar, por el contrario, por encima de lo saludable.

Pero lo más probable es que, de nuevo, este camino hacia la Tierra Prometida de la independencia, vuelva a quedarse en una exhibición grandilocuente de símbolos, sin consecuencias mucho mayores. Hay que recordar que, según el último sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, la mitad de los catalanes no quiere la separación. Sería una locura proclamar la secesión en contra de la mayoría sociológica de Cataluña.

Sorprende que esa mayoría social se vea tan poco y que su voz se escuche tan baja. Ese ha sido un logro indiscutible del independentismo. Los soberanistas tienen un símbolo que se ve en cada rincón: en los balcones, en las manifestaciones, en las carpetas de los estudiantes, en los coches y en las pulseras y las chapas de la solapa. Para quien la luce es motivo de orgullo y de unión. Es la estelada, esa bandera que unió al separatismo catalán de principios del siglo XX con la independencia de Cuba. Por contra, el unionismo –que por no tener no tiene ni nombre– no cuenta con tal fortuna. La senyera es demasiado ambigua, la rojigualda agresiva y centralista y la bandera europea de las 12 estrellas no quiere decir nada que no pueda decir cualquier otro.

El separatismo –que así es como deberían llamarlo los unionistas– tiene un relato épico y unificador, que está por encima de la ideología: la construcción de un nuevo Estado europeo próspero y libre, que ponga fin a las humillaciones y los desafectos de España. ¿Y qué contrapone el unionismo? ¿El statu quo? ¿El mero respeto a la Ley? ¿Una cosa incomprensible llamada “federalismo”?

El secesionismo –otro nombre posible que oponer al del “independentismo” o “soberanismo”– tiene claro cuál es su enemigo: el PP y Rajoy, que son los del “no”. Los que “no entienden a Catalunya”, los que no reconocen que hay un problema. Con más o menos sutilezas, el enemigo se extiende “al Estado”, es decir, a “España”, a la que solo se cita como entidad ajena y distinta de “Catalunya”. De manera que quienes están contra la independencia están contra Cataluña. Es una falacia monumental, pero funciona para crear el maniqueo necesario en una apuesta política que finalmente se dirime entre un “sí” o un “no”.

Final de la Guerra Fría: gana Cuba

El sujeto político de los separatistas es “el pueblo catalán”, que quiere liberarse del yugo español. ¿Y cuál es el sujeto del unionismo? Naturalmente, debería ser ese mismo “pueblo catalán” que, como mínimo en ese 50%, quiere seguir siendo también español. Pero quienes quieren seguir siendo españoles y catalanes al mismo tiempo, deberían extender la hermandad al resto de España. Y el resto de los españoles, que de forma abrumadora sienten respeto, afecto y admiración por Cataluña, tiene que corresponder a sus hermanos catalanes, dando muestras públicas de esos sentimientos. Como hicieron millones de ingleses con los escoceses.

Quizá en algún momento, la mayoría unionista de Cataluña y también la del resto del Estado sean capaces de romper la espiral de silencio tan minuciosa e inteligentemente generada por el separatismo catalán. Será necesario construir los símbolos, los lugares, los afectos y los argumentos básicos para extender un mensaje orgulloso, positivo, casi festivo, a favor del “sí”: del sí a la unión, del sí a la convivencia generosa, del sí a Cataluña dentro de España y a España dentro de Cataluña.

De momento, en la crucial batalla por los símbolos, el independentismo gana de calle. Los separatistas llevan meses preparando “su” próxima Diada, y ya tienen lugar de celebración y camisetas preparadas. Mientras, los unionistas no tienen ni qué ponerse ni a dónde ir.

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