A la carga

El pacto de las izquierdas y el factor humano

La mayor parte de los análisis críticos que he leído sobre la posibilidad de un pacto de los partidos de izquierda (PSOE, Podemos e IU) con apoyos puntuales de partidos nacionalistas pasa por alto tres hechos que a mí me parecen relevantes.

En primer lugar, en las elecciones del 20-D hubo más apoyo popular a los partidos de izquierda que a los partidos de derecha. La gran fragmentación del voto en la izquierda (con 900.000 votos gastados en dos diputados de IU) ha impedido que la mayoría electoral se traduzca en una mayoría parlamentaria. La diferencia en votos, sin embargo, es notable: 11.643.375 (PSOE+Podemos+IU) frente a 10.716.293 (PP+Ciudadanos), es decir, el 45,9% del voto fue a la izquierda y el 42,3% a la derecha.

En segundo lugar, la coalición favorita en la sociedad española es PSOE+Podemos. Según el último ObSERvatorio de la Cadena Ser realizado por MyWord, una coalición PP+Ciudadanos la desea el 25,5% de los entrevistados, frente al 27,2% que opta por PSOE+Podemos y el 17,2% que querría PSOE+Podemos+Ciudadanos. Resultados similares se han registrado en otras encuestas, algunas muy recientes (Invymark), otras ya de hace algunos meses (CIS de julio de 2015).

En tercer lugar, hay una elevada promiscuidad electoral entre los votantes de Podemos y del PSOE: muchos de los votantes de Podemos son antiguos votantes del PSOE. Teniendo en cuenta que, como ha mostrado José Fernández Albertos, apenas ha habido transferencias entre PSOE y Ciudadanos y sí las ha habido, y muy importantes, entre PSOE y Podemos, no cabe sino concluir que debería ser sencillo el entendimiento entre las dos fuerzas políticas de izquierdas.

Es cierto, por lo demás, que la suma de escaños de estos dos partidos (incluyendo los dos de IU) es corta, 161, por debajo de la de PP+Ciudadanos, 163. Pero es que PP+Ciudadanos no puede sumar a nadie más. Por eso, incluso con 161 votos y apoyos puntuales de partidos más pequeños, la izquierda podría gobernar.

No sería un gobierno fuerte, en el sentido de que no tendría capacidad para emprender una "segunda transición", ni siquiera para aprobar reformas constitucionales. No obstante, sería un gobierno estable desde el punto de vista parlamentario, pues, una vez constituido, no habría coalición que pudiera formar una mayoría alternativa dados los requisitos constitucionales de la moción de confianza que rigen en España. La única fuente de inestabilidad sería la interna, es decir, que PSOE o Podemos perdieran la paciencia y el presidente, Pedro Sánchez, optara por convocar elecciones anticipadas.

Pongámonos en el peor de los casos, que se tratara de un gobierno débil y que, debido a desavenencias internas, no durara más allá de un par de años. Aun así, creo que valdría la pena la experiencia.

Por un lado, como ya he señalado en artículos anteriores, se daría la posibilidad de formar un frente progresista entre los países mediterráneos, con la posible complicidad de Francia, que permitiría re-equilibrar las relaciones de poder en el seno de la UE. Habría, por primera vez, una potencial alianza de partidos opuestos a las políticas de austeridad y al dominio tecnocrático del Banco Central Europeo. Ante una alianza formada por dos países grandes (España e Italia) y dos países pequeños (Grecia y Portugal), las instituciones europeas no podrían recurrir a la coacción económica como hicieron durante la crisis griega en julio de 2015.

¿Pero qué le pasa al PSOE?

Por otro lado, sería relativamente fácil poner en marcha medidas de choque contra la pobreza y la exclusión, acabar con los desahucios, poner en marcha un plan ambicioso para reducir el fraude fiscal, aprobar una reforma de los impuestos (que acerque, por ejemplo, el tipo real al nominal en el impuesto de sociedades que pagan las grandes empresas), crear un banco público que financie en mejores condiciones que los bancos privados la inversión de las empresas pequeñas y medianas, establecer algún mecanismo de ingreso mínimo vital, derogar la Ley Wert, luchar contra la dualización del mercado de trabajo, etc.

Serían políticas a favor de la mayoría social, que reconciliarían a muchos ciudadanos con las instituciones de la democracia representativa. Marcarían un cambio de rumbo fundamental con respecto a las políticas de estos últimos años, que han dejado en la cuneta a demasiada gente y que han generado unos niveles de desigualdad inaceptables.

La principal dificultad para llegar a un acuerdo de gobierno como este radica en el factor humano y en la desconfianza mutua entre Podemos y el PSOE. El PSOE está internamente dividido, hay un sector grande del partido que piensa que es mejor probar suerte en unas nuevas elecciones generales antes que gobernar con una fuerza radical sin experiencia de gestión y que pretende desplazar al PSOE como fuerza mayoritaria en la izquierda. Por su parte, Pablo Iglesias parece sufrir un subidón de ego que imposibilita cualquier vía de entendimiento. La falsa modestia de Pablo Iglesias en la campaña electoral ha dado paso a una actitud arrogante, con desplantes y tics autoritarios hacia quienes deberían ser sus socios de gobierno. Esa manera de actuar no hace sino reforzar a quienes se oponen en el PSOE a un gobierno amplio de izquierdas. Iglesias se retrató en la rueda de prensa tras su primera audiencia con el rey y se volvió a retratar con la rabieta pueril que le han provocado las conversaciones entre PSOE y Ciudadanos. El PSOE tiene que perder sus miedos, pero Podemos ha de abandonar su prepotencia. Sería una lástima que el factor humano acabara arruinando la posibilidad de una alianza de izquierdas tras los años de recortes e indignidad democrática que hemos vivido. Para ello, Pedro Sánchez tendría que controlar a sus barones territoriales y Podemos a su líder.

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