Nacido en los 50

El PP, partidario de escuchar al pueblo

El Gran Wyoming

Al parecer, Alfonso Alonso, actual ministro de Sanidad, tiene pensado abandonar las filas del PP si hacemos caso a las declaraciones que ha efectuado este mismo lunes en la Cadena SER, valorando el resultado de las elecciones catalanas, en las que declara que el proceso soberanista debe detenerse en base a una razón poderosa: “…hay una cosa que es importante recordar, que es que en democracia es importante escuchar lo que dicen los ciudadanos y lo que dicen cuando acuden a las urnas, y escucharlo de manera fiel y leal”. Toma castañas.

Es partidario de escuchar al pueblo, lo cual entra en contradicción con lo que han venido haciendo él y sus correligionarios desde que han llegado al poder con una espectacular mayoría absoluta en escaños, que no en votos, dato que ahora parece importante. Han hecho oídos sordos a las innumerables peticiones de los ciudadanos, así como de la oposición, aprobando todo tipo de medidas y leyes en solitario eludiendo el debate parlamentario elemental en cualquier democracia. Cada vez que han sido cuestionados por su falta de sensibilidad democrática a la hora de tomar medidas que afectan de forma directa al bienestar del conjunto de la ciudadanía, se agarran a la legitimidad que otorga esa mayoría absoluta como argumento legitimador incuestionable. Incluso para traicionar su propio programa que fue incumplido, precisamente, en todos los puntos que, según los sondeos, más preocupan a los ciudadanos. Se trazaron líneas rojas que no traspasarían en torno a la sanidad –que hoy administra él mismo– la educación y las pensiones, que fueron saltadas nada más acceder al poder. La mayoría absoluta legitima incluso el incumplimiento de las promesas que les dan dicha mayoría.

Comoquiera que no estamos hablando de alguien que gobernó sino que lo sigue haciendo ahora, con un mínimo de decencia elemental debería, junto a sus compañeros, retirarse a un discreto segundo plano para proclamar: “No seré yo el que impida que estos señores, apelando a su mayoría absoluta, hagan lo que les dé la gana como hacemos nosotros”.

Claro que poco puede esperarse de un Gobierno que al tiempo que pide que se escuche al pueblo, saca una ley, conocida como ley mordaza, en solitario, con toda la oposición en contra, es decir, impone una ley contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, para impedir que se retrate lo que ocurre en la calle. Nobleza obliga, caballero: retire esa ley de inmediato y conseguirá evitar que el personal le vea como un payaso cada vez que abre la boca.

Como parece que puntualmente se vuelve demócrata y apela a la obligación de escuchar al pueblo convirtiéndose en apóstol de la voluntad popular, habrá escuchado el mensaje que ha lanzado el pueblo catalán y obrará en consecuencia. El Partido Popular ha obtenido un raquítico 8,5% de votos en Cataluña, por debajo de los populistas bolivarianos de extrema izquierda antisistema radical de Podemos y compañía, convirtiéndose en Cataluña en una minoría casi residual. Supongo que habrá entendido el mensaje y actuará en consecuencia con el respeto que le merecen sus propias palabras en el sentido de prestar oídos al pueblo y “escucharlo de manera fiel y leal”, porque estos resultados significan que no les quieren allí y, por tanto, tenemos un problema, y ese problema que crea la ruptura de España se llama Partido Popular.

Es complicado vivir en una comunidad donde el partido que ostenta el poder central con mano de hierro –no digo puño porque en este caso es contradictorio– tiene una presencia testimonial en ese parlamento autonómico. Es más, el sentir de la calle, allí en Cataluña, ya que aboga por prestar oídos a los ciudadanos, es contrario al Partido Popular. Y ahí tenemos, digo, un problema. Aquel que debería deshacer este nudo gordiano es rechazado de plano por la inmensa mayoría de los catalanes, que no les quiere ni mucho, ni poco, ni nada. Claro está que esa animadversión se la han ganado a pulso. Conocedores de que tanto en Cataluña como en el País Vasco tienen poco o nada que hacer, se dedican a ganar votos en el resto de España a costa de un desprecio manifiesto hacia el sentir mayoritario de esas comunidades, al tiempo que dejan a la altura del betún a los candidatos que se presentan por su partido y que en algunas ocasiones han llegado a protestar por las declaraciones que se hacían desde Madrid, o dicho de forma cotidiana, se comen un marrón de mil pares de huevos.

Atrás quedan aquellas risas mal disimuladas en el balcón de Génova tras ganar las elecciones generales al escuchar a sus militantes gritando desde la calle: “¡Pujol, enano, habla castellano!”. Parecía que no se habían enterado de que tendrían que pactar con él para formar gobierno. Pujol, que “del negoci sap molt”, le sacó a Aznar en el hotel Majestic la cesión del 30% del IRPF sin tener que pedir la llave de la habitación y bajarse los pantalones. Recordemos que Aznar se había manifestado enemigo radical de la cesión del 15% del IRPF a Cataluña a instancias del PSOE, y que Fraga recurriría ante el Tribunal Constitucional dicha cesión. Todavía estaba recurrida en el Constitucional esa cesión del 15% cuando Aznar le tuvo que dar a Pujol el 30% a cambio de sus votos para ser investido presidente. De paso, consintió que siguiera hablando catalán y, por lo visto, le debió parecer que Jordi era más alto en persona que en la tele puesto que dejó de ser enano para esos españoles amantes de la patria, constitucionalistas, demócratas y respetuosos con la ley que se agrupan en torno al Partido Popular.

Pues nada, si de verdad son partidarios de escuchar al pueblo de una forma “ fiel y leal”, alguien debería explicarles dónde está el lugar que les corresponde.

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Los catalanes les han mandado a hacer puñetas, así que deberían quitarse de en medio cuanto antes y dejar que quienquiera que de verdad escuche al pueblo tome cartas en el asunto, entienda lo que significa que las fuerzas independentistas hayan sacado mayoría absoluta en el parlamento con un 48% de los votos, e intente solucionar este complicado lío en el que nos han metido, precisamente, aquellos que siempre llevan en la boca la unidad de España.

A los señores del PP sólo les queda rezar para que el gobierno que salga de estas elecciones catalanas no haga con su mayoría absoluta lo que ellos hacen con la suya.

Rajoy, por su parte, puede seguir leyendo el Marca. Será mejor para todos.

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