El vector fascista en la conspiración contra la república (20/20): ¿Quién quiso, pues, la guerra civil?

Esta es la entrega final de una larga serie. De aquí que termine con una afirmación y varias preguntas. La primera estriba en constatar que a la conspiración siempre le han faltado fuentes. Es verosímil que quienes la prepararon no quisieran dejar muchas. Otras se han perdido o destruido. A la omisión del vector fascista contribuyó, sin duda, la conciencia de que la previa ayuda mussoliniana suponía una ruptura en toda regla con los principios y normas de convivencia internacionales existentes en la época en Europa occidental. Mussolini podía, impunemente, intervenir en Libia, incluso en Etiopía. Eran actuaciones hasta cierto punto tolerables. Que lo hiciera en España por la puerta trasera fue un hecho absolutamente nuevo (aunque luego siguieron otros).

Las fuentes documentales que se conservan en diversos archivos españoles, italianos y franceses iluminan la decisión del Duce, perfilada en secreto, de intervenir en España. Sin preaviso ni aviso, sin antecedentes obvios y, al principio, en la oscuridad más absoluta, aunque tras un largo período de maduración.

Es un hecho que Mussolini no “tragó” a la República desde el primer momento (como demuestran sus famosos Aforismi que puso en circulación Heiberg en la literatura en castellano). Por otro lado, los monárquicos (más o menos fascistizados) siempre divisaron en su figura una referencia (ya en la dictadura de Primo de Rivera) y luego, en los primeros años de la República, la posibilidad de un apoyo providencial.

Los vencedores en la guerra civil ocultaron desde el primer momento tal relación umbilical. Los italianos porque Franco no terminó comportándose como esperaban, es decir, abrazándoles desbordante de gratitud (ya lo intuyó el agregado militar francés, Henri Morel, a las pocas semanas de llegar a Madrid tras el golpe de julio). Los conspiradores monárquicos y militares porque siempre habían puesto en su diana a los comunistas y a la URSS para justificar la futura sublevación. Desde la victoria tuvieron motivos adicionales para acentuar el peligro “rojo”. ¡No iban a proclamar que quienes conspiraron con los fascistas fueron ellos!

El factor anticomunista siguió ganando enteros después de la derrota del Eje: Franco habría sido el primer líder europeo en vencer al comunismo en el propio campo de batalla elegido por el Kremlin. Un licor embriagador. Lo han seguido consumiendo en grandes dosis sus historiadores de pro, antiguos y modernos. Aplicaron, lo supieran o no, la función esencialmente proyectista en vigor durante toda la dictadura y, todavía, en la manipulada opinión pública de la actualidad. De lo que se trató siempre fue, es, de atribuir al enemigo los crímenes horrendos de que los vencedores fueron capaces. ¿Acaso se hubiera hundido la República en la revolución y en la sangre de no haber habido una insurrección que contaba con la ayuda fascista?

Uno de los embajadores republicanos, Gabriel Alomar, ciertamente no el más brillante, pero en su puesto en Roma vio con gran claridad que el régimen fascista divisaba en los republicanos españoles a adversarios que era preciso triturar. Desde el punto de vista de Mussolini probablemente el asunto fue bastante simple. Ayudar a un cambio de régimen en España cumplía dos funciones: la ideológica –expansión del fascismo a una nación latina– pero también otra geoestratégica y geopolítica de mayor calado: contribuir a asegurarse una posición en el Mediterráneo occidental para cuando hubiera que ajustar cuentas con franceses y británicos, ahítos de Imperios y que dificultaban a los italianos ocupar su propio lugar en el sol, es decir, a poor man´s empire, desde otra óptica.

El que la ayuda a la sublevación se desencadenara en junio de 1936 y no previamente no encierra ningún misterio. En primer lugar, Italia se enfrentó a un repudio bastante generalizado por su invasión de Etiopía, pero ya estaba prácticamente liquidado hacia junio de aquel año. En segundo lugar, porque todavía no se había materializado el acercamiento al Tercer Reich que Mussolini iba buscando. En tercer lugar, porque los proyectos monárquicos y militares podrían dar resultado y, no en último término, porque se estimó que, en el peor de los casos, las hostilidades serían cortas.

Para que la sublevación fuese guerra faltaban todavía tres elementos. En primer lugar, que, en lo que parecía hollar también el surco italiano, Hitler decidiera igualmente apoyar a Franco. No es de extrañar que los primeros atisbos de cooperación entre las potencias fascistas se encadenaran de inmediato. En segundo lugar, que las democracias occidentales pusieran cerco a la República a través de la no intervención, pero no a los agresores. Algo que no había ocurrido hasta entonces en Europa, pero los franceses –por razones internas esencialmente– se apresuraron a dar el primer paso. En tercer lugar, que los soviéticos se decidieran a intervenir a su vez en las movedizas arenas españolas después de pensárselo un par de meses. Cuando lo hicieron, los dos regímenes fascistas ya pudieron proclamar que con ello los voluntarios –a quienes no “podían” impedir ir a España– contribuían a la lucha anticomunista (algo siempre bien visto en Whitehall y en los círculos conservadores franceses).

