Nacido en los 50

Siempre demoniza quien menos debe

El Gran Wyoming

Para empezar no entiendo el gran drama que, al parecer, supone la repetición de las elecciones.

Otros países tienen segundas vueltas y no se echan las manos a la cabeza, pero desde luego, para lo que se ofrecía con tono lastimero como mal menor tratando de evitar que gobernara el PP: un pacto surrealista en el que la otra parte insistía que el PP debería estar en el Gobierno, casi mejor que se repitan. Me refiero a la alianza entre PSOE y Ciudadanos, donde el PSOE exigía pasar por el filtro de Rivera para poder sentarse a hablar con Sánchez. Le colocaron de portero de discoteca. También tenía su gracia que para poder revisar el acuerdo que habían firmado previamente dichos partidos, en su generoso afán por incluir a otros en la coalición, antes de sentarse a la mesa de negociación, había que suscribir las doscientas páginas acordadas, lo que daba derecho a estar en una mesa que no admitía “líneas rojas”. Sí, suena a camelo y lo es, lo llaman coherencia, gobernabilidad y sentido de Estado.

Bueno, pues como el acuerdo no ha servido de nada porque se han quedado solos los dos firmantes, así de generosa era la oferta, los partidarios del mismo consideran que es un insulto para la ciudadanía que se la convoque de nuevo porque es tanto como decir que el votante se ha equivocado. Pues sí, es posible que, visto lo visto, muchos se hayan equivocado. Han comprado sardinas en aceite creyendo que compraban alcachofas.

Humildemente creo que hay mucha gente que se equivoca. Yo me he dado cuenta de que me he equivocado al votar, más de una vez, cuando he comprobado el resultado posterior. El único que no se equivoca es el votante del PP. Ese lo clava. Sabe de qué van sus candidatos, a lo que se dedican, y cuenta con ello. Algunos dicen estar sorprendidos cuando ven a sus mitos entrar en la cárcel: mienten.

Sí, creo que me he equivocado al votar alguna vez porque me he sentido engañado o, mejor dicho, me han engañado. Puede que algunos no se enteren, pero si Felipe González fue sincero cuando dijo que la dictadura de Pinochet “era más respetuosa con los derechos humanos que el paraíso de Maduro”, ha engañado, y durante mucho tiempo, a los que algún día creyeron en él. Esa declaración no sólo es falsa, sino que es característica de un líder de extrema derecha. Habría que recordarle que de ser cierto lo que afirma, toda esta labor humanitaria que está llevando a cabo por la liberación de los presos políticos en Venezuela sería inútil porque estarían ya bajo tierra como se hacía en aquella dictadura que cortó las manos al cantante Víctor Jara antes de asesinarlo, junto a otras 3.200 personas, según reconocen los datos oficiales, a los que hay que sumar los desaparecidos y los más de 38.000 torturados que también reconocen esos datos. Creo que el señor González ya es mayorcito para ir a Barrio Sésamo a aprender la diferencia entre más y menos, si es que de comparar grados de respeto a los derechos humanos se trata.

La afirmación es un agravio de tal calibre para las víctimas de las dictaduras y los defensores de la justicia y la libertad, que sólo puede entenderse desde un calentón para ganarse el aplauso del público presente en el acto donde soltó el exabrupto, o un homenaje a la señora que tenía al lado cuyo marido se encuentra en prisión en Venezuela.

Estos líderes políticos que dicen representar al socialismo, y más en su caso, que ha sido el presidente que más años ha estado al frente de esta nación en democracia, deberían ser discretos, ya que pedir honestidad parece exigir mucho, porque hacen reconsiderar a mucha gente si ha sido estafada cuando votó a candidatos de semejante catadura moral que, desde luego, en nada se corresponden con la forma de entender el mundo de lo que se ha dado en llamar “la izquierda”, espacio que ocupan de cara a los comicios electorales. No creo que esas afirmaciones le hubieran dado muchos votos entonces, cuando los contemporáneos de aquel régimen dictatorial, como yo, estábamos al día de lo que allí ocurría. Los socialistas chilenos, señor González, su gente, eran secuestrados, encerrados en campos de internamiento militar y brutalmente torturados. Muchos eran asesinados después.

Por abundar en el tema, el paraíso de Maduro, como él lo llama, no lo creó, como el “Terrenal”, en plan capricho, dios nuestro señor. Es la consecuencia de la victoria de Chávez en unas elecciones democráticas, cuando todavía los plebiscitos venezolanos no estaban manipulados, tal y como ocurre ahora según afirma todo el mundo, con un 56,2% de los votos, la segunda mayor victoria de la historia de Venezuela en cuarenta años. Una barbaridad para alguien que se presentaba por primera vez a unas elecciones. Por cierto, estos señores bolivarianos se han debido cansar de ejercer el mal y han decidido ceder el testigo porque con el grado de manipulación electoral con el que aseguraban que se iban a celebrar las elecciones en Venezuela, resulta que ha ganado la oposición a Maduro.

¿Por qué ocurrió algo así?. ¿Cómo pudo sacar Chávez tantos votos?

