Franco alargó conscientemente la guerra civil (1/3): LLeida, abril de 1938

Que la guerra durara casi tres años se ha explicado con argumentos varios. Para los pro-republicanos, los factores más importantes fueron la innata capacidad de resistencia del pueblo en armas y la voluntad de defensa contra el fascismo. Para los no republicanos lo fue la ayuda soviética (casi siempre sobredimensionada). Para todos, y no en último término, el convencimiento de la justicia de la causa. 

Historiadores militares como el lamentado Gabriel Cardonas se acercaron al tema desde otro punto de vista: la escasa visión estratégica de Franco, forjada en las campañas coloniales de Marruecos. Su escasa experiencia al frente de grandes unidades le llevó a cometer errores que alargaron la contienda innecesariamente.

Este último enfoque emerge más o menos claramente en todos aquellos autores que deploraron que Franco retrasara, en septiembre de 1936, el avance sobre Madrid para desviarse en pos de la toma (“liberación”) de Toledo, donde el Alcázar resistía los asaltos republicanos. Otros han criticado que Franco se concentrara tanto en la toma de Madrid en detrimento de otras opciones menos espectaculares, pero a la postre más provechosas.  Personalmente en la ocasión de marras creo que Franco tenía razón en función de sus tácticas de la época para alcanzar el poder militar y político supremo tras las desapariciones de Sanjurjo y, no en último término, de Calvo Sotelo.

El propósito de esta pequeña serie de tres entregas no es debatir acerca de la estrategia de Franco. Estriba en diseccionar las circunstancias —y las razones— por las cuales el “Invicto” no quiso dar una estocada mortal a la República en abril de 1938. Hubiera acortado la contienda en casi un año ahorrando millares de víctimas a ambos lados del espectro militar, político e ideológico. Es decir, incluido el propio.

Para evitar, en lo posible, que se me ataque como “repelente” historiador antifranquista buscaré un primer apoyo en un militar que hizo la guerra con los vencedores. Luego acudiré a la evidencia primaria relevante de época (EPRE) de los archivos. Esos que numerosos autores han pasado por alto en esta ocasión.

Apelo, pues, al coronel Ramón Salas Larrazábal, uno de los escasos militares que entró a saco en archivos españoles y que no tardó en llegar al generalato. 

Escribiendo en tiempos de dictadura, Salas prestó una particular atención a los documentos, algo que antes de la muerte del dictador no estaba al alcance de cualquiera.

Su intención había estribado en escribir una historia del Ejército de la Victoria, pero sus superiores no lo permitieron. Logró, eso sí, que se le autorizara a escribir una historia del Ejército vencido. Publicó su magna obra en 1973, por lo que la investigación que subyacía a la misma la llevó a cabo años antes. 

Salas fijó la fecha de la decisión de Franco que terminó alargando innecesariamente la guerra: la situó a principios de abril de 1938, cuando las tropas de Yagüe ocuparon Lleida. Como es notorio, fue la primera capital catalana que cayó en manos de los autodenominados “nacionales”. Delante de ella se encontraba abierta de par en par la carretera nacional que, prácticamente, en vía recta unía con Barcelona. El gobierno republicano refugiado en esta se encontraba al borde de la implosión y en una de las circunstancias más críticas hasta entonces en la guerra.

Franco no quiso dar una estocada mortal a la República en abril de 1938. Hubiera acortado la contienda en casi un año ahorrando millares de víctimas a ambos lados del espectro militar, político e ideológico

Consciente de todo este cúmulo de circunstancias, Yagüe —que no fue un militar que inspirase oleadas de admiración— solicitó a Franco la autorización para avanzar impetuosamente. El inmortal Caudillo, remedo del Cid y adalid de todas las virtudes castrenses que según sus fieles biógrafos en él se daban cita, se negó tajantemente. 

Ramón Salas era en aquel entonces un modesto teniente. Se había alistado voluntario y, como requeté, tomado parte en la campaña del Norte. Al escribir muchos años después su magna obra Historia del Ejército Popular de la República (publicada para gozo de lectores fieles a la dictadura por nada menos que la Editora Nacional) recordó que Yagüe piafaba de impaciencia. No entendía la justificación de la orden, que chocaba con su sentido militar y el progreso alcanzado por las “armas nacionales”. 

