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Respeto a la dignidad humana, también dentro de la Iglesia

El documento  Dignitas infinita, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que acaba de hacerse público, es el más fiel reflejo de las dos tendencias que coexisten en la Iglesia católica y en el propio Papa: a) la sociopolítica y económica en continuidad con el pensamiento de Francisco, crítico del neoliberalismo, al que define como injusto en su raíz, y de la cultura del descarte, que coincide con la teoría de la necropolítica de Achille Mbembe; b) la moral, que reproduce las orientaciones tradicionales del magisterio eclesiástico en temas como el origen y el final de la vida, la sexualidad, la teoría de género, el cambio de sexo, etc., sin apenas avance alguno.

El documento ofrece un riguroso análisis de algunas de las más graves violaciones contra la dignidad humana, entre las que cita las siguientes: el drama de la pobreza y la aparición de nuevas pobrezas; la tragedia de las guerras que constituye una “derrota de la humanidad”; el envenenamiento de la casa común; el maltrato a las personas migrantes y el irrespeto a sus derechos fundamentales; la trata de personas, que califica de “crimen contra la humanidad”, el tráfico de órganos y tejidos humanos, la explotación infantil, el trabajo esclavo, la prostitución; los abusos sexuales que “dejan profundas cicatrices en el corazón de quienes las sufren”; la violencia contra las mujeres, poniendo el acento en el feminicidio, y las grandes desigualdades entre hombres y mujeres; la maternidad subrogada (vientres de alquiler), que convierte al niño “en un mero objeto” y viola la dignidad de la mujer; la violencia digital; el descarte de la personas con discapacidad; los genocidios; la pena de muerte, etc. etc. 

En el aspecto moral, repite las condenas de siempre, se alinea con los movimientos pro-vida e incluso con la extrema derecha política y religiosa. Es ajena a los cambios producidos en la sociedad y choca frontalmente con el movimiento feminista y con no pocos parlamentos que han aprobado leyes que amplían derechos humanos y defienden la igualdad entre hombres y mujeres en respuesta a las legítimas reivindicaciones de justicia e igualdad de género del feminismo. Tras la publicación de este documento veo cada vez más difícil, por no decir imposible, la reconciliación del Vaticano con la teoría y la práctica feministas, asignatura pendiente que, de no aprobarse, seguirá produciéndose el abandono de la Iglesia por parte de las mujeres.  

Veamos algunos ejemplos. Califica la teoría de género de “extraordinariamente peligrosa” y de una de las más graves manifestaciones de “colonización ideológica” porque pretende negar la diferencia sexual. Niega su carácter científico, cuando se trata de una teoría que cuenta con una sólida fundamentación antropológica y ética. Se mueve en el paradigma de la binariedad sexual. Es contrario al cambio de sexo alegando que “por regla general, corre el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción”. 

Se opone a la eutanasia y al suicidio asistido. Condena el aborto de manera radical alegando que “la dignidad humana tiene carácter intrínseco y vale desde el momento de la concepción”. Pero no se queda ahí, sino que va más allá hasta considerar que la aceptación del aborto, tan extendida hoy, “constituye una señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal”. La acusación se dirige, indirectamente, contra los numerosos parlamentos que consideran legal el aborto e incluso contra colectivos católicos que lo defienden. Critica incluso el uso de la expresión “interrupción del embarazo”. Termina ese apartado calificando el aborto de “eliminación deliberada y directa de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento”.   

A mi juicio, el documento peca de idealista y de falta de autocrítica al presentar a la Iglesia como garante de la dignidad humana, sin reparar en sus propias transgresiones de manera sistemática, no solo en el pasado sino en la actualidad. Lo que ha dado lugar a algunos críticos a recordar el viejo refrán “consejos vendo, pero para mí no tengo”. 

Tras este documento veo cada vez más difícil, por no decir imposible, la reconciliación del Vaticano con la teoría y la práctica feministas, asignatura pendiente que, de no aprobarse, seguirá produciéndose el abandono de la Iglesia por parte de las mujeres

Uno de los casos de más grave y flagrante violación de la dignidad humana en la Iglesia católica es la discriminación que sufren las mujeres dentro de su estructura jerárquica, patriarcal y clerical. Ellas son excluidas del acceso a los ministerios ordenados, de la asunción de responsabilidades en los órganos de poder, del acceso directo al ámbito de lo sagrado, de la consideración de sujetos religiosos y morales autónomos y, por regla general, de la participación en la elaboración de la doctrina teológica y moral. Tales exclusiones, claramente discriminatorias, cuentan, además, con la justificación y la legitimación de no pocas leyes y códigos jurídicos de obligado cumplimiento. 

La devolución de la plena dignidad de las mujeres en la Iglesia católica y la no discriminación de colectivos LGTBIQ+ requieren una revisión a fondo de no pocos textos doctrinales y legales, especialmente del Código de Derecho Canónico y del Catecismo de la Iglesia Católica, ambos promulgados durante el pontificado del Papa Juan Pablo II en 1983 y 1992, respectivamente.   

En el caso de los abusos sexuales, el documento del Dicasterio para la Defensa de la Fe reconoce que “afectan también a la Iglesia y representan un obstáculo para su misión. De ahí su inquebrantable compromiso de poner fin a cualquier tipo de abuso empezando desde dentro”. El reconocimiento de dichos abusos y el compromiso de ponerlos fin en un documento de tal relevancia doctrinal me parece un paso importante tras tantas décadas de encubrimiento y complicidad. Pero me hubiera gustado que hubiera sido más explícito, dada la amplia extensión y la extrema gravedad de las innumerables agresiones sexuales contra niños, niñas, adolescentes y jóvenes y mujeres en instituciones católicas, como han confirmado numerosas investigaciones independientes, las denuncias de víctimas y las condenas de tribunales de justicia. 

No, no son casos aislados, como a veces se quieren presentar, sino un fenómeno estructural legitimado institucionalmente con el silencio y la complicidad de la jerarquía eclesiástica y del propio Vaticano durante décadas. Estamos ante un fenómeno que afecta a todo el cuerpo eclesial: cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, formadores, profesores y padres espirituales de seminarios, noviciados y colegios religiosos.  

No quiero terminar esta reflexión sin referirme a dos ideas del documento que considero de especial importancia: la llamada a la comunidad internacional para que asuma el compromiso de “prohibir universalmente [el subrayado es mío] la práctica de la maternidad subrogada” y la denuncia de los lugares en los que se encarcela, se tortura e incluso se priva del bien de la vida a no pocas personas solo por su orientación sexual.

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Juan José Tamayo es teólogo de la liberación. Su último libro es 'Pederastia. ¿Pecado sin penitencia?' (Erasmus, 2024).

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