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Desde la tramoya

Elogio del PSOE

Sé que voy contracorriente. Contra la corriente de voces que en estos días trasladan la responsabilidad de que España esté sin gobierno al Partido Socialista, que sigue negando su apoyo "por acción u omisión" a la investidura de Rajoy.

También contra la corriente más duradera, caudalosa y agresiva, que cuestiona en general la actuación del PSOE en los últimos años, especialmente por su supuesta inoperancia ante la crisis económica y su presunto compadreo con los privilegiados al responder ante ella.

Voy, en fin, lo asumo, contra la corriente mayoritaria que forman los lectores de infoLibre, que se lanzan en buen número a mi cuello cuando oso cuestionar a Podemos y me acusan, con palabras más o menos corteses, de ser un mercenario al servicio de los socialistas.

Empezaré, por tanto, por hacer mi particular declaración de intereses, que ya he formulado aquí al menos un par de veces. Sí, sí y sí. He trabajado con el PSOE desde hace muchos años. Para Pedro Sánchez, para Zapatero, para Susana Díaz, para Carme Chacón, para María Teresa Fernández de la Vega, entre otros muchos. En ocasiones he cobrado dinero por mi trabajo. Mis lentejas, porque, mire usted por dónde, yo vivo de esto, podían venir de la Administración que me reclutaba en su nómina, o del órgano del partido que me contrataba para un servicio concreto. No tengo conciencia de haber cobrado ninguna cifra escandalosa, pero es obvio que a alguien le podría parecer que sí lo era. En este momento, desde diciembre de 2015, no recibo dinero alguno del PSOE, ni del partido ni de las instituciones que dirige.

Pero no soy ni pretendo ser neutral. Y menos aún objetivo. Milito en el PSOE, me gusta el PSOE y defiendo al PSOE, aunque pueda cuestionar sus decisiones y con frecuencia lo haga, en público o en privado. Ser un testigo de parte no significa ser un esbirro, ni un vendido ni un bobo acrítico. Digo lo que pienso a veces y otras lo oculto. Porque quiero y porque puedo. Y si a los lectores les gusta, yo me alegro por ellos y por mi. Y si no les gusta, lo lamento por ellos y por mi, pero no voy a dejar de escribir con libertad bajo ningún concepto.

A eso voy ahora.

Creo que el PSOE está manteniendo una digna coherencia general en lo que anda haciendo desde la llegada de Pedro Sánchez a la Secretaría General hace apenas dos años. Ha cometido errores, sin duda, pero la línea general es correcta. a) Una oposición nítida al PP, que representa los valores conservadores y elitistas contra los que el socialismo democrático siempre ha luchado. b) Una apuesta clara por la depuración de los casos de corrupción y por la regeneración democrática, con las dificultades propias de un partido grande y con mochilas bien cargadas, también de experiencias poco edificantes. Y c), una ardua lucha por mantener el apoyo de la izquierda moderada del país, frente a la oferta de un partido nuevo, más libre de ataduras y más flexible y más fresco, que ya estaba ahí cuando llega Sánchez. Me refiero naturalmente a Podemos. Y digo "frente" porque bajo ningún concepto puede decirse "al lado". Podemos nunca –nunca– ha mostrado una sincera voluntad de entendimiento con el PSOE, más allá de puntuales acuerdos – generalmente en forma de quid pro quo– en municipios y gobiernos autonómicos.

Podemos –no sólo la dirección, sino también sus bases– nunca ha ocultado su animadversión, su odio incluso, hacia el PSOE, al que ha llamado viejo partido de la casta y componente de un pérfido bipartidismo. Al que ha insultado apelando a episodios de hace décadas –"cal viva", por ejemplo– o humillado con una imposible y ridícula oferta de pacto por sorpresa en forma de vicepresidencia y seis ministerios inventados.

El PSOE y Podemos, por ahora, en el ámbito nacional y general, no pueden cooperar. Podrán ayudarse, y lo harán, en el Parlamento, en las instituciones y en algunas administraciones, pero mientras compitan por el mismo espacio, no podrán formar coalición más estable. Basta con mirar los comentarios sobre el PSOE de quienes aquí, en infoLibre o en otros sitios, se declaran amigos de Podemos, para que se perciba el poco ánimo de cooperación con los socialistas y el recelo mútuo entre estos y los podemitas.

De hecho, si Podemos no existiera, es probable que el PSOE no tuviera tanta presión ahora para impedir que gobierne Rajoy. Porque el PSOE sabe, cómo no, que lo primero que sucedería si los socialistas se abstuvieran en la investidura de Rajoy sería que Podemos tardaría cero coma cero segundos en acusar a los socialistas de traidores. Poco le importará a Podemos que fueran ellos mismos quienes negaran el apoyo a Sánchez como alternativa a Rajoy, o que el país haya dejado claro que quien debe gobernar es el PP: el único partido que ha recabado más apoyo en las segundas elecciones que en las primeras, y que con seguridad tendría aún más en unas terceras.

Por eso lo que hace el PSOE es coherente: por historia, por ideología, por principios, por estretegia y por sentido común, no puede apoyar a Rajoy. Tiene que votar que "no" a su investidura. Porque, aunque le duela a Podemos, el líder de la oposición es el PSOE. Y de eso tiene que ejercer en la próxima legislatura. Por eso tampoco debe poner condiciones a Rajoy para un hipotético apoyo, porque si las pone, está de algún modo ya pactando con el PP. Los acuerdos, si tiene que haberlos, deben ser luego, desde la oposición y en materias concretas.

Pero por el mismo motivo que el PSOE debe votar "no" a Rajoy –que debe ocupar el liderazgo de la oposición compitiendo con Podemos, que quiere suplantarle–, tampoco puede impedir que el PP gobierne si finalmente como parece llega a la investidura con un número de "síes" cercano a la mayoría absoluta. Como partido responsable, que con el apoyo electoral que tiene no puede gobernar, sería ridículo que no prestara los dos, cuatro o seis escaños que el PP necesitara para que Rajoy pudiera comenzar de una vez a gobernar y el PSOE a ejercer la oposición. Llamémoslo abstención limitada, técnica o instrumental.

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Podemos podrá entonces permitirse el lujo de echarse las manos a la cabeza en su última impostura, y denunciar falazmente la nueva traición de la casta. Y volver a recordar –mintiendo de nuevo–su eterna voluntad de formar con los socialistas un Gobierno de izquierdas de verdad. Incluso puede que alguien aún se lo crea.

Última aclaración: no hablo por el PSOE, no represento al PSOE, ni he recibido la más mínima indicación del PSOE sobre lo que debo o no debo decir. Digo lo que me da la gana, guste a quien guste, y sin esperanza alguna, por supuesto, de que guste a todo el mundo.

De eso va este diario tal como comenzamos a hacerlo. Y por eso me gusta escribir aquí.

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