Plaza Pública

Burkas y ‘burkinis’. El dulce triunfo del patriarcado islámico

Aina Díaz

Estos días asisto atónita a la defensa en redes sociales por mujeres progresistas y feministas del burkini, vestido patriarcal especial para ir a la playa que se caracteriza por esconder toda la piel de la mujer excepto rostro, manos y pies. En realidad debiera llamarse 'chadorkini' ya que es una adaptación del chador, no del burka. Tan atónita estoy que he decidido escribir este post explicando lo poco que sé sobre las prendas de opresión patriarcal islámicas para ver si sirve para ilustrar y a la vez hacer reflexionar desde mis propias convicciones a esas y a esos feministas que defienden tales prendas como un icono cultural a preservar por quienes no quieren ser acusadas de etnocentristas (y que olvidan que la lucha por la Igualdad es intercultural y que el patriarcado y sus símbolos y armas nunca serán un valor cultural a defender por quienes creen en la igualdad de hombres y mujeres).

Antes de nada conozcamos cómo se llaman esas vestimentas que encarcelan en tela a las mujeres musulmanas:

El burka es una vestimenta muy usada en Afganistán y zonas limítrofes de Pakistán que cubre el cuerpo entero y que se acompaña de guantes para las manos y que cubre los ojos con una rejilla.

El niqab al igual que el burka cubre todo el cuerpo y manos y pies, pero los ojos quedan descubiertos por una ranura que apenas es de un centímetro.

El chador, típico de Irán, cubre todo el cuerpo menos el rostro. La cara queda al descubierto.

El hiyab es el típico velo de identidad cultural islámica que cubre cabeza y pecho. Puede ser llevado por mujeres vestidas con falda corta o vaqueros ajustados, o vestidas con chilabas, túnicas o vestidos recatados. Es normalmente usado por decisión femenina en reivindicación/ significación de su cultura musulmana.

El Corán en ninguna parte habla de burkas, niqabs o chadors. El hiyab tal vez sí sea una vestimenta que pueda deducirse de su lectura. Los ulemas (los estudiosos eruditos del islam –siempre hombres–) han interpretado sus escritos sagrados a conveniencia geopolítica del control patriarcal que los gobernantes de sus sociedades hayan querido ejercer sobre las mujeres. Por lo tanto estas cárceles en tela poco tienen que ver con la religión islámica en su redacción original y mucho tienen que ver con el fuerte patriarcado imperante en las sociedades islámicas.

Origen del burka y del niqab

Curioso que las vestimentas similares al burka y al niqab, y origen de los mismos, son preislámicas y eran (y son) usadas tanto por hombres como por mujeres en el desierto para protegerse de las tormentas de arena. Quien ha estado en el desierto sabe que un fuerte viento que arrastre arena puede desollarte viva en horas. Por ello hace miles de años ya se inventó una vestimenta que cubría el cuerpo entero, como protección frente a la abrasión. Nada que ver con las cárceles en tela para las mujeres.

Fuera de este ámbito también entre las tribus del desierto se empezaron a usar hace miles de años vestimentas similares al burka y al niqab como 'protección' de las mujeres jóvenes cuando la tribu era asaltada. En esos asaltos se solía secuestrar a las mujeres en edad de procrear, las mayores y las niñas no eran de interés. La solución de los hombres que vivieron hace milenios ante estos raptos fue esconder a las mujeres tras estas vestimentas que impedían saber si bajo las mismas había jóvenes bellas púberes o ancianas. Una manera de no ponerle fácil a los asaltantes el a quién raptar. Se cree que en el Imperio Persa, siglo VI a.C., los burkas-niqabs se generalizaron por los motivos anteriormente expuestos entre las tribus nómadas.

¿Cómo unas prendas con unos inicios tan lejanos –mucho antes de que Mohamed/Mahoma naciera–, y con unos fines tan específicos, pueden ser hoy día mal consideradas un símbolo cultural del islam? Posiblemente sean los pastunes los que más hayan contribuido a ello. Los pastunes son un grupo etno lingüístico con orígenes que se remontan al siglo II a.C. Actualmente lo conforman unos 50 millones de personas y viven principalmente en Afganistán y Pakistán.

Este grupo étnico caracterizado por su base patriarcal (son el mayor grupo tribal patriarcal del mundo) y donde la mujer es considerada una propiedad del hombre, tenía y tiene un estricto código ético anterior al islam regido por 10 principios fundamentales. Uno de ellos es el Namus. Un principio que tiene que ver con la salvaguarda del honor de las mujeres, con su protección física. En defensa del Namus los pastunes adoptaron el burka como vestimenta de sus mujeres desde tiempos pre islámicos. Donde había un pastún había un burka. Normalmente en aldeas que nunca habían tenido contacto con otras culturas o grupos etno lingüísticos de la zona. Aldeas que no hemos conocido hasta el siglo XX.