El país se había sumergido en una profunda crisis a raíz de diferentes políticas de dudosa honestidad cuando llegó al poder por segunda vez, en 1989, Carlos Andrés Pérez, amigo íntimo de Felipe González, con un discurso de los que ahora llamarían populista. La primera presidencia la abandonó dejando un escándalo por corrupción en su currículum. En esta segunda, diez años después, decidió emprender medidas “neoliberales” que no estaban en su programa siguiendo el dictado del FMI y, así, desregularizó la economía, liberalizándola por completo, llevando a cabo las clásicas privatizaciones de turno que tan ricos hacen a terceros, y generando gran quebranto entre las clases más desfavorecidas. El petróleo subió de golpe un 30%, el transporte un 100%. Se crearon inmensas bolsas de pobreza y se produjeron movilizaciones masivas. Estas movilizaciones culminaron en lo que se llamó El Caracazo, con el resultado de miles de ciudadanos muertos a manos de la policía y el ejército en las calles de Caracas por orden de Carlos Andrés Pérez, que además de presidente era Comandante en Jefe del Ejército.

La cifra de muertos no está clara. El gobierno reconoció en su día 276 víctimas de la represión. Tras la exhumación de una fosa común conocida como La Peste, por orden judicial, donde aparecieron 68 nuevos cuerpos sin identificar, todo quedó pendiente de esclarecer. Hasta hoy. Esa fue la forma de actuar de la autoridad democrática competente: asesinar, recoger cuerpos de las calles y enterrarlos en fosas comunes. Lo llaman desparecidos. Ese número oscila entre 2.000 y 4.000 según las fuentes. El Caracazo fue considerado el genocidio más brutal de la historia de Venezuela. Corría el año 1989. Felipe González, en 2010, cifró el número de muertos en unas decenas, menos que los propios autores.

Es la ventaja de contar desaparecidos en lugar de muertos, los desaparecidos no son un atentado a los Derechos Humanos, pertenecen al campo del misterio, salen de la jurisdicción oficial para entrar en la de Iker Jiménez.

El país, tras esta matanza, se sumió en el caos. El deterioro de la situación social y una corrupción creciente que se instaló en el poder provocaron dos intentos de golpe de Estado abortados. En uno de ellos participó Chávez. Aprovechando la tesitura, Carlos Andrés Pérez derechizó mucho más sus políticas. Los artículos de primera necesidad alcanzaron precios desorbitados para los pobres. No fue la matanza del Caracazo lo que le apartó del poder, fue expulsado de la presidencia por la Corte Suprema de Venezuela: había hecho desaparecer 17 millones de dólares de una partida secreta. Ya estando fuera del país, también descubrieron cuentas secretas a su nombre en EEUU. CAP está considerado el gobernante más corrupto de la historia de Venezuela. De hecho, murió en Miami como un fugitivo, ya que el gobierno venezolano, con Chávez en el poder, pidió su extradición para ser juzgado cuando aparecieron las cuentas secretas y nunca regresó.

En fin, este hombre tan peculiar, tan alejado de la honradez como de los derechos humanos, fue considerado en su tiempo, junto a Willy Brandt, el padrino de Felipe González. De hecho, al morir Franco, González regresó a España en el avión privado de Carlos Andrés Pérez. Los socialistas todavía vivían en España en la clandestinidad.

Quiero decir que, si quisiera, Felipe González podría hablar largo y tendido sobre corrupción y derechos humanos en Venezuela y sobre el origen del Paraíso de Maduro. También de financiación desde Venezuela del PSOE en un tiempo en que esas cosas no estaban mal vistas. CAP no sufrió una campaña de demonización de años y años durante su presidencia, ni siquiera cuando masacró a su pueblo o tuvo que dejar el país por robar.

¿Alguien se imagina qué ocurriría si Maduro matara a 2.000 personas en una sola noche? ¿O Fidel Castro?

A estas horas ya le hubieran invadido fuerzas defensoras de la democracia.

Hablar de esto ahora es como, en su día, denunciar que las “armas de destrucción masiva” eran una coartada para aniquilar al pueblo iraquí y robarle el petróleo te convertía en un defensor de Sadam Husein. Denunciar que la historia de Venezuela no empieza en Chávez te convierte en un defensor de Maduro y en un radical propagandista, pero cada palo tiene que aguantar su vela y fue el padrino de Felipe González, CAP, que llegó a presidir nada menos que la Internacional Socialista, el que sumió Venezuela en el caos y la corrupción poniendo su país en manos de un capitalismo salvaje que arrasó a sus ciudadanos condenando a las clases populares a la extrema pobreza.

Ahora que se repiten las elecciones en España se demoniza a los que han tenido contacto o trabajado para el gobierno de Venezuela. Tiene gracia que en esta campaña participen los que tienen como líder al que viajaba en el avión privado del presidente de aquel país, considerado el más corrupto de su historia, y al que Felipe González dedicó una emocionada carta de despedida cuando murió en Miami, carta publicada en su día en el diario El País, que todavía puede leerse en Internet.

Deberían preocuparse menos los analistas políticos por el hecho de que tener que repetir unas elecciones sea una gran frustración, y denunciar con contundencia a los que hacen equivocarse a los votantes por traicionar sus programas electorales y, entonces sí, transmitir la sensación más que real de estafa a los electores y al propio sistema.

Policía política (II)

No pasa nada por repetir unas elecciones. Esta segunda vuelta también tiene algo positivo, ha puesto más claras cosas, define un poco más dónde está cada uno y con quién.

¿Quién teme a las urnas?

Bueno, la verdad, visto lo visto, todos un poco.

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