Plaza Pública

El PSOE en la encrucijada (y III)

M. Salvatierra E. Cascallana J.A. Barrio J. Quintana

7.  La era “des”.des

El debilitamiento de la socialdemocracia viene porque no ha sabido o no ha querido ponerle límites a la globalización neoliberal. El populismo, sea de izquierdas o de derechas, es una reacción a la falta de respuesta de la socialdemocracia a la mundialización desbocada del capital. La globalización no es sino la entronización de la libre movilidad del capital y, en el ámbito productivo, es el encumbramiento de la desregulación de las relaciones laborales. La globalización es una exigencia del capitalismo a la que la socialdemocracia no ha sabido responder: no ha cuestionado los efectos perversos del proceso globalizador del mercado. La revuelta popular contra la globalización está siendo, por ahora, el populismo. He aquí la paradoja, he aquí el gran desafío de la socialdemocracia si no quiere morir. La hiperglobalización comercial y financiera, producto del desarrollo del capitalismo financiero, ha desgarrado el tejido social de los países desarrollados. Y, como hemos experimentado a partir de la crisis económica de 2007, exige un Estado nación menguante y un Estado del bienestar raquítico, es decir, la preeminencia de las reglas del mercado disuelven las soberanías nacionales y deja a la intemperie a las clases populares. La ausencia de un programa claro para reformar la globalización (el capitalismo del siglo XXI) ha hecho que la socialdemocracia pierda su razón de ser. La globalización pone los intereses del mercado por encima de la gente y si los socialdemócratas se doblegan ante las políticas de austeridad y dejan de creer en la inversión pública y en los estímulos fiscales, entonces es mejor que dejen de hablar. Si hacen eso, no tienen nada más que decir y solo se dedicarán a marear la perdiz. Y ese espacio que ocupaba la socialdemocracia lo ocuparán los populismos.

Es indiscutible que la globalización redujo el margen de maniobra de los gobiernos socialdemócratas y de los sindicatos. Y ello es así porque, además de ser un requerimiento económico, la globalización responde a un programa político. Ese programa es el “Consenso de Washington” (1989), cuyos puntos esenciales son:

- Disciplina fiscal: evitar el déficit público.

- Reducción del gasto público: menos servicios a menos gente.

- Reducción de impuestos: sobre todo a las rentas altas.

- Liberalización del comercio: aranceles bajos y uniformes.

- Liberalización de las barreras de la inversión extranjera.

- Privatización de las empresas públicas.

- Desregulación del mercado laboral.

- Máxima seguridad jurídica a los derechos de propiedad.

¿Cuál ha sido el problema? Que los economistas de los años noventa del siglo pasado se entregaron al fundamentalismo de mercado. Y que, en consecuencia, la socialdemocracia ha sido complaciente con la cultura neoliberal. Sin embargo, a la vez que avanzaba la globalización se iba acentuando el proceso que nosotros llamamos “la era des”:

- Desindustrialización: se destruyen grandes centros industriales, sectores como el minero, el del automóvil, los altos hornos, etc. al tiempo que no se ofrecen yacimientos productivos alternativos. Del capitalismo industrial pasamos al especulativo y se potencia el sector de servicios. Empero, las casas rurales y el turismo de “excelencia” no pueden compensar la destrucción de empleo.

-Deslocalización: las empresas, incluso con beneficios, decidieron trasladar sus factorías a zonas donde pagan menos impuestos y los trabajadores cobran menos, esto es, prevalece el dumping salarial y fiscal.

- Desregulación laboral y financiera: las relaciones laborales se individualizan demoliendo los convenios colectivos y se propicia la competencia a la baja entre trabajadores precarizados y el capital circula sin barreras ni control. El modelo económico neoliberal se asienta en el dumping, en esquivar impuestos, en la estrategia del gorrón, en el combate contra las reglas encaminadas al bien común.