La islamización de las zonas pastún no consiguió acabar con su código ético, que se fundió con los preceptos del Corán y que incluso con los siglos se impuso al verdadero significado del Corán, interpretándolo según el Namus, según la interpretación centenaria del Namus que aseveraba que la protección de una mujer pasa por el esconderla de miradas de otros hombres que no sean su marido, padre, hermanos o hijos. Y, por desgracia para nosotras las mujeres, demasiados ulemas que nada tienen que ver con los pastunes vieron en el Namus adaptado al islam una manera de interpretar el Corán bajo la perspectiva patriarcal de control de la mujer. Y el burka, el chador y el niqab fueron asimilados como un valor cultural del buen y radical musulmán, extendiéndose fuera de los territorios pastunes, como en Irán, y llegando hasta nuestras playas creando un falso debate sobre cultura cuando debiera debatirse sobre las ingeniosas formas que tiene el patriarcado de esconder sus miserias bajo conceptos de libertad religiosa o cultural. Conste que no creo que la solución sea estigmatizar y sancionar a la mujer atrapada en un entorno familiar patriarcal. Señalar a la víctima de los cánones machistas y ridiculizarla solo consigue agravar el problema.

La reciente historia del burka

El burka afloró de nuevo en Afganistán a principios del siglo XX. En 1900 y pico, Habibullah Khan, emir-monarca del país, decidió recuperar el burka para las mujeres de su harén, unas 200, para ocultarlas de la libidinosa mirada de otros hombres. Eran su propiedad y había que protegerla. Pero no les puso cualquier burka andrajoso de esos que vemos actualmente en televisión. Las obligó a ponerse un burka de hilos de oro, con bordados de plata y pedrería. Su harén estaba encarcelado bajo telas dignas de reinas. Y la alta sociedad masculina afgana consideró ese acto como un elemento diferenciador de clase. El hombre de clase alta debía esconder a sus mujeres bajo telas bordadas en oro y plata para resguardarlas de las miradas de los pobres –que no tenían derecho a observar la belleza de una dama de la alta sociedad- y de otros hombres de la misma clase social. Hasta tal punto se extendió esta práctica que en los años 50 era generalizada entre las clases pudientes, y el hombre de clase media-baja empezó a obligar a sus mujeres a vestir el burka para parecerse a la clase acomodada. En los 70 el burka ya se había extendido como vestimenta habitual en todos los sectores sociales afganos de etnia pastún.

¿Cuándo se hizo visible para nosotras el burka?

Con la llegada de los talibanes al poder en 1996 a Afganistán. La mayoría de los talibanes son de etnia pastún. Cuando Estados Unidos decidió combatir, tras la caída de las torres en el atentado del 11 de septiembre de 2001, a los talibanes que había armado desde los 80 para expulsar a los soviéticos de Afganistán vimos por primera vez de forma generalizada los burkas en nuestras televisiones como símbolo de aquellos terroristas que habían osado atacar al Imperio.

Cuando los talibanes tomaron Kabul impusieron a las mujeres de cualquier etnia afgana el uso del burka. Hasta ese momento solo lo usaban, salvo excepciones, las pastunes. El uso del burka llevaba aparejada la exclusión social de las mujeres afganas. Los talibanes les prohibieron trabajar, ir a la escuela o universidad, tener sanidad, acudir a hospitales, leer, salir a la calle sin ir acompañadas de un hombre de su familia… Las clínicas donde daban a luz tenían prohibido tener insumos médicos para atender a las parturientas. Sin anestesia se realizaban la mayoría de las cesáreas. Las cirujanas a las que dejaban operarlas debían operar con burka. El uso del burka, del niqab o del chador implica una dependencia total de la mujer hacia el hombre. El maltrato físico y psíquico es constante. Una disputa se arregla con una paliza. Bajo un burka sobrevive la propiedad de un hombre. Ninguna mujer libre elige vivir así.

Cuando los talibanes tomaron en el 96 el poder en Afganistán, las mujeres (que habían logrado su mayor cota de emancipación bajo el mando soviético) representaban el 60% del profesorado universitario. Las mujeres eran el 40% del alumnado. Centenares de miles de mujeres eran funcionarias, médicas, ingenieras, arquitectas, abogadas, juezas, fiscales… A todas ellas, que obviamente no eran pastunes, les llegó la obligación legal de dejar de trabajar y de vivir bajo un burka, y lo que ello significa (hasta ese momento vestían, sobre todo en la capital, como cualquier europea). Solo en Kabul 7800 maestras fueron encerradas bajo un burka y obligadas a dejar de enseñar, y de aprender, y 63 escuelas fueron cerradas.

