PREPUBLICACIÓN

La reforma electoral perfecta

La reforma electoral perfecta

Alberto Penadés | José Manuel Pavía

infoLibre publica las conclusiones de La reforma electoral perfecta, escrito por Alberto Penadés y José Manuel Pavía. El libro se presenta el próximo 7 de junio en la Librería Cervantes de Madrid.

El sistema electoral español ha producido un equilibrio con tres tipos de partidos, el bipartidismo, los panes (partidos de implantación autonómica) y los peces (minorías de toda España) que, en conjunción con otras reglas, como nuestro procedimiento de investidura por mayoría simple y el sistema de mociones de censura constructiva, han dado lugar a una combinación no muy desafortunada de representatividad y gobernabilidad. De hecho, la notable estabilidad de los gobiernos se ha logrado sin que prácticamente ningún partido haya sido excluido del Parlamento. El efecto medio del sistema electoral consiste en una moderada fragmentación y una moderada desviación de la proporcionalidad, todo ello ayudado porque los votantes, siguiendo, si se quiere, las señales del sistema, han elegido coordinarse en torno a pocas opciones políticas. En 2015, el equilibrio se desarticula, la fragmentación alcanza un máximo histórico y el sistema electoral produce un Parlamento muy dividido. El mismo sistema electoral, es importante subrayarlo mucho.

La formación de los gobiernos en España, en gran medida gracias a la moderada fragmentación parlamentaria, ha funcionado bien, y estos han sido responsables ante los electores, que han quitado y puesto a todos los presidentes del gobierno después de Suárez. La claridad en la responsabilidad se ha obtenido a precio de una falta de coaliciones que tal vez sea chocante, en términos comparados. Como es lógico, siempre que ha habido gobiernos de minoría ha habido acuerdos parlamentarios, pero no nos hemos entrenado en la corresponsabilidad. A veces, podría venir bien.

Con todo, la dificultad que al tiempo de escribir estas líneas parece encontrar el Parlamento para investir a un nuevo gobierno no puede achacarse en exclusiva, ni principalmente, al sistema electoral. La reforma del procedimiento de investidura y del poder de disolver las cámaras tal vez pudiera hacer más por ello. Discutir esto nos saca del asunto del libro, pero debería meditarse sobre el hecho de que la amenaza de elecciones es una amenaza que se puede volver autocumplida, pues nadie quiere ser el guapo que pacta con los rivales a menos de tres meses de unas elecciones probables. Lo que tal vez nos demuestra la conducta de los líderes políticos durante las aparentes negociaciones es que de ninguno ellos, salvo que no sepan lo que hacen, podemos esperar una reforma electoral muy proporcional. Una reforma que, a juzgar por la experiencia de nuestros vecinos, les obligaría siempre a formar pactos “contra natura”, a negociar sin radiar sus posiciones y a no excluir a nadie, salvo, tal vez, a las opciones más radicales, que aquí tienden a ser amigas de una proporcionalidad pura que, paradójicamente, es probable que les hiciera quedar relegados. O eso dice el ejemplo de Holanda, Alemania, Suecia, Dinamarca... Paradojas nuestras, los que quieren ser como Holanda no deberían quererlo, y los que no lo quieren sí deberían (piense la derecha española que la holandesa está casi siempre en el gobierno, y por largo tiempo, además, cómodamente en funciones).

Lo que el sistema electoral no puede hacerse perdonar es el sesgo partidista, de tipo conservador y centralista, que se agudiza precisamente en el contexto del nuevo sistema de partidos, favoreciendo a las alternativas consolidadas frente a las emergentes, además de al PP frente al resto. Para terminar con la falta de equidad, es necesario dejar de contar los votos en las provincias, pues la desigualdad en los tamaños de los distritos es lo que provoca que 124 de los escaños tengan un coste desigual para partidos que son comparables entre sí. Lo mejor sería, simplemente, terminar con las provincias como demarcaciones, algo que, además, podría complementarse con otros empujes reformistas en la organización territorial del Estado. Es cierto que esto haría más difícil el acceso de los peces al Parlamento, pero quizá, dadas las circunstancias del cambiante sistema de partidos, es buena hora para que las opciones se definan y coordinen en lugar de multiplicarse. Los políticos siempre tienen incentivos para situarse a sí mismos entre los votos y los acuerdos, y para eso exigen su derecho, aunque sea, a un nicho en las asambleas. Eso no es siempre malo, al contrario, pero los ciudadanos tienen también derecho a pedirles, a veces, que se coordinen antes, para poder elegir entre programas ambiciosos. Para eso pensamos que sirve un sistema electoral que no tenga distritos demasiado grandes.

Historia de una urna

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Por lo demás, las consecuencias de la implantación de un sistema como la Equidad sin Provincias son moderadas y saludables. La formación de los gobiernos seguiría siendo parecida a como se ha producido hasta ahora, pero sería menos probable que hubiera gobiernos por mayoría absoluta. Los resultados serían un poco más proporcionales y es posible que, de vez en cuando, se requieran coaliciones. Igual que si dejáramos el antiguo sistema. El sistema de listas cortas favorecerá la participación de los ciudadanos en las expresiones de votos de preferencias, y puede que cambie la forma de hacer las listas de los partidos, lo que puede ser un experimento interesante en sí mismo.

No diremos que, si no les gusta nuestra reforma, tenemos otra, pero lo cierto es que les recomendamos mucho que dejen de pensar en modelos alemanes, si se empeñan en el salto proporcional. Para eso tienen nuestro modelo de inspiración sueco, con un solo voto para los ciudadanos, con solo un tipo de candidatos y con reciclaje de las provincias para fines un poco más inocuos que los presentes. Si se aplica con sentido común sueco, es decir, con umbrales altos, puede ser una alternativa muy razonable, aunque siempre nos quedará la tentación de toquetear los umbrales. Y seguro que caemos en ella.

La reforma institucional debería emprenderse con ánimo experimentador, buscando los cambios paulatinos y graduales. Hemos de decir, si se nos permite, que los ejercicios de simulación con distritos nuevos como el que presentamos, simplemente, no se han hecho, o al menos no se han publicado. Esperamos animar con esto a experimentar más. Tiempo habrá después de pensar si los distritos deberían crecer de siete a nueve escaños, o disminuir de siete a cinco. Lo importante, esto no hay ni que decirlo, es que los pasos estén consensuados, en la medida de lo posible. Un problema de los sistemas electorales es que a veces no se tocan para no caer en una secuencia de reformas y contrarreformas oportunistas. Esperemos que no sea así.

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