- Desclasamiento o desubicación social: a la pérdida de raigambre social han querido compensarla a través del consumo y como el poder adquisitivo de los hogares bajó a pasos acelerados, se inventaron las hipotecas a gran escala y el consumo basura (lost cost). Lo importante era no lo que se es sino cómo te percibes. Todo el mundo se percibía siendo de “clase media”. A su vez, los partidos del sistema querían gobernar para las clases medias. ¿Qué partido de gobierno no quería ser el partido de las clases medias? Hay quienes aún hoy, como veremos, siguen afirmando que el problema esencial del Partido Socialista es que ha desconectado con las clases medias urbanas con estudios superiores, ya no le llaman “ilustradas”. No quieren interrogarse por qué los hijos de esa clase media ilustrada y urbanita piensan que los socialistas forman parte del tinglado del establishment y que lo que menos pueden esperar de ellos es que le arreglen el deterioro social al que les encaminan. La planificación cultural del “aburguesamiento” no resiste las cornadas de la crisis económica.

- Desprogramación de los lazos de solidaridad: el estigma es ser de clase baja. Y peor aún, la clase trabajadora no tenía a gala ser clase obrera. La primacía del individualismo, la maximización del interés individual y la satanización de la pobreza, hacía imposible que pudiera generarse una base común de objetivos interclasistas.

- Desempleo: se naturalizó el paro, se convirtió en un sistema estructural. Y para corregirlo, se dijo que la única forma de combatirlo era mediante la precarización del trabajo. Era mejor, se afirmaba, un trabajo temporal que estar sin trabajo. Pues ahora contamos con salarios de pobreza, trabajo en condiciones indignas y degradación laboral. Ahora tenemos, además del desempleo estructural, una precarización estructural. Este es el precio social del beneficio económico. ¿Queremos más?

- Desigualdad: ya nadie puede dudar del incremento de la desigualdad, ni los que niegan el cambio climático se atreven a poner en duda que los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Nos encontramos ante la sacralización de la parábola de los talentos: “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera” (Mateo, 25, 29). El rico será más rico porque su vida es “provechosa” y el pobre más pobre porque es responsable de su pobreza, sea por falta de inteligencia, sea por aversión al trabajo, sea, como dicen los argentinos, por cachafaz (suena mejor que “pícaro”). Da igual, la desigualdad está justificada bíblicamente y, siendo así, ¿qué sentido tiene entonces poner reparos al aumento de la riqueza? Por supuesto que somos conscientes de que el Papa Francisco afirma que “las empresas no deben existir para ganar dinero, sino para servir”. ¡Una voz en el desierto! Sobre todo si remata convencido: “el dinero es el estiércol del diablo”.

- Desprotección medioambiental: la sacralización del beneficio hace que la naturaleza sea vista como una mercancía más y, en consecuencia, se menosprecie el grave deterioro ambiental que está sufriendo el planeta.

- Desencanto y desconcierto: nos habíamos hecho ilusión con la incorporación de España en la UE, esto es, Europa nos iba a quitar los males ancestrales: aislamiento, ausencia democracia liberal, puesta a punto en avances económicos y tecnológicos, culturización de las masas, etc. La crisis de la UE hizo saltar por los aires aquellas grandes esperanzas: ha renacionalizado los problemas. Hoy España y Europa son el problema o, mejor, la solución es el problema. No es posible que depositemos nuestras esperanzas más allá de los Pirineos. Y el desconcierto se incrementa cuando vemos que ya no solo la globalización se internacionaliza sino también que el populismo se globaliza: el triunfo del Brexit en el Reino Unido y la victoria de Trump en EE.UU no son peccata minuta. Globalización y crisis económica han llevado a más desempleo, menos crecimiento o recesión, aumento de la desigualdad y pérdida de sensación de estabilidad social. La respuesta: populismo, esto es, la revuelta de la clase trabajadora, la ira ante la sensación de abandono. El populismo es una ola de resentimiento y frustración, es la respuesta a la amenaza de perderlo todo o disminuir el nivel de vida y, en consecuencia, es una fuerza social contra unas élites que les ha dejado de lado. La internacionalización del populismo es una reacción contra el miedo existencial: falta de trabajo estable y digno, falta de viviendas asequibles, degradación de las condiciones de vida y pauperización de los servicios públicos. En pocas palabras, el populismo se alimenta del desmantelamiento del Estado de bienestar, el incremento de la xenofobia y de los partidos de extrema derecha que surgen al calor de los procesos de desindustrialización y falta de horizonte vital.