El burka pesa unos 7 kilos, impide la visión lateral, está diseñado para impedir correr con él puesto, la visibilidad no va más allá de a 1 metro de distancia. Produce raquitismo e hipovitaminosis de la vitamina D en las mujeres que habitualmente lo llevan. Osteoporosis. Y convulsiones en los recién nacidos de mujeres con uso habitual de burka por falta de transmisión de la vitamina D. Los talibanes siguen controlando hoy día parte de Afganistán y Pakistán, concretamente los territorios donde la etnia pastún es predominante. En esos territorios siguen blandiendo el burka como arma y amedrentando con rifles, veneno y ácido a las niñas que se atreven a ir a las escuelas.

Malala, niña pastún pakistaní que en 2014 recibió el Nobel de la Paz, fue tiroteada por los talibanes por ser referente en defensa de la educación de las mujeres. Por no querer usar el burka. Por querer ir a la escuela. Malala le dijo al mundo: “No me importa si en la escuela debo sentarme en el suelo. Lo único que quiero es educación. Y no le tengo miedo a nadie”. Defender el burka y el burkini es defender el símbolo patriarcal más doloroso de nuestros tiempos.

En los años 30 el burka también se usaba en Turquía. Mustapha Kamal Atatürk, fundador de la república turca y su primer presidente, decidió eliminar el burka de Turquía por lo denigrante que era para las mujeres, y por cuestiones de seguridad. Sabía que una prohibición legal del uso del burka no acabaría con la mentalidad machista y patriarcal que lo imponía. Así que lo que hizo fue decretar lo siguiente (en vigor hoy día): “Con efecto inmediato, todas las mujeres turcas tienen el derecho de vestirse como quieran. Sin embargo todas las prostitutas deben usar el burka”. No hace falta que os explique que paulatinamente el burka dejó de usarse en Turquía…

Por desgracia bajo el régimen de Erdogan los burkas vuelven a verse en las calles turcas.

Amnistía reclama a Francia que retire la “discriminatoria” prohibición del ‘burkini’

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Sirva esta anécdota para mostrar mi sorpresa ante quienes desde posiciones feministas defienden el uso del burka, el niqab o el chador, olvidando tantas luchas por la Igualdad que los destierran de la faz de la tierra. El falso debate sobre la defensa de lo cultural le proporciona una dulce victoria al patriarcado. Una vez más la desigualdad gana. Defender que la mujer que se enfunda en un burkini lo hace por libertad y libre albedrío es olvidar el machismo bajo el que vive, bajo el que ha crecido. Es defender que una mujer sometida a un entorno familiar y social hipermachista y misógino es libre para decidir ser feminista, o simplemente ser mujer libre, y no morir en el intento. Hubo un tiempo en que la violencia machista era tolerada por casi todas y todos. “Ellas son libres para vivir o no vivir con sus maltratadores” se solía decir. Con el tiempo nos dimos cuenta como sociedad que de la violencia machista no se sale si no nos ofrecen recursos para vivir independientemente y nos devuelven las oportunidades y la autoestima entre otras cosas con políticas de Igualdad. ¿A que nadie considera que la mujer que muere a manos de su maltratador fue libre en su convivencia con él? ¿Es libre una mujer que recibe una paliza tras otra de un mismo agresor que es su pareja? Todas sabemos hoy día que no.

Leo a compañeras que defienden el uso del burkini porque las mujeres que lo llevan pueden vestirse como les dé la gana para ir a la playa o a la piscina. Que es tan libre la que practica nudismo como la que en la calle lleva chador y en la playa chadorkini. Pero eso es mentira. Cuando yo decido ir en bañador a la playa en vez de en bikini, para que no se me vean tanto los michelines, lo decido sola ante el espejo o sobre la báscula, y por pura coquetería y vanidad. Cuando una mujer se pone burkini, burka, niqab o chador tiene a todo un sistema patriarcal detrás que le dice que no tiene otra opción si no quiere ser expulsada de su familia y de entorno social.

Bienvenido sea el hiyab y el sentimiento religioso de las mujeres musulmanas. Bienvenida sea su libertad para usarlo o no, y combinar el velo con la vestimenta que consideren. Luchar por el hiyab en nuestros países sí es luchar por la multiculturalidad, por el libre albedrío de la mujer musulmana, y nada tiene que ver con el patriarcado. Defender el uso social del burkini es… una derrota de la que va a ser difícil recuperarse. Sin embargo, la solución no es multar a la mujer que lleva burkini a las playas de Cannes. Ni estigmatizarla. Ni aislarla. Ni hacerla culpable de nada. La solución pasa por empoderarlas. Sin embargo, no me queda claro qué actuaciones institucionales y legislativas deben llevarse a cabo para ganarle esta batalla al patriarcado. ¿A vosotras sí os queda claro? ______________Aina Díaz es abogada.

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