Nacido en los 50

Desastre

El Gran Wyoming

Los resultados del 26-J sólo pueden definirse como una auténtica hecatombe, en consonancia con la corriente llamada liberal que siguen la práctica totalidad de los países de la UE, apuntalada por el populismo xenófobo de extrema derecha que crece como la espuma, y que taimado, desde el disimulo, aparece de vez en cuando como en ese voto del Brexit para crear barreras que eviten la contaminación del forastero.

Hoy se analizan los resultados como las cuentas de las empresas. Se estudian una vez más las diferentes estrategias llevadas por los partidos en campaña porque este juego, por encima de todo, va de ganar. Se establece la guerra de las marcas, creándose una perversión en la rivalidad, una lucha en la competencia que deja los intereses del ciudadano al margen.

La cara de los representantes de Unidos Podemos cuando salieron a la palestra evidenciaba, como luego ratificaron en su discurso, una gran decepción ante la imposibilidad de liderar el cambio inmediato que urgía en este país. No es de extrañar el batacazo moral porque los sondeos de forma unánime les daban muchos más escaños. El último del diario El País vaticinaba 93, es decir 22 escaños más de los que han obtenido. Se han debido quedar pasmados. También Ciudadanos han sido perdedores en esa noche, pero en este caso eran muchos los que pensaban que su pacto con el PSOE les iba a pasar factura y que algunos votantes se volverían a la marca matriz.

Por otro lado eran muchos los analistas que creían que al PSOE le iba a pasar factura su pacto con Ciudadanos, y así ha sido aunque no lo parece porque estas eran elecciones matrioska, o huevo Kinder, había un plebiscito dentro de un plebiscito. Se jugaban dos partidos a la vez en la misma cancha. De hecho, sus rostros al salir a atender a los militantes y a los medios de comunicación tras el recuento de votos, reflejaban una sensación de victoria que no se explica sino por su particular duelo con Unidos Podemos, del que han salido claros vencedores.

Paradójica alegría en las filas del PSOE mientras el resultado se presentaba escalofriante. Triste. Lo nuestro va bien, parecían querer decir con sus gestos los que rodeaban al líder. No nos van a hacer un ERE. A pesar de haber obtenido un resultado peor aún que el del 20-D, que a su vez era el peor desde 1977, bajando tanto en votos como en escaños, celebraban el triunfo de su pulso personal contra los que deberían ser sus aliados naturales que, de hecho, les proponen pactar una y otra vez, y a los que hacen oídos sordos. Salvar la marca parece ser su prioridad, que España se salva sola. Ya cosecharemos los restos que dejen los que nos preceden.

Tuvo Pedro Sánchez palabras de reconocimiento hacia Rajoy por su victoria y no desaprovechó para cargar de nuevo, también en esa noche, contra los que ha convertido, por desgracia para los más desfavorecidos, en su principal rival, que ya no es la derecha de este país, sino la que él considera su competencia directa: Unidos Podemos. A Pablo Iglesias, que le llamó, no se le pone. Dijo, sin embargo, que había hablado con Rajoy para felicitarle. O sea, que cobertura tenía. Pues nada, si esa es la cuestión habrá que felicitarles porque, en efecto, han ganado su pelea, que no es la nuestra. También ha ganado su pulso personal contra Susana Díaz ya que en Andalucía, donde gobiernan con el apoyo de Ciudadanos, han pasado a ser la segunda fuerza, con lo que la candidata natural a la Secretaría General del partido tendrá que rebajar los humos. En fin, es un extraño triunfo, la sensación debe ser parecida a la que se tiene cuando se alcanza la victoria después de haber dejado el terreno calcinado. Nada hay que recoger. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Querrá Rivera reanudar sus idílicas relaciones cuando se recupere del palo que se ha llevado?

Por otro lado, los auténticos vencedores, el PP, salen legitimados con el apoyo de las urnas. Partidarios de la absolución de los pecados, siempre entienden las elecciones como una amnistía. Según su particular ideario, el pueblo, con su voto, perdona los pecados de la cofradía del hurto. Ahora toca arreglar los asuntillos con la Justicia de la manera más eficaz posible y recolocar los cargos que pueden echar un cable en los lugares estratégicos, tal y como tienen por costumbre. Si la Policía va bien y la Fiscalía va bien, la Justicia va bien.

No tienen asegurado el Gobierno, a pesar de celebrar el resultado como si de una mayoría absoluta se tratara. Cuando se les pase la resaca electoral tendrán que enfrentarse a la antipática realidad de los números que, de nuevo, no dan. Pero sin duda, su gran victoria ha sido comprobar el retorno de los hijos pródigos que les castigaron la vez anterior, pero que entienden cumplida la penitencia y regresan a la casa común de la derecha de la que salieron contra su voluntad.

Este partido tan peculiar que en cualquier país de nuestro entorno sería marginal, por la gran acumulación de delitos de corrupción acumulados y el aberrante uso que hacen de las instituciones en favor propio y contra sus rivales, ha vuelto a ganar las elecciones. Es el triunfo de la inmoralidad al servicio de una corrupción que amenaza con volverse sistémica y endémica. Ya circulan chistes en el sentido de que les han faltado un par de casos de corrupción para alcanzar la mayoría absoluta, porque su electorado entiende esta picaresca choricera como una anécdota, un pecadillo menor, una tara insignificante en comparación con la debacle que supondría el triunfo de los bolivarianos populistas que nos traerían a Maduro a festejar la victoria. Por suerte para ellos, también cuentan con los medios de comunicación y el principal partido de centro izquierda para evitar esta expansión de los extremistas, cuya escalada al poder ha quedado frenada por el voto de los llamados moderados, que nos traerán más leyes mordaza, más corrupción, más privatizaciones y más desmantelamiento de la cosa pública en beneficio de sus colegas empresarios, fuentes de riqueza infinita que manan hacia dentro, creando inmensos lagos de opulencia perfectamente embalsados y canalizados en trasvases a paraísos fiscales donde descansan los recursos de nuestros servicios públicos, contumaces fabricadores de déficit público.

El escenario es desolador y también comprobar que el mundo de las ideas no tiene cabida en este juego. Las estrategias de las marcas se imponen a las necesidades de los ciudadanos.

La amoralidad de los corruptos cala como lluvia fina en sus adeptos, defensores y votantes, que acaban siendo un reflejo de sus líderes, con todas sus consecuencias. Consecuencias que pagan los ciudadanos honrados que se niegan a arrojar sus principios en la hoguera de lo pragmático, y se ven obligados a presenciar y padecer este lamentable espectáculo del todo vale, a reconocer la decadencia del país en el que habitan, y a aprender a coexistir con aquellos que con su voto les obligan a vivir en un estercolero.

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