Por consiguiente, si la izquierda quiere sobrevivir deberá enfocar la mirada en estas clases sociales y, por tanto, es radicalmente falso como dicen algunos aspirantes a liderar el PSOE que el problema de la izquierda no es ideológico sino que todo se arreglaría recomponiendo la conexión con sectores de la sociedad que pertenecen a las clases medias con estudios superiores, representativas de los valores de progreso y que habitan en las grandes ciudades. No quieren preguntarse por qué los jóvenes, la clase trabajadora y las clases medias que se viven amenazadas esperan muy poco de la socialdemocracia actual. Quizá no se lo preguntan porque se quedan en un modelo explicativo propio de la sociología positivista, esto es, estadística y numeral que lo único que consigue es dejar las cosas como están. Estos sociólogos son muy importantes para mantener intacto el estatus social, pero nada útiles para transformar el orden social vigente.

8. Más allá de las medias clases.

Si en sus orígenes la referencia de la socialdemocracia era la clase trabajadora y los grandes centros industriales, a partir del desmantelamiento de las fábricas y la fragmentación de la clase obrera la socialdemocracia se dirigió a ese sector difuso llamado clases medias. La socialdemocracia se centró en las clases medias, también catalogadas como “moderadas”. ¿Qué es la clase media? Los economistas la definen según sus ingresos: el nivel de renta del hogar determina la clase social a la que se pertenece. Sin embargo, esta definición no abarca toda la connotación del concepto de clase media. Por ejemplo, los sociólogos tienen también en cuenta el nivel de formación, el grado de ahorro, el patrimonio disponible, los hábitos de consumo, etc. En resumen, no hay una delimitación precisa del término “clase media”; tampoco lo hay de “clase trabajadora”.

Enmarcar a la clase media significa situarla entre la clase baja y la clase rica. En términos políticos, podríamos decir que la clase media es la que media entre las dos: la que no quiere que los pobres sean más pobres ni los ricos más ricos. Y si tomamos los ingresos como base, la clase media la componen, según un informe de la Fundación BBVA, los que no son del 40% que menos gana ni del 30% que más gana. Esto es, los que van de unos ingresos aproximados de 20.000 a 60.000 euros. No obstante, insistimos en lo dicho anteriormente: lo principal no es tanto a la clase que realmente se pertenece sino cómo se perciben. Paradójicamente, los hay que se perciben como clase trabajadora y, por sus ingresos, pertenecen a las clases medias y, en sentido contrario, quienes siendo de clase trabajadora se aprecian a sí mismos como perteneciendo a las clases medias.

Pues bien, ¿qué es lo que ha ocurrido a partir de la crisis económica? El informe de la Fundación BBVA nos muestra que entre 2008 y 2013, año hasta el que llega la investigación, la clase media se redujo del 58,9% de los hogares al 52,3% y las clases bajas pasaron desde el 31,2% al 38,5%. En cambio, la clase alta mantuvo su nivel de renta, apenas cayó del 9,9% al 9,2%. Aumentan las clases bajas, se reducen las medias y los ricos se mantienen como están. Y si antes de la crisis cabía una movilidad social ascendente de carácter estructural, a partir del estallido económico hay una precarización también estructural: el ascensor social no sube, baja. Consecuencia: empleo precario, salario de pobreza e incremento de las desigualdades. La que más caro ha pagado la caída es la clase baja porque además ha sido invisibilizada. Ha perdido un 25% de renta.