Los más criticables son, en retrospectiva, los italianos. Cumplieron su compromiso de suministro de los Savoia Marchetti 81 previstos en el primer contrato, aunque tuvieron la mala fortuna de que dos de ellos cayeran en poder de los franceses en territorio marroquí el 30 de julio. Se destapó el asunto. En París se llegó a discernir que el envío se había previsto antes de la sublevación, pero como se plegaron a los británicos se olvidaron de ello. El general Dávila Álvarez, el profesor Gil Pecharromán y el académico Alejandro Nieto, con muchos otros más, todavía no se han enterado. El último en hacerlo tampoco tiene perdón: es el profesor, jubilado como servidor, Michael Alpert y lo ha demostrado en el número del pasado mayo en la revista Historia y Vida. ¿Quién da más?

Las variopintas derechas españolas y sus portavoces engañaron miserablemente al pueblo soberano durante el franquismo y durante la democracia

Que servidor sepa, nada demuestra hasta ahora que otros historiadores españoles a sueldo del PP, de Vox o de sus soportes mediáticos se hayan apresurado a ir a ver los papeles de La Farnesina en conjunción con los paralelos que encontrarán en el Service Historique de la Défense en el castillo de Vincennes y en los Archives Diplomatiques de France. Si lo han hecho, hasta ahora no han demostrado si quien esto escribe tiene o no tiene razón. Soy consciente de que el error está siempre inscrito en la actividad de los seres humanos.

Con todo, quedan lagunas. Por ejemplo, ¿dónde están los informes de la inteligencia militar republicana tras las elecciones de 1936? ¿Dónde se encontrará la documentación intervenida por la DGS ante el frustrado golpe del 20 de abril, que todo el mundo olvida? ¿Qué se elevó realmente al conocimiento del Gobierno y de Azaña? ¿Quién avisó al Gobierno de que Sanjurjo quería trasladarse a Marruecos? No se sabe, no se contesta.

Ahora bien, ¿conocen los amables lectores una auténtica peculiaridad española de la época? En la DGS existía un Negociado de Control de Nóminas militares. Supongo que tendría alguna relación con la Pagaduría del Ministerio de la Guerra. En plena contienda se elaboró una lista de generales, jefes, oficiales y suboficiales a quienes se les detraían algunos óbolos que se destinaban a financiar la UME. Entre ellos figuraban nombres ilustres que no se pasaron a la sublevación: Miaja. Rojo.

¿No se conservó más documentación de la conspiración? ¿Nadie preguntó nada a las autoridades del Palacio de Buenavista? Misterio. Un misterio más profundo que el de la Santísima Trinidad. Aclarar las incógnitas todavía subsistentes sobre la conspiración es un trabajo fundamental para responder mejor a la segunda derivada de la pregunta del título: ¿Por qué el Gobierno republicano no cortó los manejos al menos militares, ya que no los civiles?

Un comentario retrospectivo a los historiadores, comentaristas y periodistas de la cuerda ya mencionada: tienen la puerta totalmente abierta para deslumbrarnos con sus descubrimientos futuros exhibiendo pruebas ciertas y diferentes a las utilizadas por sus predecesores desde la misma guerra civil. Por ejemplo, documentar las actividades comunistas de cara a organizar una revolución de tipo soviético. [Advertencia: aprovechen la ocasión antes de que David Jorge, en su próxima trilogía, les desbarate sus intentos y les amargue su “momento” de gloria] Id. de lo que hacían los socialistas, porque no vale citar desordenadamente y sin contextualización afirmaciones de campaña electoral. Estoy pensando en un autor al que se le dan muy bien, aunque a veces, en plena envolée de la imaginación, se las invente. Lo he mencionado en mi blog y ha publicado hace unos meses un relato novelado sobre un incidente de la postguerra. (Las Obras Completas de Largo Caballero (discursos y memorias incluidos) se han dado a conocer hace ya también muchos años). También pueden tratar de desmontar la biografía de Julio Aróstegui, basada en ellos y, entre otras fuentes, los archivos socialistas.

Al fin y al cabo, no hay historia definitiva. Tampoco historiadores definitivos, pero en las actuales circunstancias –y habida cuenta de las experiencias personales y colectivas de los últimos quince años– los lectores que me hayan hecho el honor de seguir esta serie comprenderán mi apoyo a la Ley de Memoria Democrática. También explica que las derechas la quieran derogar inmediatamente.  

Las variopintas derechas españolas y sus portavoces engañaron miserablemente al pueblo soberano durante el franquismo y durante la democracia. Siguen haciéndolo y a la vez rechazando la evidente demanda social de profundizar en el proceso de recuperación e identificación de las víctimas de los sublevados del 18 de julio, aunque no tuvieron inconveniente en entonar loores a las “suyas” durante más de cuarenta años.

DESPEJAR EL PASADO NO ES CONTINUAR LA GUERRA CIVIL POR OTROS MEDIOS. ES HACER LO QUE HAN HECHO OTROS PAÍSES CIVILIZADOS ANTES DE NOSOTROS Y, SALVO HECATOMBE NUCLEAR, CONTINUARÁN HACIENDO ALGUNOS MÁS CUANDO ASÍ SIENTAN LA NECESIDAD. No es el caso, al parecer, de los republicanos norteamericanos, sumidos hasta el cuello en sus líos y necedades trumpianas. Que sus historiadores entierren sus propios fantasmas. En 1936 había una conspiración subterránea en el Ejército, las fuerzas de seguridad y la policía. De cobertura la batalla política entre los partidos y los medios de la época. Su contrapartida hoy ha agitado la campaña electoral. No parece que haya habido conspiración subterránea. Hemos progresado.

FIN DE LA SERIE

(Ver aquí capítulo anterior)

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.

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