Para la mejor comprensión de las dos próximas entregas reproduzco aquí sus propias reflexiones entre comillas. No se me acusará de ser incorrecto con su memoria. Cuando servidor era un historiador neófito (y, no lo oculto, un tanto pardillo) tuve gran amistad con él y participamos juntos en algunos encuentros, tanto en España como en el extranjero. 

Franco permanece fiel a su idea primitiva renunciando a la persecución del derrotado y disperso Ejército del Este. El que esto escribe fue testigo de la decepción del general Yagüe. Cataluña se abría fácil a sus vanguardias y se le imponía la detención en contradicción con el principio inmutable del arte militar que ordena no dar respiro al enemigo derrotado. ¿Cuál fue la causa de tan sorprendente decisión? ¿Qué impulsó a Franco a preferir Tortosa a Tarragona y Valencia a Barcelona? Sin la menor duda el más grosero análisis demostraba plenamente que Cataluña era un objetivo mucho más importante y decisivo en todos los conceptos y por añadidura más fácil. Dividido el Ejército enemigo la fracción que había quedado al norte del corte era menor que la que permaneció en la zona Centro-Levante. En principio lo lógico era concentrar la masa de maniobra nacional contra la más reducida de ambas fracciones que es contra la que se podía lograr una mayor superioridad, y aplastarla. Si además esa fracción ocupaba un territorio de mucho más alto valor militar, por su demografía, su riqueza y su potencial industrial, la elección no ofrecía la menor duda y resultaba inapelable si a todas estas circunstancias se unía la de que la zona en que se encontraba esa parte del ejército gubernamental disponía de una amplia frontera por la que le podían llegar cuantiosos medios cuya arribada era imperativo impedir. El Estado Mayor gubernamental lo comprendió así y se preparó inmediatamente para defender Cataluña y para ello dicta las apresuradas instrucciones de los días 4 y 5 de abril en las que ordenaba la inmediata construcción de seis líneas sucesivas de defensa y cuya consistencia hubiera sido muy reducida de haberse visto inmediatamente sometidas a la prueba del fuego…” .

No podría explicarse más claramente la perplejidad del entonces coronel. Franco había dado órdenes a pesar de haberse constatado que el avance de sus tropas hasta entonces había sido imparable. El adversario se batía en retirada. Se abría una ventana de oportunidad generada por los propios éxitos sobre el terreno, pero el supuesto genio de la guerra detuvo el avance. ¿Prudencia? ¿Incapacidad? ¿Cálculo? Pero, en este caso, ¿de qué tipo? 

Innecesario es señalar que aquella decisión tenía unos antecedentes y generó ciertos efectos. En cuanto a estos últimos, el 6 de abril se reorganizó, tras largas discusiones internas y externas, el Gobierno republicano con la asunción por parte del presidente del Consejo, Juan Negrín, del crucial Ministerio de Defensa; la auto-desaparición de Prieto del gabinete y la entrada de nuevo en el Ejecutivo de los anarquistas, ausentes de él desde mayo del año anterior. La entonces tan cacareada “unidad nacional” permitió otros cambios en el mando político y militar y una cierta recuperación del Ejército Popular. Son temas muy estudiados. No impidieron que la acometida franquista, disparada hacia Vinaroz, cortara en dos el territorio republicano poco más de una semana después.    

Tal victoria, con minúsculas, pero no desdeñable, opacó la posibilidad de la victoria, con mayúsculas, que perseguía Yagüe. La guerra continuó hacia el hito rompedor de la batalla del Ebro en julio de 1938. Fue, como es sabido, la más sangrienta y reñida de toda la guerra civil en otras circunstancias políticas, militares e internacionales. 

(Continuará)

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023. Su próximo libro aparecerá el 6 de marzo: 'La forja de un historiador', en la misma editorial.

Anterior serie del mismo autor en infoLibre: 'El vector fascista en la conspiración contra la república'.

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