A este fenómeno de desclasamiento en el que las clases medias dejan de ser medias y las bajas se vuelven aun más bajas, se le une, especialmente en España, que la juventud no encuentra manera de poder emanciparse dignamente de sus padres. Los jóvenes se encuentran con un modelo de vivienda inaccesible para ellos, ya que en España la vivienda está ligada exclusivamente a la propiedad privada. A pesar de ser la generación mejor formada, el sentimiento dominante de la gente joven es de incertidumbre y precariedad. Y desgraciadamente el PSOE no ha sido capaz de mostrar con claridad un proyecto alternativo al programa del establishment. La socialdemocracia está en horas bajas porque hasta hoy en día es un mero matiz del mandato de la tecnocracia económica o, si se quiere, de lo que ordena el poder financiero. Hasta que no sea percibida como una alternativa real al trazado neoliberal no volverá a recuperar el voto urbano ni el voto joven. El Partido Socialista es percibido como un partido viejo porque, entre otras razones, es al que votan los mayores. O cambiamos de rumbo u otros ocuparán nuestro espacio.

El populismo es la revuelta de los abandonados a su suerte contra la globalización. Su sintomatología es: la reafirmación de las identidades nacionales y locales (en algunos casos, con un fuerte componente xenófobo y racista), el rechazo a los poderes establecidos y la desconfianza a los partidos centristas (los partidos de las clases medias moderadas o de las medias clases) por no haber cuestionado con radicalidad los efectos perversos de la globalización. En definitiva, el populismo -sea de derechas, sea de izquierdas- surge porque la socialdemocracia no ha sabido reformar a tiempo la globalización neoliberal. En artículos anteriores publicados en InfoLibre señalamos cuáles son, a nuestro juicio, los ejes fundamentales de la reconstrucción de la socialdemocracia. Recuperaremos credibilidad en la medida en que seamos capaces de actualizar nuestro discurso. Y la puesta a punto del ideario socialdemócrata pasa, primero, por diagnosticar fielmente sus carencias y, segundo, por elaborar un proyecto que despierte entusiasmo entre quienes han sido golpeados por la crisis económica y vean su futuro en tinieblas.

9. Una propuesta estratégica de alianzas.

En este momento el PSOE tiene un grave problema interno: todo es “provisional” y, sobre todo, el partido está dividido. Quizá esta falta de alianzas interna donde mejor puede verse es en la actual crisis de relación entre el PSOE y PSC. El Protocolo de 1978 entre el PSOE y el Partido Socialista de Cataluña establece que éste mantiene su autonomía y estructura jurídica propia, y puede y debe participar en los órganos federales del PSOE (Congreso Federal, Comité Federal y Ejecutiva Federal), mientras que el PSOE se mantiene al margen del PSC. El vínculo entre ambos partidos, tras la ruptura de la disciplina de voto de los parlamentarios del PSC en la investidura de Mariano Rajoy, está siendo cuestionado por su manifiesta “asimetría”. En efecto, los miembros del PSC participaron en la votación donde por mayoría se decidió la abstención para que pudiese gobernar el PP y, sin embargo, no acataron el resultado de la misma. Tal vez hubiera sido mejor que ese día hubiesen decidido tener voz y renunciar al voto, si ya sabían de antemano que pasara lo que pasara ellos no iban a cambiar de posición. Por otro lado, se comprende muy bien la razón por la que el PSC rechaza radicalmente al PP. Si en el PSOE no quieren entender que el 48% de los catalanes se quiere ir de España por lo que está haciendo la derecha en Cataluña, entonces es que no tienen la más mínima voluntad de encontrar una solución real al problema. Estas circunstancias nos hacen ver que habría sido mucho mejor adoptar una abstención más flexible o que el comité federal hubiese establecido una excepción para el PSC. Se negaron a minimizar los daños. Un verdadero error porque da la sensación que ante el PP elegimos el “mal menor” pero ante el PSC optamos por el “mal mayor”: el camino de la ruptura. Obligar a los/as compañeros/as catalanes a subordinarse de esta forma al PSOE no es sino querer ignorar la gran aportación del PSC a los gobiernos de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Todavía no se han dado cuenta de que muchos militantes de PSC se han ido o bien a ERC, o bien a la ex CiU y ahora se irán al partido de Ada Colau? ¿Queremos hacerle caso a la derecha rancia de este país aceptando que el PSC es una “patología” dentro del PSOE? ¿Vamos avalar la acusación canalla de Francesc de Carreras cuando afirma que en Cataluña no hay catalanistas sino que todo responde a la “llamada tribal” del nacionalismo?

