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El muñón de Cervantes es alargado

Javier Pérez Bazo

En estos días hemos visto arreciar las críticas contra el actual Gobierno de tránsito por su desdeñosa actitud ante el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Al secretario de Estado José María Lassalle, le cogió a contrapelo el sonrojo por la futilidad concedida a la efeméride y, tras el rapapolvo de los medios, con sus acólitos se dispuso a engordar a toda costa el flaco proyecto. Para que no se notara tanto el ridículo por contraste ante los honores que los ingleses dedican desde principios de año a Shakespeare por idéntico motivo. Por tanto, convenía esmerarse sin dilación en corregir la evidencia.

Esta flagrante ineptitud gubernamental se explica porque la política cultural que debería responder a la acción del Estado se ha ideologizado extremosamente para convertirla en laxitud o indolencia, cuando no en soez maniqueísmo e interés de cálculo. Han faltado gestos institucionales sobresalientes, el espaldarazo de la jefatura del Estado más allá de la inauguración de la exposición cervantina en la Biblioteca Nacional, sin duda más enjundia de dimensión internacional; carencias denunciadas por el mismo director de la RAE, Darío Villanueva.

No es de extrañar. Avergüenza el magro e improvisado programa del centenario cervantino y su escasa relevancia. Véase como muestra la exigua agenda cultural del Instituto Cervantes, incapaz de aprovechar las enormes posibilidades de sus sedes en el exterior para lograr la trascendencia mundial que merecen la conmemoración y el escritor más insigne en lengua española. Las razones de estas torpezas hay que buscarlas de nuevo en la ideologización que impregna desde hace cuatro años la institución, considerada buque insignia de la marca cultural de España, pero en continuo riesgo de zozobrar por su servidumbre al ideario conservador del gobierno. Seguramente más ahora, cuando sus rectores ya están preparando la retirada.

El Cervantes es hoy el último púlpito de un director octogenario de antigua sotana colmado de birretes, genuflexiones y coches oficiales, espabilado gestor de su mediocridad y del trabajo ajeno para propio provecho. García de la Concha, pieza de recambio imprevista tras rechazar Vargas Llosa la dirección del Instituto, tiene por hábito la cerviz agachada ante su secretario general con sueldo de subsecretario, Rafael Rodríguez Ponga, según los decires supuestamente pata negra de la ultraderecha legionaria crística fundada por el delincuente pederasta Marcel Maciel, emparentado con los Miláns del Bosch y presidente de Humanismo y Democracia, fundación mimada por Bárcenas.

La pareja Concha-Ponga estrenó su connivente andadura en el Cervantes con un vergonzoso expurgo político al cesar a una docena de directores de centros en el extranjero en virtud del conocido revanchismo de Ponga y su escudero Miguel Spottorno, y pronto estatuyeron marrullerías a trallazo de arbitrariedad, vetos y censuras. Recordemos el sonado desatino de prohibir en el Centro de Utrecht la presentación de Victus, Barcelona 1714, del catalán Albert Sánchez Piñol. Continuaba enconándose entonces la cuestión catalana y Madrid dedujo que la mordaza era la mejor manera de reprimenda para lecturas atrevidas de la historia. El muñón de García de la Concha se hizo aún más alargado y logró que la editorial Planeta rescindiera el contrato de edición de El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, por una docena de páginas que le ponían como chupa de dómine, cual no digan dueñas, al parecer de don Quijote. Cuestión de intereses creados.

El último capricho inquisitorial de los responsables del Instituto Cervantes se ha cobrado una nueva amputación cultural. Esta vez mediante la mano censora de María Jesús García González, directora del centro de Toulouse por el mérito de ser jefa de prensa de la ministra socialista Trinidad Jiménez, quien la recomendó a José Manuel García Margallo. El sectarismo cervantino entendió sibilinamente que su puesto contrarrestaría el cese de directores por haber sido nombrados por Carmen Caffarel o por incubar algún irredento virus de izquierdas. Pues bien, con el beneplácito de sus superiores la señora García ha vetado en el centro que dirige la presentación de la novela La Borbona (Madrid, Izana editores, 2015), presentación que tenía previsto realizar el cónsul general de España en esa ciudad, el embajador Dámaso de Lario Ramírez. Tras varias semanas de silencio, la directora del Cervantes tolosano adujo que no creía conveniente presentar la novela, pues el acto la pondría en un gran compromiso y en dificultad ante sus superiores. A otras personas, incluido el embajador De Lario, no les escondió que se trataba de un veto en toda regla al autor. Por lo demás, no era ésta la primera vez que rechazaba la colaboración del escritor con el Instituto Cervantes de la ciudad en la que reside. Sobran pruebas de ello.

Acaso no quepa ver en el argumento de La Borbona el motivo del veto. La novela reconstruye la biografía y trayectoria artística de la actriz Carmen Ruiz Moragas, quien fuera esposa del torero mexicano Rodolfo Gaona antes de merecer los favores de Alfonso XIII y ser madre de dos hijos bastardos; hasta que el monarca se vio desplazado por Juan Chabás, escritor del grupo del Veintisiete y crítico teatral de renombre con quien La Moragas, republicana confesa, fundó una compañía y cosechó éxitos que truncó su temprana muerte, apenas un mes antes de la guerra civil. Más bien cabe explicar el inexplicable veto por el desafecto de las autoridades del Instituto Cervantes hacia el autor de la obra, que no es otro que quien esto escribe, catedrático de Literatura de la Universidad de Toulouse Jean-Jaurès, hispanista francés, escritor, consejero de Educación de la Embajada de España en París durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, antiguo director del Instituto Cervantes de Budapest (2008-2012).

El Instituto Cervantes, asignatura pendiente

O acaso la prohibición del acto responda al desquite por mis artículos en la prensa, como este que el lector tiene ante sí, contra los expurgos, repetidos despropósitos y censuras inquisitoriales de los dirigentes del Cervantes, los mismos que saludaron la presencia del dictador guineano Teodoro Obiang en el centro cervantino de Bruselas no hace mucho. Pienso que, visto lo visto, no tenemos que buscar tres pies a la criatura: el muñón del Cervantes es alargado. ____________________

Javier Pérez Bazo, exdirector del Instituto Cervantes de Budapest. Autor de 'La Borbona'

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