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Migrantes, refugiados y otras urgencias

Más del 85 por ciento de la población de Siria, la que queda en el país, la que no forma parte de la estadística mortal de 250.000 víctimas en un lustro de guerra ni ha tenido que huir a los países fronterizos y a Europa, vive en la pobreza. Y cerca del setenta por ciento carece de lo más básico para una vida digna, está en lo que aquí llamaríamos extrema pobreza.

Los ejércitos, mientras, rompiendo el alto el fuego. Assad, en su palacio.

Las cifras proceden de organizaciones y observatorios internacionales, y las recoge Sami Naïr en un libro que acaba de publicar en España, Refugiados: frente a la catástrofe humanitaria, una solución real, en el que describe y analiza con precisión de lúcido observador el crimen que Europa está cometiendo con los refugiados que en esta última crisis nos están llegando desde Siria, Afganistán, Eritrea o la República Democrática del Congo. Sostiene Naïr que Europa ha pisoteado sus propios valores y califica de “Acuerdo de la deshonra” el firmado con Turquía, contratada como áspero portero de la finca europea (esto es del autor de esta columna, no del profesor francés).

Coincide el ensayo con la publicación por Unicef y algunas ONGs como Save The Children, de datos sobre refugiados y desplazados en el mundo entero y en particular niños que a menudo hacen la mayor parte de su viaje perdidos y solos. En 2015, y según datos que aporta ACNUR, la agencia de la ONU para refugiados, y la ONG Intermón Oxfam, más de 12.000 niños llegaron a Italia sin un adulto que les acompañara.

Según Unicef, más de la mitad de los refugiados y desplazados que hay en todo el mundo, alrededor de 65 millones de personas, son menores. Save The Children asegura que desde 2008 más de 200.000 niños no acompañados han pedido asilo en Europa; sólo en 2014, fueron 69.000 los que intentaron cruzar la frontera entre Méjico y Estados Unidos.

Uno de cada 200 niños que hay en el mundo es refugiado, estima Unicef, y todos ellos ignoran los derechos que les asisten como, por ejemplo, a no ser detenidos, a protección internacional y a un tutor legal sólo por el hecho de llegar a territorio Europeo.

Esta semana, el director ejecutivo de Unicef, Anthony Lake, afirmaba que “si estos jóvenes refugiados son aceptados y protegidos hoy, si tienen la oportunidad de aprender y crecer, si se les deja desarrollar su potencial, pueden ser una fuente de estabilidad y progreso económico”.

Pero el norte rico o al menos económica y socialmente estable, sigue cerrando puertas y levantando muros.

El problema es que esto va a continuar. Las pirámides de población se elevan hasta niveles insostenibles sobre todo en el continente africano, y la previsión de Naciones Unidas es que para el año 2050 la población mundial se acercará a los 10.000 millones, la mayor parte en un mundo sin capacidad para ofrecerles las más mínimas condiciones de vida, por lo que un gran porcentaje tendrá que emigrar, se convertirán en desplazados forzosos. A esto hay que añadir, según los expertos en cambio climático, las migraciones producidas por el incremento en los niveles del mar, sobre todo en zonas del sur de Asia donde millones de personas tendrán que abandonar sus tierras inundadas.

Corresponde a los expertos analizar la situación presente y calcular lo que puede suceder en el futuro, y para eso arrancará el próximo lunes una cumbre internacional, al amparo de la Asamblea General de la Onu, sobre las migraciones presentes y futuras en el planeta #UN4RefugeesMigrants.

Pero como ciudadanos no podemos quedarnos con los brazos cruzados viendo cómo instituciones inoperantes y ejecutores de políticas cortoplacistas e insolidarias, dejan que el problema vaya creciendo sin hacer absolutamente nada. Nada. Porque eso es lo que se hace. Por lo menos hasta ahora.

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Puede que tras la reunión de la próxima semana en Nueva York empiecen a cambiar algunas cosas aunque sea muy despacio, como sucedió con las últimas cumbres de cambio climático que al final terminaron alumbrando un ratón, pero algo se avanzó.

Es urgente que presionemos a gobiernos y organismos internacionales, desde la acción pacífica y el compromiso civil, para que empiecen de verdad a cambiar las cosas. Hay que resolver con urgencia el problema de millones de personas como nosotros, como nuestros hijos, abriendo las puertas a una integración que algunos consideran imposible aunque aún no se haya intentado realmente (decir lo contrario es un lamentable sarcasmo, teniendo en cuenta que de los seis millones que a finales de 2015 malvivian en campos de refugiados o vagaban por los caminos de Europa, sólo hemos acogido a 160.000, y esto, mucha integración no parece). Hay que moverse teniendo claro que no estamos ante una crisis pasajera, porque los desplazamientos empiezan a ser una corriente demográfica constante y universal. Cuanto antes se tome conciencia y decisiones, mejor para todos.

Es cuestión humanitaria. Pero es también, y si no actúa el corazón que lo haga el menos el interés, cuestión de preservar lo que hemos conseguido.

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