Muchos en el PSOE quieren “cortar por lo sano” con el PSC y volver a refundar la Federación Socialista Catalana del PSOE. En consecuencia, tendríamos dos partidos socialistas en Cataluña compitiendo entre sí por el mismo electorado. Un auténtico desatino porque saltaría a la vista que el PSOE, si no puede tolerar al PSC en su interior, es incapaz de aportar una solución a lo que plantean los independentistas. Una medida de este tipo contribuiría a legitimar el llamado “procés” soberanista catalán. En definitiva, ¿cómo piensan explicar que quieren una buena relación con Cataluña si ellos mismos prefieren desconectar con el PSC? Hay más: si se decide que el PSC no pueda participar en la elección del secretario general del PSOE y, por otro lado, se mantiene la tradición de que el candidato a la presidencia del gobierno tiene que ser el secretario general, entonces se da por hecho de que el PSOE jamás contará con un socialista catalán para ser presidente de gobierno. De seguir así, ¿en qué nos vamos a diferenciar de la derecha?

Por otra parte, es necesario buscar alianzas afuera: 1) alianzas políticas: con otras fuerzas de izquierdas a nivel nacional y a nivel regional; 2) alianzas sindicales: tenemos que fortalecer las relaciones tanto con la Unión General de los Trabajadores como con las Comisiones Obreras; 3) alianzas con el movimiento asociativo: asociación de vecinos, asociación de padres de alumnos, etc.; 4) alianzas mediáticas: es obvio que en esta nueva andadura tenemos que buscar aliados en el mundo de internet; y 5) alianzas internacionales: fortalecer lazos políticos con quienes cuestionan las políticas neoliberales de austeridad y quieren cambiar el actual marco político europeo hacia una Europa social, tolerante y solidaria.

10. Por una Internacional Socialista activa.

La Internacional Socialista ha sido históricamente una poderosa herramienta para vertebrar el avance del ideal emancipatorio. Sin embargo, en las últimas décadas ha presentado una faz poco halagüeña: ha sido conformista y en cierto modo está desfondada. La Internacional Socialista, ante las guerras de Irak, Siria, la crisis de los refugiados, el ataque del islamismo radical a los derechos humanos, etc., ha mostrado una preocupante carencia de alternativas e incluso ha dado señales de abulia ante gravísimos problemas internacionales. Los socialistas tenemos que adoptar una serie de medidas urgentes para que la Internacional Socialista desempeñe un papel relevante ante los nuevos retos mundiales. Frente a los efectos negativos de la globalización económica y de la mundialización de las tecnologías, la Internacional Socialista debe comprometerse a impulsar políticas activas en defensa del mantenimiento del Estado del bienestar y debe oponerse con firmeza a la dictadura encubierta que ejercen el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Tiene que quedar bien claro que la Internacional Socialista se empeñará en hacer una férrea defensa del Estado social y combatirá cualquier forma de ideología neoliberal por muy bien que suene la música de fondo.

El PSOE en la encrucijada (Parte I)

Mario Salvatierra, miembro del comité federal del PSOE; Enrique Cascallana, ex alcalde de Alcorcón y ex senador; Juan Antonio Barrio, ex diputado nacional; y José Quintana, ex alcalde de Fuenlabrada y actualmente diputado autonómico en la Asamblea de Madrid.

-------------------------------------------Mario Salvatierra, miembro del comité federal del PSOE; Enrique Cascallana, ex alcalde de Alcorcón y ex senador; Juan Antonio Barrio, ex diputado nacional; y José Quintana, ex alcalde de Fuenlabrada y actualmente diputado autonómico en la Asamblea de Madrid

Mario SalvatierraEnrique CascallanaJuan Antonio BarrioJosé Quintana

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