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Desde la tramoya

Matonismo

Podemos y el PP se han llamado mutuamente "matones" en el Congreso de los Diputados, volviendo de paso a montar un numerito de esos de patio de colegio. La base, ya se sabe, es la denuncia de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) a los morados por sus "amenazas" a algunos periodistas.

Empecemos por contar las cosas como son. Todos los partidos políticos, todos, en todo el mundo y en cualquier momento, tratan de tener una relación fluida con los medios de comunicación. Y todos los reporteros y opinantes que escriben o hablan de política tratan de tener en los partidos y sus líderes buenas fuentes que les cuenten las cosas lo más directamente posible. Es una relación concupiscente, constante y simbiótica.

Algunos periodistas, una decena en el caso de cada uno de los partidos españoles, se especializan en una determinada formación, y la siguen todo el tiempo. Tanto que a veces incluso viajan con sus líderes en el mismo autobús o en el mismo avión, como cuando hay campaña. Duermen en los mismos hoteles, se ven con ellos en el bar, se llaman y chatean de madrugada. Se lo saben todo unos de otros. Compadrean y a veces se enfadan entre ellos. Es parte del negocio de cada cual. Yo tengo el culo pelado de llamar o hacer llamar a periodistas para contarles una cosa u otra, para expresar también mi cabreo o, eventualmente, mi satisfacción por algo que han escrito o dicho.

Desde que se inventó la prensa de masas, en los años 20 del siglo XX, se inventó también el "agente de prensa", y los gabinetes de prensa después, que existen para colocar en los medios los relatos de las organizaciones de la manera que éstas consideran más adecuada. Presionar a periodistas, con más o menos estilo, es tan normal como lo es para los periodistas saber hasta dónde pueden aceptar esas presiones.

Cuanto más inteligente es una redactora o un redactor y más lo es también su fuente, más fluida es la relación entre ambos. Hay verdaderos maestros en el arte de llevarse bien con la prensa, y verdaderos maestros en el arte de llevarse bien con las fuentes.

Y luego están los torpes. Quienes pierden los papeles cuando algún reportero no les trata como ellos creen que merecen. Entonces se revuelven y se ponen tontorrones. Le ponen un boli a una redactora incómoda en el escote, como hizo Aznar hace una década, o le propinan un euro, como hizo Trillo con otra que se atrevió a preguntarle por algo del Yak. O se refieren despectivamente al abrigo de piel de una tercera, como hizo Pablo Iglesias en rueda de prensa más recientemente.

Secuestrar titulares, o la estrategia del caos

Es curioso que sea tan frecuente esa relación macho alfa-hembra pretendidamente vulnerable. No solo es machista. También resulta muy poco inteligente; menos aún cuando el arrogante falta el respeto desde su atalaya de poderoso.

Pero más allá de esas torpezas ciertamente matoniles, si las cosas quedan ahí pueden pasar sin más al anecdotario. El problema es cuando alguien se cree tan en posesión de la verdad, que se arroga el derecho a imponer su relato por encima de intermediarios. El problema es cuando realmente te crees que los medios son parte de una "trama" a la que sólo el pueblo virtuoso –liderado por tí, naturalmente– puede desenmascarar. Entonces recurres a las redes sociales para acosar públicamente a algunos periodistas con nombres y apellidos. Vetas a redactores concretos o a canales de televisión enteros. Y luego, cuando tienes publicidad que repartir o decisiones políticas que tomar –como asignar nuevas frecuencias o nuevos canales– te guías por tus preferencias personales, que sublimas como si fueran ideológicas y te orientara el bien del pueblo.

A mi modo de ver, la APM se pasó en su denuncia de Podemos. La estética de una asociación de periodistas que se victimiza en una sociedad como la nuestra me parece demasiado barroca. Pero a mí lo que me da más tirria es el tono general de Podemos en sus relaciones con la prensa. Esa idea tan frecuente entre los populistas de izquierdas y derechas –Trump la encarna hoy a la perfección– según la cual los medios de comunicación son también parte de la casta –o la trama– a la que hay que derrocar, para que el pueblo asalte finalmente los cielos. Qué miedito.

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